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Burning: vencer a la maldición

larazon

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«Lo del nombre va por ahí. No te creas que el título del disco, ''Pura Sangre'', se refiere a un caballo negro, al rey de la manada. No. Me refiero a que desde el 74, cuando empezamos con esto, no nos hemos movido y seguimos persiguiendo el mismo sueño», dice Johnny Cifuentes, superviviente de Burning, el grupo que demostró que se podía hacer magnífico rock & roll en castellano. Es un superviviente porque tocó el cielo y pagó peajes. Llamó a puertas que conducen al infierno simplemente porque en el Madrid de los ochenta estaban sin señalizar. Después de once años del último trabajo, Cifuentes ha reunido a la banda con nuevo disco importado del barrio que les vio nacer, La Elipa en Madrid, y que presentarán en una gira que comienza el próximo 18 de enero en la Sala Penélope de la capital.
Es mediodía, y la luz del invierno se filtra entre la madera las paredes de El Cocodrilo, el bar de Johnny. La memoria está permitida, la nostalgia, ni de coña. «Es verdad que hay algunas canciones en este álbum en las que parece que es el momento de mirar a esos 40 años de carrera. Me acuerdo de los que se quedaron por el camino, como Toño y Pepe Risi. Hacerlo en tres minutos en una canción es difícil, pero tiene sentido. Hablo de ellos cuando canto que bailé con la aurora boreal, porque hemos vivido noches increíbles, visitas al infierno, momentos de lo mejor y de lo peor, por qué no lo voy a decir. El peaje ha sido cruel, es verdad», dice Cifuentes sobre un tema recurrente acerca del grupo que completó uno de los repertorios más impresionantes del rock en español, y antes que nadie: la desgracia persiguió a Burning en aquellos años salvajes. «Ya se sabe, eso de la mano negra y tal... Pero lo del grupo maldito es una etiqueta que a la Prensa le gusta y también a mucha gente que se siente atraída por las leyendas y el ''underground''. Aunque nosotros no éramos malditos, es que nos tocó vivir esa época y lo hicimos. Las drogas duras estaban en todas partes y llevamos 40 años haciendo lo que nos ha dado la gana. Así que nada de malditismo», se sacude. «Claro, nunca llegamos a número uno de 40 Principales, pero es que no nos importaba en absoluto». Sin embargo, el grupo estuvo en la cresta de la ola y ganó bastante dinero en una época en las que, por ejemplo, Fernando Colomo les contrató para «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?». «Es verdad que entonces también publicamos ''Mueve tus caderas'' y parecía que iba a pasar algo grande con el disco ''El fin de la década''. Pero éramos demasiado chulos. Nosotros no íbamos llamando a puertas, porque eso es una cuestión de mánagers, compañías, revistas, empresas, y jamás andábamos detrás de nadie dando el coñazo. En cambio, mira, Tequila era un producto más suave para moldearlo que nosotros», comenta. En la portada del disco al que se refiere Cifuentes, los cuatro miembros del grupo aparecen detrás de una mesa en la que se esparcen navajas, jeringuillas y algo más, y, a pesar de ello, compartían discográfica (Belter) con Parchís o Manolo Escobar. «Sí, la verdad es que es curioso. Pero confiaban tanto en nosotros que estábamos contentos», rememora. Burning publicaba un disco al año y recorría España sin dejar de girar. Hasta que llegó un momento crítico para la banda. «En 1985 parecía que todo se iba a la mierda. Había una locura con el asunto de las drogas, y para mí, el grupo era más importante que las personas. Y todo se estaba descuartizando por culpa de las sustancias, no por razones de música. Pepe Risi decide quedarse en Madrid conmigo, mientras que Toño y Manolo prefieren los aires de Bilbao por esas razones. Hice lo que habría hecho cualquiera, pero se me ocurrió a mí», señala. Se refiere a registrar el nombre del grupo. «Actué siguiendo lo que me dijo el corazón y jamás he usado al grupo como arma arrojadiza contra nadie».
Una minoría auténtica
Cifuentes sigue amando Madrid. «Somos muchos de extraños sitios y yo jamás cantaría que aquí ni las ratas pueden vivir, aunque apostaría por una ciudad más cultural». Hace un tiempo, Cifuentes empezó a trabajar con Leiva (Pereza), otro madrileño de pro y admirador confeso de los de la Elipa, en el que iba a ser el disco de su renacimiento. Pero algo se torció y muchos volvieron a apuntar a la leyenda del infortunio infinito. «Todo empezó bien, aunque ya sabes, al final surgieron cosas y cada uno tiró por su camino. Nadie sabe qué pasará con esas canciones, pero a los dos nos enriqueció la experiencia», cuenta. En todo caso, Miguel Conejo Torres, nombre verdadero de Leiva, firma los arreglos de «Pura Sangre». «Sobre el futuro, nunca se sabe...», tercia. Tampoco reniega del rock & roll. «Ya sabemos lo que es el rock en España, no me gusta decirlo mucho, porque luego alguien puede decir: ''Pobrecito Johnny...''. Pues nada de eso. Somos una gran minoría auténtica pero nada de andar llorando». Y eso que El Manivela (ese bar donde pasaron toda la noche) se convirtió en un local latino, que es el sino de los tiempos: el reggaetón se apodera de la calle. Pero los soberbios once cortes del disco demuestran que el rock tiene mucho que decir. «Y nosotros seguiremos siendo el grupo de La Elipa, aunque ya no quede nadie allí».

Una escuela salvaje

La escuela que creó Burning ha seguido viva mucho tiempo después. En algunos casos, a sus practicantes les acompañó incluso la mala suerte, como el de Dogo y los Mercenarios (arriba a la derecha), una banda sevillana de rocanrol con textos impregnados de realismo sucio y tres álbumes que merecieron más atención. La banda de Dogo Rojo (Juan Diego Fuentes Casas) y en la que militó otro enorme guitarrista de rock, Juanjo Pizarro, terminó como suelen los grupos en los que todos sus miembros son adictos: mal. Quizá la mala suerte de esta estirpe «burniana» la rompieron Pereza (abajo), reconocidos alumnos de Cifuentes y los suyos, y que, estos sí, obtuvieron el éxito sin pagar las facturas de sus predecesores, si bien en estos momentos Pereza está disuelto como grupo y cada miembro va por su cuenta. Claro que las razones del siglo XXI son bastante diferentes.