El sueño eterno
Fuerte y con carácter, se sintió cómoda en papeles masculinos. Representó al mito del cine clásico de una época dorada. Amó intensamente a Bogart, con quien dio lo más grande a la pantalla. Su halo se dejó sentir en la estética de la época
Con diecinueve años, incendió las pantallas. Lauren Bacall, la belleza de mirada insolente, falleció a los 89 años en Los Ángeles. Con ella se va uno de los mitos de la época dorada de Hollywood.
No fue un amor a primera vista. Cuando Lauren Bacall conoció a Bogart «no hubo truenos ni relámpagos», contó en su autobiografía: «Bogart era menos alto de lo que yo había imaginado, un metro setenta y nueve, y parecía un hombre agradable». Su relación se forjó a medida que rodaban a las órdenes de Howard Hawks «Tener y no tener» (1943), basada en una narración de Ernest Hemingway. Algo imperceptible, unos guiños cómplices entre los dos que el director supo incorporar a las relación cinematográfica de los personajes. La primera escena que rodaron juntos fue la de las cerillas. Temblaba tanto Lauren Bacall al decir «¿Alguien tiene una cerilla?» que tras varias tomas fallidas decidió contener el nerviosismo y mantener la cabeza baja, la barbilla inclinada sobre el pecho y levantar los ojos aterciopelados hacia Bogart. «Funcionó bien –cuenta Betty–, y resultó ser el comienzo de «La mirada». «The Look» cambió la forma de entender la sexualidad en el cine impuesta por las mujeres fatales de los años 30.
Howard Hawks había contratado a una modelo que su mujer había visto en la portada de «Harper's Bazaar» y decidió modelarla hasta convertirla en una estrella. Tenía 18 años y la mantuvo entre clases y consejos hasta que consiguió un trato con la Warner Brothers para que protagonizara con Humphrey Bogart «Tener y no tener». Quería que la imagen de la nueva actriz fuera «brillante, enigmática y obsesionante». Le buscó un nombre, Lauren, y como a todas las heroínas de su cine la indujo a adoptar un estilo masculino, insolente y directo. «Segura de lo buena que eres y nada de debilidades ni desvanecimientos» –le dijo a Bacall. Para ello, preparó a la estrella en ciernes estudiando y declamando las escenas más emotivas con su voz grave y seductora. La quería tal y como era. «Lo único que tienes que aprender –le dijo–es a no actuar».Para completar su ideal de estrella de los años 40 impidió que maquilladores y peluqueros la transformaran en una nueva Rita Hayworth, manteniendo el rostro de Bacall sin artificios: cejas gruesas, dientes torcidos, extremadamente delgada, pechos diminutos y el pelo suelto y volandero, como si tuviera vida propia cuando la actriz lo agita suavemente. Y observaba en contrapicado a Bogart con esa «mirada» de mujer segura de sí misma. El modelo de mujer fuerte nace en la posguerra, con la era del ocio de masas y el glamour de la sensualidad insinuada con frases de doble sentido por encima del exotismo y la perversión de las mujeres fatales como Garbo y Dietrich. Al igual que Barbara Stanwyck y Katharine Hepburn, Lauren Bacall fue una mujer fuerte que ocupaba el rol masculino en un momento en el que el héroe posbélico, inseguro y traumatizado, comenzaba a dudar de su masculinidad. Excepto Humphrey Bogart, protagonista esencial del nuevo cine negro, y Lauren Bacall, que representa el nuevo tipo de mujer ondulante, seductora y desacomplejada. Carente de los artificios de bombas sexuales como Ava Gardner, Lana Turner y Marilyn Monroe, que encarnarían la sexualidad exultante de los años 50. El romance entre «la flaca» y Bogie se inició a mitad de rodaje. Una tarde Bogie entró al camerino de Betty para despedirse y la besó. Sacó una caja de cerillas y le pidió, jugando con la escena, que apuntara su número de teléfono. Ella tenía 19 años y él 44, era alcohólico, como su mujer, con la que mantenía una relación violenta. Al matrimonio se le conocía como «los luchadores Bogart».
