Catalán cañí
No es tan sorprendentes que detrás de un catalán universal aparezca, fulgurante, la España cañí. El porrón de Dalí, con su minibarretina en el tapón, es el equivalente al botijo de Bigas Luna, donde descubrió las esencias de la irreductible modernidad. El surrealismo más castizo de Buñuel y Dalí gravitan sobre Bigas Luna como ese hilo rojo del que Freud estiraba para llegar a lo más profundo del ser: lo cotidiano que reaparece detrás de lo conceptual.
El vídeo del collar de moscas vivas de Bigas Luna no necesita filiación cultural alguna para metaforizar un realidad histórica común de catalanes y aragoneses. En «Tres paellas con Bigas Luna», de Lucas Soler, el director habla de sus padres. Ella, muy española, él de una familia de intelectuales y fundamentalistas catalanes. «No se casó con mi madre –dice– hasta que no aprendió a escribir en catalán». Y termina: «A mí me emociona más la geografía que la política, más un paisaje que una bandera». Lo curioso es que su padre acabó montando una editorial de carteles taurinos y material turístico con la que ganó mucho dinero.
En su cine, desde «Bilbao» a la Juani, no hizo otra cosa que visitar los espacios del horror pequeñoburgués, marcando de forma indeleble las pautas del cine de Almodóvar, no sólo por los descubrimientos de Pe y Javier Bardem, sino por tomar la iniciativa de lo español, castizo y cañí en el contexto vanguardista. Bigas Luna asumió el kitsch como rasgo de estilo siempre y, muy en especial, en su «trilogía ibérica».
En el mundo, el «pueblo» es un referente lejano, ancestral, sofisticado y vanguardista, como lo fue en la poética de Buñuel, Federico y Dalí. Aquello familiar vuelto extraño. La fascinación por un primitivismo que convive en régimen de pervivencia rural y puede ser incorporado a la vanguardia gracias a la operación posmoderna. En esto, Bigas Luna es un autor «friki», pero con la retranca esnob del artista elitista, fascinado por la instalación de Mae West del Museo Figueras de Dalí, que es omnipresente en "Huevos de oro", por su recurrencia a la barretina, lo cutre y el Benidorm más hortera, aderezado con el onirismo de la mujer desnuda con el sexo repleto de hormigas.
Al comienzo, Bigas Luna fue un director marcado por el fetichismo, el diseño y una perversión un tanto petarda que dio origen a unos estigmemas tan reconocibles que, tras unos años en Estados Unidos, volvió al cine trastocándolos con «Jamón, jamón» y su «trilogía ibérica», en donde reivindica lo cañí sin eufemismos ni vergüenza. En la Penélope Cruz de «Jamón, jamón» está la Pe ajamonada y «maggioratizada» de «Volver». Una Sofía Loren que Bigas Luna crea para mejor parodiar y ensalzar el machismo español, con el toro de Osborne presidiendo como un fetiche amenazante las relaciones sexuales de los protagonistas. Imágenes tanto del clasicismo del cine italiano de los años 50 como del Marco Ferreri de «La carne», de la que tomará la mujer lechosa y desmesurada para «Bámbola», con Valeria Marini. Bigas fue un artista multifacético: diseñador, fotógrafo, creativo publicitario, cineasta independiente y videoinstalador. Un cineasta heterodoxo que triunfó en Cannes con «Bilbao» (1978), que, junto a «Arrebato», es el inicio de la posmodernidad en el cine español. Pudo alternar con la Virgen del Pilar y su ofrenda floral, la pasión por la paella valenciana y la reinauguración del histórico café cantante «El Plata», de Zaragoza, como cabaré ibérico, del cual era director artístico.
De nuevo lo carpetovetónico, la obsesiva mezcla de lo ibérico como supremo valor regional pasado por la estética «friki» de gordas peleándose a golpe de ubres chorreantes. No importa en qué terreno incidiera Bigas Luna, porque sus obsesiones persistían y su estética de lo cutre y del exceso kitsch reaparecían como objeto sublime, ya fuera en instalaciones conceptuales duchampianas como en la escena del olor y sabor de los pechos de Pe: uno a tortilla de patata y el otro a jamón, de «Jamón, jamón», cuya escena crucial es la pelea a jamonazos, que nace en Goya para morir en la estética del polígono industrial, bajo los testículos mudos del toro de Osborne. Preludio, sin duda, de la Juani, quintaesencia de las chonis poligoneras del cinturón industrial de Barcelona. Esa mezcla de lo castizo suburbial hispano y lo cañí en pleno corazón del separatismo catalán. Basta contraponer al atildado Arturo Mas, cual Lord Farquad, de «Shrek», y los raciales machos ibéricos y las «achilipús» agitanadas para entender hasta qué punto Bigas Luna captó las contradicciones del esencialismo catalán a través del «topical spanish». Como lo hicieron Pla y Dalí, sin salir de casa.