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Cine quinqui: cuando los bandoleros iban en moto

El documental «Navajeros, censores y nuevos realizadores» , que se ha presentado en el Festival de Málaga, pone en valor el cine de delincuencia que conquistó la taquilla española entre los 70 y 80.
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El documental «Navajeros, censores y nuevos realizadores» , que se ha presentado en el Festival de Málaga, pone en valor el cine de delincuencia que conquistó la taquilla española entre los 70 y 80.
Salió la pus. Como cuando se revienta un grano. Porque la pus ya estaba ahí, de hecho, pero era imposible pregonarla. Hasta el 11 de noviembre de 1977, el día en que un decreto ley abole la censura en España. Y entonces... ¡plas! El cine se llenó de carreras de coches, persecuciones, tirones, reyertas, apodos lumpen (El Pacorro, El Majara...), drogas, desnudos... Todo lo que antes estaba prohibido eclosionó. Eran los primeros golpes del cine quinqui. Y a la gente aquella sucia orgía de libertad le encantó. «Perros callejeros», la cinta fundacional de este movimiento sui generis y en cierta medida efímero, se empezó a rodar con la idea de estrenarla precisamente cuando cayera la censura. Y así fue: su primer pase tuvo lugar el 24 de diciembre de 1977. Su autor, José Antonio de la Loma, era un avezado director comercial formado en el género (el policiaco y el spaghetti western, sobre todo) que vio una posibilidad de contar como nunca antes todo lo que se había silenciado respecto a la vida de los edificios-colmena surgidos junto a los descampados de las grandes capitales.
La historia y el historial delincuencial del Torete (Ángel Fernández Franco se interpretaba a sí mismo en la cinta) cautivó al público. «De la Loma se dio cuenta de que ahí había un filón y ya en el 78 rueda la segunda parte. Haría cinco en total, incluso una versión femenina: “Perras callejeras”», explica Rafael Robles, director de «Navajeros, censores y nuevos realizadores», un documental que se presenta en el Festival de Málaga y en el que, a través de imágenes de época, fotogramas y el testimonio de especialistas, pretende «poner en el lugar que merece este tipo de cine que durante mucho tiempo fue desprestigiado por críticos e intelectuales, pero que conectó con el público y nos ha dejado un legado cinematográfico e histórico».
El fin de la censura
Para el historiador del cine Román Gubern, De la Loma «inventó el cine quinqui», pero ya antes, latiendo por entre las prietas costuras de la censura, había habido un caldo de cultivo en el policial de los 50 (especialmente desde Barcelona, como «Brigada criminal» o «Apartado de correos 1001») y en títulos que ponían en la picota el problema de las perspectivas de los jóvenes desarraigados, caso de «Los golfos», de Carlos Saura a la que la censura mutiló 12 minutos. Pero mientras en Italia y Francia el «giallo» y la «nouvelle vague» recogían en la pantalla el testigo libertario de mayo del 68, España tuvo que esperar otros 10 años, con el fin de la censura y las primeras elecciones democráticas, para mostrar los problemas de delincuencia y marginalidad que el desarrollo urbano había generado. Porque antes, explica el guionista Michel Gatzambide, «los arquetipos no se podían tocar: el policía era siempre el bien y el delincuente el mal. Había incluso una visión condescendiente que permitía la redención final del malvado». En cambio, en los 70 la línea divisoria se difumina: la droga corre de policías a ladrones y figuras como El Vaquilla ganan un aura de santidad, como si de nuevos bandoleros o Robin Hood se tratase. Eso sí, todos acaban mal «en el cine y en la realidad», precisa Gaztambide.
No hay redención. Juan José Moreno Cuenca muere de cirrosis a los 42 años en la cárcel; el Torete, de sida a los 31. Han sido leyendas efímeras de un género que, más que un movimiento, fue una explosión. «Reunir 70 películas en 5 o 6 años no es fácil. Y eso fue gracias al público», señala Robles. Títulos como «El diputado», “Colegas», «Los violadores del amanecer», etc, integran el canon de este «exploit» rentabilísimo: cine de muy bajo presupuesto que hizo caja a espuertas. El éxito de «Perros callejeros» abre la veda. En Madrid, Eloy de la Iglesia toma buena cuenta de la lección de De la Loma. De ahí surgen «El pico» y su secuela, «Navajeros», «La estanquera de Vallecas», clásicos ya no solo del género sino del cine español. Hasta los «autores» quieren ser quinquis: Carlos Saura rueda «Deprisa, deprisa» (1981) y gana el único Oso de Berlín para nuestro país hasta la fecha; Manuel Gutiérrez Aragón estrena «Maravillas» (1981). Carreras, picotazos, motines carcelarios, atracos... Todo emerge en la pantalla. «Por primera vez se pueden mostrar desnudos y acción y que los protagonistas de las películas sean los jóvenes. Si cogemos esos ingredientes, todo lo que la censura prohibió durante 40 años –sexo, violencia y drogas– y lo agitamos, sale el cine quinqui», resume el director de «Navajeros, censura y nuevos realizadores». Por supuesto, matiza el crítico José Luis Sánchez Noriega, no falta «un punto de sensacionalismo en estas películas, que son muy combativas». Son un aullido discordante con el presunto optimismo de la naciente democracia, la cara B de la España que quiere publicitarse por el mundo como una nación fiable tras cuatro décadas de franquismo. «La Transición grabada a pie de calle», según el productor Gervasio Iglesias. Sin embargo, a medida que este periodo especial va quedando atrás, el cine quinqui pierde fuelle. «El Lute» (Vicente Aranda, 1987) dará el último tirón del género. «Es una paradoja que este personaje, el primero de los quinquis reales –explica Robles, quien matiza que quinqui viene de quincallero, la profesión original del Lute–, sea el último cinematográfico». Hay motivos: España entra en Europa, la televisión y el vídeo doméstico se apropian del público, la fórmula se va desgastando por sí misma, la Ley Miró promociona el cine intimista y autorial... «Y el Vaquilla está en la cárcel», añade el director del documental. Los delincuentes callejeros desaparecen de la pantalla. Pero algo de aquel cine se refleja en la obra de realizadores como Urbizu, Bajo Ulloa, Sorogoyen, Carlos Salado (responsable del «revival» etiquetado como «neoquinqui») y Alberto Rodríguez. Con «7 vírgenes», con «Grupo 7», el sevillano declara su amor a un subgénero «made in Spain»: «Este cine muestra lo que hay en las alcantarillas, lo que mueve las ciudades y por eso nos resulta tan atractivo», afirma.