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«¡Ave, César!»: Hollywood Babilonia

Dirección y guión: Joel y Ethan Coen. Intérpretes: J. Brolin, G. Clooney, A. Ehrenreich, S. Johansson. EE UU, 2016 Duración: 106 minutos. Comedia dramática
La Razón

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La comedia («Crueldad intolerable»), el neonoir («Sangre fácil»), el musical («Oh Brother»), el western («Valor de ley»), el cine de gangsters («Muerte entre las flores»), el cine de terror (la segunda parte de «Barton Fink»)... La obra de los Coen se basa en la reescritura posmoderna de los géneros clásicos, en una suerte de lectura crítica de sus códigos adaptada a una sensibilidad escéptica, por no decir nihilista. En ese sentido, «¡Ave, César!» está planteada como una película-compendio, una auténtica antología de la intertextualidad innata al imaginario coeniano: la trama principal se ramifica, o se interrumpe, con distintas recreaciones de películas ya existentes (algunas fácilmente reconocibles, como «Un día en Nueva York», «La primera sirena», «Ben-Hur» o los westerns de Audie Murphy; otras menos evidentes, como el drama sofisticado que da pie a una de las secuencias más memorables de la película, la que ilustra la clase de dirección de actores que imparte un cineasta paciente y elegante (Ralph Fiennes) a un cenutrio cowboy cantante (un magnífico Alden Ehrenreich). No son desvíos caprichosos, en cuanto levantan acta de la religión a la que los Coen profesan todas sus plegarias: el cine.
«¡Ave, César!», pues, es la versión laica, juguetona, de las Sagradas Escrituras, que cambia el clásico «amén» por el jocoso «anything goes» (todo vale). No en vano, es fácil establecer paralelismos, por mucho que los Coen lo nieguen, entre Eddie Mannix, el solucionador de problemas de Capitol Studios, con la figura de Cristo, con su complejo de culpa a cuestas por no poder dejar de fumar y su adicción a salvar la imagen pública de la gente del cine. Como ocurría en «Un tipo serio», es posible que Dios se divierta gastándole bromas pesadas a quien menos se lo merece, pero lo que aquí se pone en tela de juicio es en qué creer, o, mejor dicho, en la necesidad de creer en algo. El grupo de guionistas comunistas, tan típicam ente pynchoniano, que secuestran a la estrella del «peplum» (divertidísimo George Clooney) creen en Herbert Marcuse y Stalin. La susodicha estrella creería en los extraterrestres si alguien convincente le dijera que existen mientras lo invita a un Martini. Y Mannix empieza creyendo en Dios para acabar creyendo, como los Coen, en el cine. Será que los hermanísimos no son tan cínicos como nos quieren hacer pensar.