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César Galicia: «No pertenezco a la tribu de los realistas»

La Fundación Balia pondrá a la venta el próximo día 9 en una subasta benéfica una obra suya, «Bodegón con sacapuntas», junto con piezas de una veintena de grandes nombres de la fotografía.
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La Fundación Balia pondrá a la venta el próximo día 9 en una subasta benéfica una obra suya, «Bodegón con sacapuntas», junto con piezas de una veintena de grandes nombres de la fotografía.
Veintiún lotes son los que se subastarán el próximo 9 de octubre en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza por una buena causa. La Fundación Balia ha convocado en esta tercera edición a 20 fotógrafos y un pintor con el objetivo de recaudar fondos para sus actividades destinadas al apoyo de menores en riesgo de exclusión social. «Entre todos podemos conseguir un mundo mejor», es su lema. Y lo están consiguiendo. Chema Madoz, Anna Malagrida, Isabel Muñoz, Cristina Iglesias, Leopoldo Pomés, Txomin Badiola y Joan Fontcuberta están entre los artistas que saldrán al martillo. Por primera vez se subastará una obra no realizada de Alberto García-Alix. El artista retratará a la persona que más puje por esta opción, teniendo la oportunidad de tener una pieza personalizada del artista.Y junto a ellos un cuadro de César Galicia (Madrid, 1957), una obra hecha ex profeso para esta cita. Será el lote 21, el último, y tendrá un precio mínimo de salida de 250 euros. A partir de ahí, cuanto más alto se venda, mejor. Este «Bodegón con sacapuntas» reúne algunos de los objetos que marcan el mundo de este artista. Él lo explica.
–La obra está realizada para la subasta.
–Me lo propuso sobre el mes de mayo Beatriz Guereta, que fue marchante mía. Querían una obra fotográfica y surgió así la idea de realizar una pieza múltiple con una edición de 60 ejemplares. Estoy bastante contento.
–El precio de salida resulta apto para muchos bolsillos...
–Es una obra pequeña de poco más de treinta centímetros. Sale con un precio muy ajustado, sí.
–¿Cómo lo hace?
–Físicamente monto el bodegón, lo recreo. Siempre me han llamado poderosamente la atención los automóviles y aquí hay uno. Como se trata de una obra benéfica con los niños como destinatarios he colocado el sacapuntas y el cochecito, y a su lado el disco duro. Me ha llevado unos tres o cuatro meses desde que me lo propusieron.
–¿Es el coche un elemento recurrente en su producción?
–Digamos que he mostrado cierta afición por ellos, siempre me han llamado la atención y dentro de este objeto, las ruedas porque me apasiona el círculo. He pintado bicicletas, motos, pelotas de béisbol... Me llaman la atención de forma estética.
–Hay en esta obra una pequeña bandera de Estados Unidos.
–Es un país muy importante en mi carrera. Me marché allí en 1984 y me formé. En España me representa Leandro Navarro. Yo creo que mi obra tiene una iconografía clarísima. La bandera surgió, me surgió y por eso la coloqué. La considero también mi bandera y me siento muy orgulloso de ella.
–¿Y habría colocado una de España? No corren buenos tiempos según para qué emblemas.
–Soy un patriota y no tengo el menor prejuicio en utilizarla. Si surgiera podría estar en un bodegón, por qué no.
–¿Es un pintor adscrito a una determinada corriente artística?
–Ni las etiquetas ni los ismos me gustan y que me encasillen, tampoco. No pertenezco a la tribu de los realistas, ni quiero llamar a lo que hago hiperrealismo. Digamos que yo observo, capto y se lo ofrezco al espectador. Me considero un pintor figurativo.
–¿Le molesta cuando alguien admira un cuadro suyo y le dice que parece una fotografía?
–Lo he escuchado un montón de veces y lo acepto. Me resulta inevitable esa comparación. Fotografía no es lo que hago porque ésta no tiene arquitectura, que para mi representa una parte importante de mi trabajo. La verdad es que no me importa.
–¿Le obsesiona detener el tiempo en sus obras?
–Me obsesiona captarlo y detenerlo. Cuando voy caminando por las calles de Nueva York miro y busco. Me pasó, por ejemplo, con el primer cajero que se instaló en la ciudad, fue en Canal Street. Cuando lo vi estaba abandonado. La gente pasa a su lado pero nadie lo mira, no reparan en él. Estoy seguro de que si algún día lo pinto, si llega ese momento, el público lo va a identificar.
–¿Es uno de sus cuadros pendientes?
–Puede serlo, en efecto. La idea tiene que surgirme porque el motivo está ahí. Si puedo lo haré y si no, no pasa nada. Hay veces en que algo me ha llamado la atención, he regresado al lugar y ya no estaba. Quizá me pase con este cajero lo mismo.
–Seguro que no le faltan proyectos.
–Afortunadamente, no. Hemos montado una colectiva en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, con obras de Eduardo Naranjo, Cristóbal Toral, Julio López Hernández, Antonio López, y en 2019 me espera otra exposición importante en Nueva York. En noviembre se inaugurará en Leandro Navarro una exposición sobre el paisaje español de los siglo XX y XXI y ahí estaré presente.
–¿Ha pintado en alguna ocasión por encargo?
–Jamás lo he hecho. Yo pinto lo que quiero.
–¿Le cuesta desprenderse de sus obras? No sé si existe alguna que sea especial para usted.
–Me gustan todos. Son hijos tuyos y no puedes elegir. Los quieres por igual. Si te digo la verdad me quedaría con toda mi obra, pero no sabría dónde meterla. «The boxer» es un cuadro que he intentado recomprar en varias ocasiones desde 1982. Está en una colección particular de Estados Unidos.

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