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Cuesta y Arévalo, en crisis rural

Protagonizan «Las ovejas no pierden el tren», de Álvaro Fernández Armero
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Luisa y Alberto atraviesan una crisis matrimonial: irse a vivir a un pueblo bucólico de la sierra en vez de ayudarles les está separando tanto o más –o todo junto– como la obsesión de ella por el segundo bebé, que no llega, o el bloqueo creativo de él. A Juan, hermano de Alberto divorciado y en plena crisis de los 40, le cuesta seguir el ritmo de su joven novia, Natalia. Y Sara, la hermana de Luisa, busca sentar la cabeza, aunque para eso primero debe encontrársela. «Las ovejas no pierden el tren», una comedia firmada por Álvaro Fernández Armero sobre momentos vitales, oportunidades perdidas y relaciones personales. Inma Cuesta y Raúl Arévalo son la primera de las parejas protagonistas, acompañados en el reparto por Alberto San Juan, Irene Escolar, Candela Peña, Kiti Manver y Jorge Bosch. Explica Cuesta a LA RAZÓN que «Alberto y Luisa son una pareja absolutamente volcánica, creo que tiene mucha verdad. A Raúl y a mí nos apetecía mucho que no fuera nada tópico. Las escenas en que discutían o se ponen a gritar delante del niño, y de repente se echan a reír, tienen mucha verdad». «Cuando leo un guión, para mí es importante saber quién va a hacer el resto de personajes. Era imposible decir que no, con Raúl de compañero: tenía ganas de trabajar con él».
El título nace de una conversación en la que los dos hermanos protagonistas, ante el desastre de sus vidas, maldicen las frases hechas como «perder el tren». «La película se ríe de esos tópicos –cuenta Cuesta– y uno de ellos es las oportunidades que pasan y parece que no van a volver, y aquí se demuestra que vienen otras y el momento de coger otro tren». Ella no cree en vía de tren: «Los treinta y algo son una edad clave para hacer balance, saber hacia dónde vas, si has conseguido tus objetivos en la vida... El mensaje que tiene esta película es muy positivo, porque uno siempre puede empezar de nuevo, tirarse a la piscina, arriesgar, reinventarse».
Raúl Arévalo bromea sobre lo de perder trenes: «¡Un AVE, una vez!». Ya en serio, cuenta que «con esa frase hecha, esto de arrepentirme de algo que hice, hasta ahora no he tenido esa sensación». Algo habrá hecho bien: la semana que viene opta a un Goya por su trabajo en «La isla mínima». El actor relativiza de forma honesta: «Gran parte no han sido decisiones, sino suerte de que me ha llegado ese proyecto». O sea, «potra, y luego yo currármelo». Resistente a las etiquetas –«en estos momentos sé menos que nunca qué soy»–, Arévalo se bate igual en comedias que en dramas, thrillers... «No sé qué decir. De repente soy el soso que s epone a hacer comedias. Yo mismo me desubico. A veces me siento muy cómodo en las comedias y en otros momentos me siento fatal y he hecho algunas horribles». Ésta le gusta porque «parte de una verdad y tiene fondo dramático».

Instinto maternal

«No quiero saber adónde me lleva la vida, ni me la planteo a largo plazo. No me gusta seguir las reglas ni lo que se supone que debo hacer. Tengo 34 años, y muchas amigas ya están casadas y tienen hijas. A veces tengo que escuchar comentarios como ‘‘¿pero tú quieres ser madre?’ ¿y qué edad tienes?’’ Pero todavía tengo tiempo si quisiera serlo», dice Inma Cuesta. La maternidad, dice, no le supone «conflictos ni estrés. Tengo instinto maternal. Es una cosa que me planteo a largo plazo».

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