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¿Cabe Oteiza en un catálogo?

Un par de tomos, que complian más de dos mil obras del escultor, se presentaron ayer en el Museo Reina Sofía, una tarea titánica posible gracias a Txomin Badiola.
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Un par de tomos, que complian más de dos mil obras del escultor, se presentaron ayer en el Museo Reina Sofía, una tarea titánica posible gracias a Txomin Badiola.
No era sencillo meter en un libro a Jorge Oteiza, ni acometer esa ingente labor con cualquier otro artista. No lo era. Pero finalmente se consiguió, vio la luz hace dos años y se ha presentado en el Museo Reina Sofía. El escultor vasco, tan ajeno a las modas y tan ajeno a las corrientes y a esa manía tan nuestra de catalogar y de sistematizar (en las antípodas de su ser), tan solitario y tan mundo en sí mismo, puede estar orgulloso aunque no lo vea. Su catálogo razonado tiene vida y reúne casi tres mil piezas, 2.752 para ser más exactos, procedentes de diferentes colecciones públicas y privadas. Una labor titánica que ha tenido un responsable orgulloso del resultado, otro escultor, no podía ser de otra manera. ¿Es posible catalogar a un creador como él? Parece que sí. De hecho, los volúmenes se ponen ahora «de largo» pero la empresa, capitaneada por la Fundación Jorge Oteiza, concluyó hace dos años.
Txomin Badiola, artista, docente y especialista en la obra del escultor, es el responsable. Un hombre que ha empleado unos cuantos años en que el libro respire por sí mismo. Y no ha sido tarea sencilla porque hubo tantos pasos hacia adelante como hacia atrás, debido al reto que se planteaba: «Lo veíamos como un imposible por la cantidad de veces que se trató de hacer y no se consiguió dadas las características concretas de un artista que era muy poco convencional, completamente fuera de los cánones clásicos», asegura. La suya es «una obra francamente difícil de sistematizar y englobar dentro de un catálogo. Se propuso en varias ocasiones, pero se desistió», explica. Badiola, no obstante, no se dio por vencido y aceptó enfrentarse al morlaco. Lo considera casi una obra artística por la complejidad que ha entrañado la tarea. Badiola se ha entregado a tumba abierta y considera este reto «como una trabajo muy importante, aunque no sea lo más importante mío a nivel artístico, pero lo he hecho todo». Y cuando dice todo se refiere exactamente a todo. «Desde el punto de vista ensayístico sí tiene mucho peso para mí. Son un par de tomos y un montón de páginas que me han demandado un trabajo exhaustivo. Lo he hecho a contrapelo», confiesa con el orgullo de haber realizado una labor satisfactoria y gracias a la cual puede respirar aliviado. Y ver sus frutos.
En tres idiomas
Se ha publicado en tres ediciones, castellano, euskera e inglés con el objetivo de difundir la obra de Oteiza en diversos ámbitos. Cada edición consta de 952 páginas que registran y analizan las 2.752 obras conservadas en colecciones públicas y privadas. Toda la trayectoria artística del escultor está aquí representada, pero erraremos si buscamos una compilación lineal, pues el catálogo se aleja radicalmente de lo convencional (de hecho, se explica lo que significa catalogar, repetimos, tan alejado del verbo y de las maneras del gigante vasco), profundiza en lo razonado y en la evolución y conceptual que ha dado lugar a las obras. Entre las piezas analizadas figuran las pertenecientes al museo que dirige Manolo Borja-Villel y que ocupan un lugar determinante en la «Colección 2: ¿La guerra ha terminado? Arte en un mundo dividido (1945-1968)».
Otra cosa bien distinta es preguntarle por Jorge Oteiza, por la relación del maestro con su obra, con la del autor de los dos tomos, por su influencia, por la estela, por su marca, la huella de hierro. Ahí es cuando Badiola ríe, suelta un «bufff» que parece que nunca va a acabar y pide al menos dos horas para explayarse, tiempo que no podemos darle porque no lo tenemos. Siempre estuvo él cerca de Oteiza artista y conoció bien al hombre, al ciudadano, uno de los escultores más grandes del siglo XX, un ser que nunca quiso estar ni al cobijo ni al abrigo de galerías o centros de arte con los que mantuvo una relación en la que las chispas saltaban. ¿Para qué explicar su proceso de creación si la obra estaba ahí? Una frase muy rotunda que le define de manera clara es cuando decía que para él sus esculturas eran como las latas de conserva. De ellas se alimentaba y, después, las tiraba. En el pueblo donde vivió Oteiza (que había nacido en Orio, Guipúzcoa, en 1908) junto a su esposa durante más de treinta años, Alzuza, ambos están enterrados bajo una doble cruz de bronce.
A Badiola se debe la primera gran exposición de 1988 que comisarió, «Oteiza. Propósito experimental», y que se pudo ver en Madrid, Barcelona y Bilbao, así como otra muestra de referencia, la antológica «Oteiza. Mito y modernidad», que en 2004 y un año después se exhibió en el Guggenheim de Bilbao, en el de Nueva York y en el Reina Sofía.

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