Crítica de cine

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Peter Berg. P. Berg, Matt Cook, Joshua Zetumer. Mark Wahlberg, John Goodman, Kevin Bacon, J. K. Simmons. EE UU, 2017. 130 minutos.

Es una historial real, y los rótulos que marcan a lo largo de la película el tiempo que va quedando para que algo suceda, siempre significan que finalmente asistiremos a una tragedia. Aunque el espectador no haya leído una sola línea de la sinopsis y no tenga ni idea sobre la cinta, lo presentirá pronto con un evidente escalofrío. Porque desgraciadamente conocemos cómo golpea y se maneja el terror, el odio extremo. En efecto, la nueva película dirigida por Peter Berg (qué lejos queda aquel gamberro, irreverente y salvaje debut llamado «Very bad Things», todos fuimos jóvenes y novatos alguna vez) reproduce el atentado terrorista que se perpetró durante la maratón de Boston en 2013, justo un poco antes de la línea de meta, cuando murieron tres personas y más de 200 resultaron heridas, cifras que sin embargo podrían haber rozado el cielo, y sobre la posterior investigación realizada por la policía, pero, en esencia, el FBI (liderado por un pétreo y ajustado Kevin Bacon), para detener a los autores. Dos hermanos a quienes les corría el mismo veneno por la sangre. Uno de los agentes implicados en el caso, el sargento Tommy Saunders (Wahlberg, con más kilos y credibilidad encima que hace unos años), presente en aquellos espantosos momentos de caos, queda especialmente marcado por la masacre, y, tras asomarnos a las vidas anteriores de varios implicados en las explociones, asistimos a la meticulosa investigación desplegada (en la que fueron muy relevantes las grabaciones de ambos sospechosos realizadas por los propios ciudadanos con sus móviles y cámaras de vídeo) para dar con los culpables en la que Saunders participará de manera activa con rabia y deseo de venganza. Las escenas que reproducen el ataque resultan singularmente realistas, duras, con esas calles atestadas de miembros humanos esparcidos por el suelo mientras varios corredores siguen llegando a la meta como si no hubiera pasado nada, porque nada saben todavía. Mientras, un afligido hombre custodia durante horas el cadáver de un niño oculto bajo una sábana blanca. Tras caer uno de los autores y perseguir al otro durante un puñado de excelentes escenas nocturnas en las calles de una ciudad que parece fantasma, también de día por el toque de queda, y el posterior careo con la no menos peligrosa mujer del fallecido, ya todos sabemos cómo acabó la historia aunque Berg nos lo recuerda de igual manera: después de la detención, aquel tipo fue condenado a la pena de muerte. Y también muestra la otra cara, la de los supervivientes, con el recuerdo imborrable en sus amputados cuerpos de la sinrazón infame.