«Escuadrón suicida»: Nueve del patíbulo

En estos tiempos en los que cualquier superhéroe cotiza al alza cuanto más supervillano es, no debe de extrañarnos que una pandilla de supervillanos acaben convirtiéndose en una solidaria manada de superhéroes. Y aunque el sustrato ideológico de la película –que era mucho más novedoso en 1987, fecha en que apareció la versión del cómic de John Ostrander– que en 2016 señala con un dedo acusatorio, en plena vena conspiranoica, al gobierno norteamericano como origen del mal, «Escuadrón suicida» prefiere no hablar de política. Su existencia sólo se entiende como operación de pura inercia mercadotécnica o, lo que es lo mismo, como ¿necesario? episodio de transición entre «Batman vs. Superman» y las futuras aventuras de la Liga de la Justicia. David Ayer parece haber construido su particular concierto de rock sinfónico a partir de las imágenes de un tráiler que causó orgasmos en las redes sociales. De ahí los obvios y monumentales desequilibrios de la película: un larguísimo primer acto, esclavizado por el poderío estrellado de Will Smith, que relega a unos cuantos miembros del escuadrón a una línea de diálogo; la falta de carisma como mal endémico de estos «Doce del patíbulo» de pacotilla; una supervillana estática, con una misión de lo más críptica y un «look» entre hortera y post azteca; y un Joker (Jared Leto intentando enmendarle la plana a Heath Ledger) que parece haberse equivocado de fiesta, teniendo en cuenta el poco tiempo de metraje que se le reserva en el montaje final. El resultado es bastante parecido a una estafa, si no fuera porque Margot Robbie se deja la piel en una memorable encarnación de la mítica Harley Quinn, la payasa psicópata.