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Daniel Sánchez Arévalo: «El desencanto hace que los populismos encuentren sitio»

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Aunque fue con la entrañable «Primos» (2011) con la que comenzó a seducir al gran público, Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) ya venía bien rodado del mundo del cortometraje. Pero para él, las dimensiones no importan y hasta se confiesa cortometrajista vocacional. Ahora, preside el jurado del Jameson Notodofilmfest, un certamen que cumple 15 años.
–Usted ha realizado 20 cortos y ha ganado más de 200 premios con ellos. Algo sabe del asunto como para presidir este jurado...
–Yo creo que me siento más cortometrajista que otra cosa. Este año he rodado varios para marcas comerciales y uno mío, «Queimafobia», por la pura necesidad de contar historias. Me encanta sentirme cortometrajista.
–¿Qué le da este formato que no tenga el largo?
–Garantiza libertad. Te libras de las ataduras de la industria, del entramado de productora-distrubuidora-exhibidores-cadenas de televisión... Con el corto estás solo ante el peligro, pero ¡bendita soledad! Para mí es como coger aire, descansar, pero haciendo algo creativo.
–¿Qué supuso para usted vencer en 2002 y 2003 en el Notodo?
–Este festival me cambió la vida. Ganarlo dos años consecutivos y que el segundo año, con «Exprés», acabara nominado a los Goya... Gracias a él mi productor se fijó en mí, me llamó, y hasta hoy. Pero yo no hacía cortos como peaje para realizar un largo. Los cortos tienen entidad en sí mismos, yo siempre los defiendo y regreso a ellos.
–¿Qué balance se puede hacer de los 15 años del certamen?
–Pues se ha instalado de tal manera en nuestra comunidad que ahora, cuando haces un corto de menos de 3 minutos, directamente dices «voy a hacer un Notodo». Es un festival que empezó de manera extraña, en una plataforma, internet, que no estaba preparada aun para la compresión de vídeos, y de repente fueron visionarios a la hora de marcar tendencia.
–¿Qué ingredientes tiene que tener un corto ganador?
–Ante todo, contar una historia. Me importan menos las formas o que cuente con más o menos medios. Lo importante es la historia en sí y que esté bien contada. Mi primer corto lo rodé en casa, con dos actores, y la cámara fija, y el jurado no se fijó en los medios de producción para premiarme.
–¿Los cortometajistas debutantes de hoy lo tendrán más o menos difícil de lo que lo tuvo usted?
–Más difícil. Siempre ha habido una sensación de embudo; que somos muchos cortometrajistas, muchos cineastas, y que eso se estrecha y no todos pasan. Siento que ese embudo ahora es más estrecho. Es cierto que puedes hacer pelis con muchos menos medios, el cine se ha democratizado y hay pocas cosas que te puedan impedir contar una historia, pero dentro de la propia industria se ha radicalizado mucho. Si yo tuviera ahora el guión de «AzulOscuroCasiNegro» y fuese el mismo chaval de entonces, me sería imposible hacer esa película. Me da la sensación de que hemos perdido pluralidad a la hora de contar historias, que se buscan productos «a priori» más comerciales. Se están polarizando los géneros y apostar por gente nueva con historias diferentes es cada vez más complicado.
–Usted, que ha vivido numerosas promociones de sus películas, se ha enfrentado el año pasado a la gira de su libro, «La isla de Alice», finalista del Planeta. ¿Ha sido muy diferente la experiencia?
–La gran diferencia es que estás solo y no arropado por el elenco de actores, pero he disfrutado muchísimo esos 3 o 4 meses de gira por España, en sitios maravilloso, comiendo bien y alojándote en buenos lugares. Tienes contacto con la gente, firmas libros, vas a las ferias... El libro me ha abierto un público nuevo, diferente al de mis películas. Así que lo he vivido con la ilusión de la primera vez, como con «AzulOscuroCasiNegro».
–¿Ha mantenido contacto con Rajoy después de la caja de tres DVD de cine español que le regaló?
-(Ríe) No, nuestra relación epistolar acabó ahí, decidí no seguir dando la lata. Espero que haya visto las películas, al menos la mía, aunque creo que la que más le gustaría es «El hombre de las mil caras». Aquello fue un gesto cariñoso, porque a veces hay demasiada tirantez y parece que estamos enfrentados, pero se pueden tender puentes de comunicación y cariño, que es lo que necesitamos los del cine. A Rajoy le pareció un gesto simpático.
–¿Qué está pasando en su familia? Su primo Raúl Arévalo arrasó el año pasado con «Tarde para la ira». ¿Hay más familiares dispuestos a dar la sorpresa?
–Mi sobrino hace unas esculturas de madera increíbles, es el verdadero genio de la familia.
–Les viene de casta, ¿no?
–Sí, mi padre es pintor. Ahora que estamos celebrando los 40 años de democracia, él hizo el cartel del PSOE. Pintó una España llena de color, utópica y le decíamos ahora: «Papá, nos engañaste, no todo era de ese color...» Pero salíamos de la dictadura y existía esa utopía.
–Ahora, hay quien reniega de ello...
–La Transición se hizo lo mejor que se pudo. Yo la recuerdo con ilusión, aunque era muy pequeño, 7 años, pero todo aquello de las votaciones, los mítines... Había una sensación de que, aunque fueran polos opuestos, existía una ilusión conjunta por el proceso democrático.
–¿Eso se ha perdido?
–Ahora hay una especie de desencanto preocupante y la sensación de que hay un modelo que no acaba de funcionar a nivel mundial, por eso surgen los extremos y los populismos encuentran su sitio.