Chema Madoz: «Tienes que convivir con la idea de quedarte sin imaginación»
Chema Madoz / Fotógrafo. Para él, el libro es un objeto fascinante, inagotable, «uno de los que más he repetido». Cuántas veces nos habremos preguntado delante de sus fotografías ¿de dónde saca las ideas? El artista expondrá en Madrid 120 obras fechadas entre 2008 y 2014, la gran mayoría inéditas
Chema Madoz ha acuñado un lenguaje propio con los elementos habituales que encontramos en nuestra inmediata cotidianeidad: una escalera, una taza, una piedra, un reloj, un cubito de hielo, un cuchillo. Su mirada nos ha revelado la vida inesperada que subyace en el mundo desapercibido de los objetos inanimados. A través de la conjugación del bestiario de formas que habita en ellos, los ha convertido en un espejo en el que contemplar cómo nuestra imaginación dribla el sentido común y los dictados de nuestra bien educada conciencia y nos muestra la caravana de paradojas que encierran los utensilios que hemos creado para desenvolvernos en el día a día, que no es otra cosa que un rastro sutil de nuestras propias contradicciones. El fotógrafo, que admite influencias pero rehúye de clasificaciones, expondrá en la Comunidad de Madrid, a partir del miércoles, una retrospectiva de sus obras en blanco y negro, la mayoría de ellas jamás contempladas en público, realizadas entre 2008 y 2014. El comisario, que conoce muy bien su obra, es Borja Casani.
–¿Cuál ha sido la principal evolución que ha apreciado en su trayectoria?
–La ampliación de elementos que van apareciendo en mis imágenes y que voy tocando. He incorporado registros a los que no me había acercado antes o lo había hecho de una manera somera. Ahora tienen más presencia. El grueso de la exposición sigue girando alrededor del objeto, pero a su vez se han integrado otros que proceden de la naturaleza y que disfrutan de una mayor presencia. Pueden contemplarse figuras de animales; dibujos, que pueden verse de una manera puntual y sobre los que se construye una imagen, caligrafías, que provienen de mi acercamiento a la literatura y al libro. Aquí están emparentadas con la poesía.
–No es la primera vez que aparecen letras en sus fotografías.
–Es algo sobre lo que mantenía cierta distancia. Estaban presentes, aunque de manera puntual, pero siempre porque tienen una relación directa con la poesía, que ha sido uno de mis ejes.
–Muchos han reconocido una evolución en su obra.
–Depende de los momentos, puede existir esa sensación. En otros instantes no ha sido tan patente como ahora. Pero tampoco creo que haya ningún corte o cambio drástico. Lo que he tratado de hacer es enriquecer las posibilidades de mi trayectoria.
–Las cámaras y los «smartphones» ofrecen la posibilidad de conseguir grandes imágenes. Pero, en cambio, no permiten imitar lo que usted hace. Sigue siendo un coto exclusivo de artistas.
–El discurso técnico me preocupa en la medida en que quiero obtener una imagen en el punto correcto porque me parece necesario para esa imagen. Siempre he dejado de lado toda esa renovación tecnológica que está sucediendo ahora alrededor de la fotografía porque, lo que en el fondo me interesa, es lo que aparece en la imagen y qué posible reflexión suscita. Intento llevar la imagen a mi terreno. Ése es mi ejercicio de pensamiento. Es cierto que ahora se ha producido una renovación. A la fotografía se le ha dado la vuelta de arriba abajo. Ahora no supone ningún problema conseguir imágenes irreprochables, resulta mucho más sencillo. La cámara resuelve todos los problemas complejos que pueden plantearse y que antes, para solucionarlos, necesitabas cierto oficio. La tecnología ha resuelto eso. Y a mí me parece muy bien. Ha pasado el momento de dejarnos deslumbrar por la resolución técnica. Si damos por hecho que eso es sencillo, habrá un paulatino desplazamiento del interés hacia lo que estás contando y cómo lo has resuelto.
–Sus imágenes tienen humor.
–Pero no lo persigo de manera consciente. Va implícito en las propuestas de las mismas imágenes, que tampoco pretenden ser filosóficas ni profundas. Yo intento que mis fotos me sirvan a mí, como primer observador, para replantearme el entorno y descubrir objetos que no tienes definidos. Una imagen me ayuda a poner en claro mis ideas. Me ayuda a pensar. El humor está ahí por el desconcierto que provoca la instantánea. Pero está implícito en el objeto. Al hacer la manipulación es como se pone en evidencia algo que estaba en segundo plano. Cuando un espectador lo ve, lo reconoce. Pero esa paradoja estaba ahí siempre. Ya lo habías intuido, pero no lo tenías demasiado definido. Eso es lo que te inspira esa sonrisa, y es de donde nace la complicidad con las personas. Soy consciente de que la mayoría de las personas que visitan mis exposiciones acaban con una sonrisa. Es algo que no rechazo, pero que tampoco persigo.
–Nos ha descubierto la vida de los objetos.
–(Risas) Las imágenes tienen diferentes lecturas. Siempre me quedo con la sensación de que pierdo el control de mis fotografías, que el público se apropia de ellas a través de la lectura que hace, porque eso tiene que ver con su forma de entender la vida. A partir de ahí la obra se incorpora la idea de la realidad de cada uno.