Mientras el idilio se mantenía entre bambalinas, con escapadas en el yate de Bogart por Newport, volvieron a ser pareja estelar en «El sueño eterno». Una escena típica de Hawks de «sexo por deducción» resume la enorme y sensual atracción de la pareja, cuando Bogie la besa y ella le dice, con su voz grave: «I like that. I'd like more» (Me gusta. Quiero más). La vida diaria no podía ser más opuesta al idilio de celuloide. Un día que «Bogie» la llamó desde su casa para decirle que la echaba de menos, Mayo, su mujer, le arrebató el auricular y le gritó: «Atiende, zorrita judía, ¿quién va a lavarle los calcetines, tú? ¿Tú vas a cuidarlo?». Tras un divorcio borrascoso, Bogie logró la anulación de su matrimonio y pudo casarse con Lauren Bacall en 1945. Howard Hawks, que siempre estuvo enamorado de ella, no acudió a la boda ni quiso volver a dirigirlos, por lo que sus dos siguientes y últimas interpretaciones juntos fueron dos filmes negros de inferior calidad, «La senda tenebrosa» y «Cayo Largo».
La caza de brujas cayó como una bomba en Hollywood y la pareja tomó partido en contra del senador MacCarthy. El grupo de apoyo lo formaban John Huston, John Garfield, Betty y Bogie y una decena más de actores que se solidarizaron con «los diez de Hollywood», acusados de pertenecer al Partido Comunista. En un avión fletado por el magnate Howard Hughes, volaron a Washington para explicar en rueda de prensa la represión contra sus compañeros y se presentaron en el Capitolio para ser recibidos por el presidente Truman. Pero no fueron recibidos y Betty escribió un incendiario artículo en el «Washington Daily News» denunciando que, «cuando empiezan a decirte qué película tienes que hacer y qué temas puedes tocar, no queda otro remedio que levantarse y luchar». La pareja ideal de Hollywood no sufrió las consecuencias de la «caza de brujas» quizás porque Bogie había rechazado el comunismo y haber militado en el Partido Comunista.
Al año siguiente nació su primer hijo, Stephen, y la vida profesional de ambos actores tomó caminos distintos. Tras unas cuantas películas desastrosas, Betty rompió el contrato con la Warner y viajó a África para pasar juntos el rodaje de «La reina de África» (1956). El físico de Bogie ya mostraba los signos del cáncer que lo estaba minando. Aquel año funesto, Lauren Bacall vivió momentos desoladores, superados gracias al apoyo de su amigo Frank Sinatra, que estuvo visitando al matrimonio durante la agonía de Bogie. Luego, siguieron viéndose hasta que se estableció una relación sentimental intermitente que se mantuvo hasta que la pidió en matrimonio. La indiscreción de la Prensa hizo que el cantante cancelara su compromiso y desapareciera de su vida como había llegado, sin más explicaciones. Cuando el mundo del cine la hizo sentirse como una moneda de dos centavos, Betty volvió su mirada al teatro y triunfó en Broadway con una comedia de cambio de sexo, «Goodbye, Charlie» (1959), iniciando en Nueva York una relación con Jason Robars, que comenzaba su carrera. Mientras rodaba en la Costa Azul «Suave es la noche», Betty descubrió que estaba embarazada. Se casaron en 1961 y durante ocho años, según cuenta la actriz, vivió «una temporada de alcohol y delirio», hasta que, harta de las borracheras y malos tratos de Jason Robars, se divorció en 1968. Cuando Hollywood le dio la espalda, Betty encontró en Broadway el escenario de sus nuevos éxitos con comedias como «Flor de cactus» (1968), repitiendo el éxito con el musical «Applause!» (1970), basado en el filme «Eva al desnudo» (1951), con el papel de Margo Channing, que había interpretado en el cine la actriz que Lauren Bacall más admiraba de niña: Bette Davis.
CONTRA LA «CAZA DE BRUJAS»
En 1947 fueron juzgados los llamados «Diez de Hollywood»: un direfctor (Edward Dmytryk) y nueve guionistas acusados de tener ideología comunista.Sin embargo, hubo unos 50 actores que salieron en su defensa, entre los que se contaban Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Henry Fonda, John Garfield, Edward G. Robinson, Judy Garland, Katharine Hepburn, Ira Gershwin, William Wyler, Groucho Marx y Sinatra (en la imagen).