«El viaje de Bettie»: Lo peor de una historia

Con una filmografía que dura medio siglo y un saber estar a prueba de bombas, da la impresión que Catherine Deneuve podría saltar de un avión sin paracaídas y caer de pie. Es lo que hace la mayoría de las veces, cuando, en una carrera que pasa del centenar de títulos, se ofrece, por el placer de estar ocupada, a ser el centro de gravedad de una película que, en su ausencia, se derrumbaría como un castillo de naipes. Es el caso de «El viaje de Bettie», que Emmanuelle Bercot organiza alrededor de ella sin que se le caigan los anillos. Cuando Bettie decide abandonar en pleno servicio el restaurante que regenta para comprar cigarrillos y encontrarse a sí misma –o para alejarse de lo que la ha retenido en una vida más provinciana de lo que se merecía–, es imposible que el espectador ponga en duda ese acto de rebeldía, porque la autoridad de Deneuve está más allá de la verosimilitud de su personaje. Es decir, sus contactos con nativos de la Bretaña alérgicos a la celebridad o con un joven que queda prendado de su belleza un tanto autista en un club de carretera resultan de lo más divertido.

Esta modesta «road movie» empieza a perder aceite cuando a Bettie le aparece un nieto de la nada y su viaje adquiere un propósito. Si la iconicidad de la Deneuve, su divismo desprejuiciado, era suficiente para poner el motor en marcha, la heroína que encarna pierde puntos cuando se le concede la posibilidad de un relato familiar. La parada y fonda en un balneario donde se celebra el aniversario de un concurso de belleza en el que Bettie participó tiene su gracia, pero la película da demasiadas vueltas antes de llegar a su destino, y da la impresión de que ni Bercot ni Deneuve sabían ni dónde ni cuándo parar.

Lo mejor: Con la Deneuve no puede ni la 'road movie' más desorientada.

Lo peor: La segunda parte del filme, menos episódica, más tópica, desinteresa.

Sergi Sánchez