–¿Cómo encuentra esas ideas?
–Algunas de las imágenes han caído del cielo. Las ideas surgen a través de los objetos que llegan a mis manos. Los encuentro en cualquier parte, en un mercadillo... Me cruzo con ellos y es como una idea, una emoción. Enseguida te das cuenta de con cuáles puedes trabajar para ponerlos en evidencia. Conseguir que ese proceso tenga éxito me ha llevado a colocar un mecanismo en mi cabeza semejante al de una obsesión para reconocer inmediamente lo que busco. Es igual a lo que sucede cuando pierdes las llaves: no recuerdas dónde las has dejado y, a las cinco horas, vas y te acuerdas. ¿Por qué? Porque tu cabeza ha estado trabajando, dando vueltas a ese asunto. Mi proceso es algo parecido.
–Siempre se muestra alerta con los objetos.
–(Risas). Sí. Estoy alerta con ellos. Estoy receptivo a ellos a lo largo del día. No soy de los que entra en el estudio a las diez de la mañana y me impongo un horario. Lo que intento es estar receptivo al entorno. Voy tomando notas mentales, memorizo detalles que luego desarrollo.
–¿Hay algunos que, por su naturaleza, son más difíciles de fotografiar?
–Sí. Eso es cierto. Hay objetos con los que he intentado hacer cosas y que por mi propia incapacidad, no lo logras. Les das vueltas, pero... Siempre hay objetos que se te resisten, por lo que simbolizan, porque son distantes y fríos. No tengo la capacidad para trabajar con cualquier objeto. Con los años tengo ya cierto oficio y cuando te proponen un encargo con un objeto determinado, lo sabes solucionar, pero a lo mejor no consigues incorporarlo a tu propio discurso.
–¿Hay objetos con más posibilidades que otros?
–Creo que existen algunos que son inagotables. Unos más que otros, claro. Si tengo que pensar en uno, te diría que el libro. Es fascinante. Es uno de los que más he repetido. Va apareciendo a lo largo de mi trayectoria. Con otros, la sensación no resulta tan fácil, pero, en esos casos, me digo que es por mi culpa. No es que estén agotadas sus posibilidades, sino que el limitado soy yo, el objeto es ilimitado siempre. Si das con otro artista, seguro que encuentra unas posibilidades que yo no he visto. En ese sentido soy más limitado que los objetos.
–¿No teme quedarse sin imaginación?
-(Risas). Es algo que no quieres pararte a pensar, una idea con la que tienes que convivir. Pero eso es inherente a todos los procesos creativos que no terminas de manejar del todo. Siempre vas encontrando nuevas ideas. Tienes la impresión de que vas a dar con un hallazgo. Pero no tengo tan claro que eso esté asegurado para siempre y que dentro de un tiempo siga sucediendo. Es como una despensa de la que vas sacando tus recursos hasta que un día, y que puede llegar, echas mano y ves que se ha quedado vacía y ya no hay nada. Pero esa preocupación es general. Todos los artistas se preguntan hasta cuándo va a durar, cuándo van a agotarse las ideas...
–¿Qué ha sido lo más complicado de fotografiar?
–Si me atengo al proceso, a la realización, recuerdo cuando hice un arco de libros, que me costó mucho. Era difícil que se sustentaran. Pero era una bobada, una cuestión física. Lo más complicado siempre tiene que ver con las propiedades formales del objeto. Unas pequeñas tijeras, una aguja, con el material con el que están hechos, además, son agradecidos, son mínimos, humildes, pequeñas joyas. Otros objetos cuesta más abordarlos. Creo que la dificultad proviene del material con el que están construidos.
–Mantiene una relación especial con los objetos...
–Es una mirada de respeto hacia ellos. Solamente los tenemos en cuenta para cumplir con nuestras propias necesidades y, a veces, no les prestamos atención. Y son agradecidos en el momento en que los miramos con cariño, respeto y les añadimos una mirada con la intención de traerlos a nuestro terreno para tomar conciencia de alguna de sus peculiaridades. Tengo la sensación de que trato al objeto con el mismo cariño que un poeta trabaja con las palabras. En cuanto les das afecto, tomas conciencia de ellos.
La ropa de un hermano mayor
Nació en Madrid en 1958. En 2000 obtuvo el Premio Nacional de Fotografía. Cuando se le pregunta si se mantiene ajeno a las clasificaciones y movimientos, Chema Madoz responde con una explicación medida: «Si hablamos de corrientes, como el surrealismo o el minimalismo, me parece que es como si yo me pusiera la ropa de un hermano mayor: siempre me quedaría una manga larga, una pernera corta... No lo sientes como totalmente propio. En mi trabajo hay influencias de diferentes vertientes artísticas, pero también, en medio, existen otros aspectos que me han ido marcando, como la mirada personal. Cualquier terminología categórica me deja en un punto raro».
- Dónde: Sala de la Comunidad de Madrid-Alcalá 31
- Ccuándo: del 13 al 22 de mayo.
- Cuánto: entrada libre.