Brunete fue un infierno
La sangrienta batalla que se desarrolló en julio de 1937 y de la que se cumplen 80 años estuvo a punto de cambiar el desarrollo de la Guerra Civil.
La sangrienta batalla que se desarrolló en julio de 1937 y de la que se cumplen 80 años estuvo a punto de cambiar el desarrollo de la Guerra Civil.
Era un pueblo pequeño, sin importancia, con apenas 1.430 habitantes. Tan solo un nudo de carreteras entre poblaciones medias. Tenía un notario, dos médicos, un farmacéutico y tres maestros. Las noches se pasaban en tres salones de baile, dos bares y una taberna. La iglesia, que dominaba el lugar, era pobre y sin historia. Los brunetenses contaban con dos autobuses diarios; uno de ellos a Madrid. Todo aquello desapareció entre el 6 y el 25 de julio, incluido el cementerio, cuando se convirtió en el escenario de la batalla que pudo cambiar el desarrollo de la Guerra Civil. Brunete había quedado en «zona nacional» tras el avance de las tropas de Franco, que llegaron a Madrid el 6 de noviembre de 1936. Tras fracasar en su toma, también fueron derrotados en las batallas de la carretera de La Coruña, el Jarama y Guadalajara. Sin embargo, el Ejército sublevado tomó Vizcaya, y asediaba Santander y Asturias. En abril de 1937 el coronel Álvarez-Coque, jefe del Estado Mayor republicano, propuso a Largo Caballero, presidente del gobierno y ministro de la Defensa Nacional una ofensiva sobre Extremadura para liberar la presión en el Norte.
Los comunistas, a las órdenes de la URSS, principal proveedor militar de la República, quisieron hacerse con el gobierno echando a Largo Caballero. El plan militar de Álvarez-Coque fue la excusa. Los generales Rojo y Miaja lo criticaron y presentaron una batalla de distracción para aliviar el Norte que, además, rompería el cerco sobre Madrid, y que pasaba por Brunete. Los generales soviéticos se opusieron a la decisión de Largo Caballero, provocaron la crisis de mayo y favorecieron el ascenso de Juan Negrín como jefe de gobierno y de Indalecio Prieto como ministro de Defensa.
Precipitar la victoria
Negrín quiso precipitar una gran victoria que diera un giro a la guerra. En julio de 1937 consideró que el Ejército Popular estaba en condiciones para llevar a cabo la operación propuesta por Rojo y Miaja. El plan era cortar la zona nacional por el norte, Villanueva del Pardillo, con los Cuerpos de Ejército V y XVIII, que formaban el Ejército de Maniobra, y por el sur, por Entrevías, con el Cuerpo II. En total unos 80.000 hombres, con apoyo aéreo, artillero y de vehículos blindados. El objetivo era embolsar a las tropas nacionales. El Ejército Popular tendría que romper la resistencia nacional en Quijorna, Villanueva de la Cañada, Sevilla la Nueva, Boadilla y Brunete. El V Cuerpo de Ejército, el que a la postre sufrió más, estaba a las órdenes de Modesto, y contaba con Líster al mando de la División 11, «El Campesino» de la 56, y «Walter», un soviético de origen polaco, en la 35. La toma de Brunete se encomendó a Líster, en cuya División tenía hombres curtidos en las batallas de Madrid, Jarama y Guadalajara, y reclutas. El ánimo era grande. El Gobierno hizo llegar a Madrid a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores, entre los que estaban Hemingway, Dos Passos y Malraux, para que hicieran propaganda de la victoria. El mando republicano se instaló en el Canto del Pico (Torrelodones), el palacete que había sido de Antonio Maura.
La División de Líster entró en Brunete a las 6 de la mañana del 6 de julio. Hubo un corto combate, con 60 prisioneros, y la población en desbandada. A pesar esto tardaron casi seis horas en salir del pueblo requisando propiedades. El Campesino llegó a Quijorna y la división Walter a Villanueva de la Cañada, y se detuvieron. La resistencia de las tropas sublevadas fue grande en esos puntos, como en Los Llanos y Villanueva del Pardillo. Mientras el Ejército Popular avanzaba a campo abierto, lo que causó muchas bajas, las unidades de los sublevados se defendían bien parapetados, como en el cerro del Mosquito y Romanillos.
El avance republicano por el norte, unos 100 km2, duró hasta el 12 de julio. Por el sur, el Cuerpo de Ejército II había fracasado en su avance por Entrevías el 7 de julio, y volvió a su base de partida. Cuando repitió el movimiento el 8, el enemigo detuvo su avance. Miaja ordenó entonces fortificar posiciones en Brunete. Este estancamiento permitió la reacción del ejército sublevado.
Tropas cercadas
El general Varela, jefe del Estado Mayor del I Cuerpo de Ejército de los sublevados, consiguió refuerzos. Llegaron cinco Divisiones con dos Brigadas de Navarra, y mucha artillería. Las tropas del Ejército Popular quedaron cercadas. Se inició una terrible guerra de contención y desgaste. A la insufrible temperatura y la sed se unió la lucha constante. A unos primeros días de dominación de la aviación rusa le siguieron las victorias de la Legión Cóndor, que bombardeaba y ametrallaba a las tropas.
Aun así, las noticias que llegaban del frente eran otras. Azaña escribió el 15 de julio que Negrín y Prieto «están contentos» ya que «no hemos tenido excesivas bajas». El 18 de julio empezó la contraofensiva. En la bolsa de Brunete se desangraban ambos bandos. El 60% de la División de Líster cayó en combate y resistió disciplinariamente, no así todo el Ejército Popular. La XIII Brigada Internacional se sublevó para volver a Madrid. Algunas unidades se negaron a combatir o a obedecer –rescoldos del tiempo de las caóticas milicias– y otras desertaron. Líster quiso el relevo de sus tropas y el 20 de julio se plantó en el palacete de Torrelodones. Allí le recibieron Prieto, Miaja, y Rojo, quien finalmente consintió en relevar a su División por la del anarquista Cipriano Mera, que solo llegó a apoyar en Brunete a lo que quedaba de la División Líster.
El 24 de julio fue el día decisivo. Tras el fuego de artillería y el bombardeo las tropas nacionales asaltaron Brunete a las 7 de la mañana, luchando casa por casa. En las trincheras se luchó a bayoneta calada. Los restos de la Divisiones 11, 35 y 14, la de Mera, se refugiaron en el cementerio, pero fueron capturados al día siguiente. Brunete estaba destruido. Las bajas entre los dos bandos sumaron alrededor de 35.000 hombres.
El general Varela, animado por la victoria, quiso seguir hasta Madrid, pero Franco prefirió devolver las tropas al Norte para concluir la conquista de Santander. El general Miaja fue consciente de que había perdido a su Ejército, pero decidió fortificar el frente. Quedaron así marcadas unas líneas que poco se movieron hasta el final de la contienda.
Manuel Azaña fue quien quizá lo vio más claramente. Entendió que, si de aquella operación militar no se obtenía un «buen éxito», ya no se conseguiría en lugar alguno, y obligaría a emprender una política distinta, con vistas a una «paz concertada». Quizá deberían haberle escuchado.