Billete al mundo con Pérez de Ayala
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La noche antes de que en EE UU entrase en vigor la ley seca, Ramón Pérez de Ayala (Oviedo, 1880 – Madrid, 1962) estaba en Nueva York. Agarró una cogorza descomunal a conciencia. «Y llegó el final del 30 de junio, último día legalmente húmedo, de borrachera libre; la noche de crápula más descomedida y frenética que registran los anales yanquis; una noche orgiástica en cuyo parangón el libertinaje babilónico o las lupercales, bacanales y saturnales de la Antigua Roma resultan mansas como juegos de niños. No se vaya a entender que las líneas precedentes encierran una reprobación moral por mi parte. Cada cual es dueño de divertirse a su antojo y matar pulgas según el método que se le ocurra. En este caso, me considero un historiador impersonal, y aun, si se quiere, en la categoría de mero observador impersonal o ''reporter''». Con ese párrafo de estilo absolutamente contemporáneo y tono jocoso, las crónicas de sus viajes desmienten la figura del Pérez de Ayala intelectual, pendiente de la política y de la depresión de España para asomarse a un «turista observador», como le define su nieto, Juan Pérez de Ayala, encargado de la edición de «Viajes, crónicas e impresiones», un compendio de sus diarios de expedición por el mundo.
Lo que sigue al párrafo es igualmente entretenido: citas de los diarios del día siguiente, vaporosos recuerdos, chanzas y una descripción templada, tan sagaz como vacilona. «Al recopilar los textos, muchos de los cuales nunca han aparecido en volumen, sino en periódicos de la época, me di cuenta de que, en realidad, se puede trazar a través de los viajes de mi abuelo su propia autobiografía. Para él, los viajes eran una aventura hacia lo desconocido, pero sobre todo hacia el interior», señalaba el antólogo. Pérez de Ayala, destacado miembro de la Generación del 14 junto a Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, de quien era íntimo amigo, fue un viajero «en el sentido de aventurero por el conocimiento», pero hubo dos cronistas en uno. El primero trataba de informar al lector de una España en decadencia y depresión de lo que había en el mundo, sobre cómo se organizaban otros países florecientes. «Yo no quería eso –señala su nieto–. Buscaba los textos por su contenido confesional, los dominados por la ironía, en los que pasa del comentario sencillo a lo profundo». «Se percató de que una batalla no se puede describir desde fuera, ni tampoco desde el lugar donde los corresponsales están a salvo, y el único relato posible es el del soldado, y que la de cada soldado será una historia diferente», argumenta Juan Pérez de Ayala. Y es que su abuelo estuvo en en frente italiano de la Primera Guerra Mundial. «Fue representante de la novela intelectual. ¿Están los tiempos para ese tipo de novelas? No lo sé, pero deberíamos conocerlas. Creo que el lector medio no ha llegado a mi abuelo, así que con este libro quiero que viaje, que se divierta y se pierda con él», asegura su nieto. No tengan miedo de la resaca.