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El nuevo baile de Cenicienta

larazon

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Disney actualiza en «carne y hueso» el clásico con un gran despliegue de producción y fidelidad al original.
Ante un clásico –es decir, un Clásico, así, con mayúsculas– sólo caben dos opciones: o recrearlo tal cual, respetando y celebrando sus virtudes originales; o ponerlo patas arriba y subvertirlo punto por punto. Esta última es la tendencia actual en lo tocante a los clásicos animados o infantiles. El padre de la «criatura», por supuesto, es «Shreck» y la factoría Dreamworks, un exitoso espejo invertido de Disney. A partir de este ya clásico irreverente, las heroínas de nuestra infancia y los príncipes de antaño (también los de la factoría fundada por el mítico Walt) se vienen armando hasta los dientes y ejecutando arlequinadas más propias de «Matrix» que de «Bambi». Ejemplos: «Brave», con esa encantadora Rapunzel pelirroja que toma el carcaj y las flechas y sale en busca de aventuras; «Frozen», otra actualización de un Hans Christian Andersen; o «Maléfica», con la Jolie haciendo de mala malísima en otra revisitación posmoderna de «La bella durmiente». Con «Cenicienta», en cambio –la más grande entre sus heroínas–, Disney ha optado por la primera vía: el respeto al original para celebrar los 65 años de su primera adaptación al cine, la cinta animada que todos hemos visto antes de apuntar el bozo o abandonar la falda de tablillas. El elegido para este reto es alguien que sabe muy bien lo que significan las palabras «adaptación» y «fidelidad al original»: Kenneth Branagh, famoso por sus modélicas versiones de Shakespeare («Mucho ruido y pocas nueces», «Enrique V», «Hamlet»...).
Él mismo explica a los espectadores en qué consiste su «Cenicienta»: «Yo no quería verla con flechas ni armas; no quería mostrar a una mujer a través de su fortaleza física o mental, de forma parecida a un hombre; en cambio, deseaba mostrar, si se puede decir así, la fuerza espiritual de Cenicienta, porque me encanta esa fortaleza silenciosa, su no violencia; ella decide quedarse en esa casa al morir sus padres y siempre tiene presente el mensaje de tener coraje y voluntad que le han trasmitido. Yo no quería trabajar fuera de esa idea, que me parece muy potente. De hecho, hay que creer en ese poder y esa magia de los cuentos. No podía hacer nada más inteligente que ceñirme a ese mensaje de bondad y generosidad, así que, ¿para que salirse de ahí o mofarse o darle un giro?».
Un apasionado de «Pinocho»
Efectivamente, lo más novedoso de «Cenicienta» es la traslación a personajes de carne y hueso, con un reparto en el que brilla especialmente Cate Blanchett como madrastra. En esta revisitación del clásico, que ha arrancado su andadura en Estados Unidos con 70 millones de dólares recaudados en su primera semana, Lily James («Downton Abbey») se mete en la piel de la humilde huérfana, mientras que Richard Madden («Juego de tronos») hace las veces de príncipe; la siempre sorprendente Elena Bonham-Carter da vida a la hada madrina. En cuanto al argumento... nada que no sepan. Kenneth Branagh –a sus 54 años– se confiesa seducido por «Cenicienta», a pesar de que «Pinocho» encabeza sus preferencias infantiles. Hace tiempo que no es sorprendente verlo en traje de «blockbuster». Con «Thor» ya demostró que Shakespeare no lo es todo en su carrera. En esta nueva aventura maneja cifras de infarto, pero, «por suerte, el dinero no es mío y, por lo demás, afronto una película así como otra cualquiera: me intereso por el guión, el casting, los personajes...». En el fondo, la vida es teatro y, el teatro, a la postre, cuentos. Palabras, palabras, palabras... que diría el bardo de Stratford. «Soy un romántico optimista por naturaleza; creo en lo que pueden hacer creer los cuentos, son más profundos de lo que aparentemente pueda parecer», señala el irlandés. A estas alturas, Branagh no se siente capaz de etiquetar su trayectoria: «No hay ningún nexo de unión y hasta sería peligroso hacer películas pensando que tienen que encajar con las anteriores». No obstante, aventura, hay una mirada romántica sobre el mundo, un sentido de la pérdida –generalmente paterna– y ciertos conflictos de identidad shakespearianos («quién soy, cómo puedo hacer para ser feliz»)... Nada que, en el fondo, no lata en el cuento de Charles Perrault.
Como no podía ser de otro modo, la producción de «Cenicienta» ha echado el resto en el baile real, punto álgido de la vieja narración y la actual reconstrucción. «Queríamos que todo el mundo se sintiera invitado, dentro del baile; y estábamos muy emocionados con el rodaje de esas escenas; no hablo sólo de las mujeres que estaban allí, incluso a los técnicos se les caía la lagrimilla», rememora Branagh. Ironía: Lily James llegó tres días tarde al baile, al rodaje del mismo, por culpa de un resfriado. Es en este tramo de la película en el que brilla con luz propia el trabajo (el derroche) de producción, encabezado por el diseñador Dante Ferretti, reputadísimo escenógrafo de ópera. Vamos con las cifras: el salón de baile mide 45 metros de largo por 35 de ancho, con suelos de mármol importado, cortinas de casi dos kilómetros de telas, 17 arañas, 16.000 flores de seda, más de tres kilómetros de terciopelo turquesa y 5.000 lámparas de aceite. Sólo en el vestido de Lily James para tan magno evento –y a pesar de que, como saben, a las doce todo acaba– se han invertido 246 metros de tela, 10.000 cristales Swarovski y 4,8 kilómetros en concepto de enaguas. Un poco menos espectacular, el del hada madrina, Helena Bonham-Carter. La actriz aporta un toque de locura al clásico: «A Helena le quitamos la correa y la dejamos hacer; toda la secuencia del hada madrina fue improvisada y anárquica, una locura, como el ‘‘Sueño de una noche de verano’’ de Shakespeare, la misma locura y espontaneidad», manifiesta Branagh. Disney confía en revalidar con esta nueva adaptación el romance entre el público familiar y la más encantadora de sus heroínas.