«El niño 44»: no existe el crimen en la Arcadia soviética
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Tom Hardy encarna a Leo Demidov, un agente soviético desplazado que decide investigar por su cuenta una serie de asesinatos de niños enfrentándose a la ley del silencio de los años 50.
Los mimbres de «El niño 44» (y hablamos, en primer lugar, de la novela) auguraban y hasta casi pedían a gritos una adaptación fílmica: un thriller trepidante, con un protagonista opaco, ex agente de inteligencia, que ha de seguir la pista a un asesino en serie, todo ello en un entorno de época francamente apetecible e inusual: la Rusia de los años 50. Género negro, de espías, de suspense, político, de psicokillers o de época. Había tanto donde elegir, y la resonancia crítica y de ventas de la novela de Tom Rob Smith –recién publicada en español, en la editorial Espasa– había sido tal, que lo raro hubiera sido que nadie reaprovechara un material de primera. Y allá se lanzó Ridley Scott.
«El niño 44» narra la historia de Leo Demidov, un antiguo héroe de guerra de la Rusia comunista, que desempeña su labor como agente del servicio secreto. En el curso de unas investigaciones sobre una serie de asesinatos a niños, es relevado misteriosamente de su cargo y obligado a abandonar sus pesquisas. Sin embargo, Demidov desafía a las férreas instituciones soviéticas y a la ley del silencio institucional para resolver por su cuenta el misterio de los menores desaparecidos. Sólo su mujer le apoyará en una lucha titánica contra el aparato. La novela del británico, magnífico debut literario, ya fue alabada por la crítica debido a su trepidante ritmo cinematográfico. De hecho, el autor trabajaba hasta entonces como guionista de televisión. Ese manejo del ritmo era una de las bazas a favor de su pronta adaptación a la gran pantalla. El trabajo de la productora de Ridley Scott fue depurar el material mediante un equipo muy ligado al «thriller». Richard Price, autor de novelas y guiones de suspense y crimen, se encargó de la adaptación, mientras que la dirección del filme la asumió Daniel Espinosa, director de origen chileno afincado en Estocolmo que ha dado el salto a Hollywood tras dejar huella en el «noir» sueco con películas como «Dinero fácil».
Dentro de la atmósfera de crímenes gélidos que rodea a la propia historia, en el «staff» de «El niño 44» no podía faltar otro guiño al mundo escandinavo y su supremacía en el género de intriga criminal. Se trata de la presencia como coprotagonista de Noomi Rapace, la sueca que saltó a la fama tras encarnar a Lisabeth Salander en la saga «Millenium» de Stieg Larsson. Rapace da vida a la esposa de Demidov, interpretado por Tom Hardy, quien este año ha cumplido con creces las expectativas en su aparición en la taquillera y alabada «Mad Max: Furia en la carretera».
Además de apoyarse en la intriga y en una recreación de época esmerada –50 millones de dólares ha costado la película–, la carga política y moral que se deriva de la historia de un hombre enfrentado contra todo un aparato de mentiras, hipocresía y silencio, es uno de los puntales en que se asienta el posible éxito y la ya existente controversia en torno a esta producción norteamericana. El pasado mes de abril, el Ministerio de Cultura ruso prohibió la difusión de la película en todo el territorio debido a «su distorsión de los hechos históricos e interpretaciones, durante y después de la Gran Guerra Patriótica».
Una proyección «inaceptable»
Con este apelativo, forjado en tiempos de Stalin, se conoce en Rusia a la Segunda Guerra Mundial. Setenta años después de aquella contienda, la Rusia de Putin no está dispuesta a que nadie interprete la efeméride: «La opinión de los difusores y representantes del Ministerio de Cultura coincide: la proyección de tal clase de películas en vísperas del 70 aniversario de la victoria es inaceptable». Así, «El niño 44» es una de las primeras víctimas de una ley rusa creada tras el escándalo en 2014 de «Leviathan», el filme de Andréi Zviaguintsev que fue considerado antipatriótico.
Probablemente conscientes de las dificultades de rodar en Rusia con un material poco del agrado del Ejecutivo de Putin, el equipo de producción se trasladó a la República Checa, especialmente a Praga y Ostrava, ciudades que sirven de molde para una Moscú siempre plagada de nieve y hostilidad, en la que reina la mordaza y las delaciones. Como en los tiempos oscuros de la Guerra Fría –la propia película se ambienta en los años más crudos del estalinismo y el enfrentamiento con Occidente–, las grandes producciones americanas se ven obligadas a recrear su Rusia particular lejos de los escenarios originales. Recuerden «Doctor Zhivago».