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«Amar, beber y cantar»: Viva la muerte

Director: Alain Resnais. Guión: Laurent Herbiet y Alain Resnais. Intérpretes: Sabine Azéma, André Dussolier, Hyppolite Girardot, Sandrine Kiberlain. Francia, 2014. Duración: 118 min. Comedia dramática.
larazon

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Las tres últimas películas de Alain Resnais están atravesadas por un hálito de muerte. Y sin embargo, la muerte siempre está fuera de campo, ausente, es alguien de quien hablar y a quien no ver, a pesar de que –en la más extraña y mejor de la trilogía, «Las malas hierbas», de un modo más sutil– sea el motor de la acción. Resnais, como Oliveira, podría seguir haciendo cine, y tendríamos la sensación de que habría perdido el respeto a la muerte, que no se la está tomando demasiado en serio. Era incapaz de realizar una película testamentaria, probablemente porque hacía años que filmaba con la lúdica urgencia de quien no tiene nada que perder.
«Amar, beber y cantar» gira en torno a un hombre moribundo, al que los seis protagonistas, repartidos en tres parejas, aman o han amado (o admirado) a su manera. Alrededor de ese vacío, Resnais monta un vodevil deliberadamente artificioso, con sus traiciones e infidelidades, siguiendo el modelo de sus anteriores adaptaciones de obras de Alan Ayckbourn, las deliciosas «Smoking/No Smoking» y «Asuntos privados en lugares públicos». Esto es, los personajes, proyectados sobre trampantojos bidimensionales, como si se despegaran de una viñeta animada cubierta por cortinas, juegan a malabares con las máscaras que la vida les ha obligado a ponerse. Da la impresión, sin embargo, de que en las películas de Alain Resnais, aún más que en las de Godard, todo ocurre entre las imágenes, en esas transiciones que vinculan, de un modo secreto, una escena con la siguiente, como allí se dieran los impulsos eléctricos de una sinapsis nerviosa. No hay tanta diferencia entre los majestuosos travellings por los pasillos y estancias de aquel Marienbad de infausto recuerdo y los repentinos recorridos por una carretera de la campiña británica de «Amar, beber y cantar». Si, además, aparece un topo que podría haberse escapado de «Meet the Feebles» de Peter Jackson, ¿cómo resistirse a semejante epitafio?