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Chéjov, este cuento se acabó

Páginas de Espuma culmina la publicación de los relatos completos del escritor ruso con la publicación del último volumen de este proyecto.
larazon

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Páginas de Espuma culmina la publicación de los relatos completos del escritor ruso con la publicación del último volumen de este proyecto.
Hace unos años, Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, arrastrado por su pasión y, en su caso, casi por el agradecimiento que había contraído con un autor tan cercano a él, decidió reunir en cuatro volúmenes los cuentos completos de Antón P. Chéjov. Emprendía así la tarea titánica de editar a un clásico que, además, en determinados aspectos, se parecería a la inquietante sensación de reunir las piezas diseminadas de un espejo fragmentado. Aparte del canon, extendido y conocido por casi todos, había que indagar detrás de los seudónimos, cerca de medio centenar, que el escritor utilizó a lo largo de su vida y volver también la mirada a muchas fuentes y documentos para recoger todo lo que había quedado orillado con anterioridad de su obra y traducirlo al español. Un material disperso, a veces inédito, que se ha traducido al español progresivamente desde ese primer volumen que suponía el pistoletazo de salida de un proyecto único en nuestro idioma y que culmina este invierno con la publicación del cuarto y último. «Todos juntos reflejan perfectamente su evolución –comenta el responsable de esta edición, Paul Viejo, que se ha encargado de que esta colección no sea una suma correlativa de títulos y se haya convertido en una obra imprescindible para los amantes de este autor–. Hemos tenido mucha suerte y conseguimos que todos los volúmenes tuvieran un número de páginas similares y, también, que cada uno de ellos definieran perfectamente los distintos periodos de su evolución literaria».
Consagración
Desde la primera página hasta la última, este conjunto puede interpretarse como el retrato más exacto y fidedigno que se ha hecho de la trayectoria del escritor en nuestro país. Aquí está el joven que había escuchado de pequeño a su madre relatarle cuentos que habían fascinado su imaginación, pero, también, el autor que escribe para ganarse la vida y conseguir dinero, y, algo más adelante, la figura consagrada que selecciona los temas que desea abordar y que pule el estilo lejos ya de las presiones y las urgencias periodísticas. «En el primer libro, el que corresponde a los años 1880-85, es un Chéjov veinteañero que inventa historias para pagar la renta del apartamento. Tiene vocación, por supuesto, pero intenta exprimirla de una manera pragmática. Es una época en que es muy satírico y jocoso, pero, también, en la que está condicionado por las revistas humorísticas y sus métodos de trabajo. Sus cuentos son cortos, recurre en ocasiones a otros nombres, que inventa para ocultar el suyo, y siempre trata de divertir a los lectores. Así es como empieza él. Pero debemos matizar que estas historias, no por tratarse de encargos son, en absoluto, peores a las que las posteriores». Paul Viejo aporta las claves necesarias para que el lector comprenda el talento y el virtuosismo de Chéjov. Pero, también, para que entienda por qué, por ejemplo, pasa «del amor a la denuncia, de la melancolía a la irritación» cuando apenas frisaba la frontera de los veinte años, y cómo entre 1887 y 1893 decide prescindir finalmente de los seudónimos y publicar ya únicamente con su nombre. Un instante decisivo que está marcado por un hecho: ha logrado atraer la atención de los lectores. Los mismos que apoyarán la publicación de su primer libro, una selección de sus mejores títulos, que terminó elevándole a los altares de la literatura. «A partir de entonces, el éxito le obligó a fijarse en lo que va a hacer, a elegir cada uno de los temas con más cuidado. Es más consciente de que es una firma conocida», añade Viejo.
Chéjov inicia su andadura publicando muchos cuentos y acaba como un autor que publica poco, corrige obsesivamente y presta atención al más mínimo detalle. Ya es una referencia de las letras de su país; un creador que ha desarrollado mecanismos y recursos que influirán posteriormente en otros autores. «Lo estamos leyendo un siglo después y podemos reconocer todo lo que hemos aprendido de él, porque ahora vemos normal muchas de sus innovaciones. Que alguien deje parte de la historia sin contar, es casi una obligación, si me apuras, pero antes no era así; no era tan simple. No es ciencia lo que él hace, es arte. A Chéjov no le interesaba si le entendíamos o no, y si sus procedimientos funcionaban. Te quiere contar algo que nos afecta, pero sin trucos, de una forma que lo haga universal. Y puedes percibir que, a pesar de las traducciones, los cuentos funcionan, hay algo que te llega más de un siglo después», asegura.