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Chus Lampreave, la rebelde conservadora

Trueba, Berlanga, Cuerda... Todos la querían, público incluido, pero fue Almodóvar quien la convirtió en la musa de su cine. No paró hasta tenerla

Chus Lampreave
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Chus Lampreave, una secundaria de lujo en la treintena de películas que hizo y especialmente popular a partir de sus trabajos con Pedro Almodóvar, ha fallecido a los 85 años en Almería.

¿Quién puede poner en duda que Chus Lampreave fue la imagen más representativa de la posmodernidad del cine español durante los años de la Movida? No necesitó grandes papeles ni escenas rimbombantes, apenas unas frases felices en las primeras películas de Pedro Almodóvar y el milagro de su presencia se hizo carne de cine y mito para una generación que vio en ella la figura descarada de una rebelde conservadora, la abuela que se bebe la vida a sorbos de una botella de agua de Vichy catalán.

Aunque su descubridor fue Jaime de Armiñán, que la dirigió en espacios de televisión y en sus primeras películas, fue Luis García Berlanga quien supo ver en ella a uno de esos personajes esenciales que amueblaban con su presencia las escenas corales de sus películas. Apenas una frase. Una mirada tras sus gafas de culo de vaso, y emergía en blanco y negro, de la negrura de «El verdugo», refunfuñando, la Chus Lampreave que todos admiraban. A su lado, Luis Ciges parecía su pareja natural. Dos seres extraños. Dos presencias casi mudas. Entrando y saliendo de escena con sus frases oportunas, su aire socarrón y su humanidad siempre exultante. Hasta que el mismo Berlanga le dio sus primeros papeles importantes, sin exagerar, en «La escopeta nacional» (1978) y en «Nacional III» (1982) y consagró a Luis Ciges en la saga de los Leguineche.

Con estas cintas se cierra la primera etapa de Chus Lampreave en el cine clásico, admirada por la generación progre de los años setenta, que como a otra de las grandes, Julia Caba Alba, se la buscaba con lupa en cada película entre la fronda de los actores de reparto para gozar con su minúscula presencia.

En 1983 rueda con Almodóvar «Entre tinieblas» (1983). Una de las monjas de un convento venido a menos, donde refulge como un diamante en el papel de Sor Rata de Callejón, de las «Redentoras humilladas». Su voz altisonante, su presencia un tanto extemporánea, su forma de encararse a la cámara con desvergüenza y la naturalidad con la que se mueve con la sotana, compone uno de los personajes más divertidos de la película, monja y escritora de novelas de amor, estilo Corín Tellado.

Pero el papel que la convirtió en un mito indiscutible fue el de la abuela en «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» (1984). Una vieja canónica, como Doña Rogelia, adicta a las burbujas del agua de Vichy Catalán, que guarda en un armario con llave y que toma en las grandes ocasiones. El personaje estrafalario y un tanto lunático que representaba en los filmes berlanguianos, queda aquí definitivamente cuajado.

w diva posmoderna

De ahí a transformarse en una diva con un vestuario posmoderno sólo había un paso, el que dio con Fernando Trueba en «Sé infiel y no mires con quién» (1985), donde aparecía elegante y desenvuelta, alejada de la imagen neorrealista de sus filmes anteriores. Pero la experiencia duró poco. Hasta que de nuevo Almodóvar la llamó para interpretar la portera chismosa y respondona que la hizo célebre con una sola frase: «Lo siento, señorito, pero yo soy testiga de Jehová y mi religión me prohíbe mentir. Yo sólo puedo decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad».

A partir de «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988), los papeles de mujer mayor excéntrica, descarada y respondona se suceden en su filmografía con asiduidad, para goce de sus miles fans. Una enloquecida Doña Petra es la baza más memorable de «Miss Caribe» (1988), de Fernando Colomo. Genial la represora falangista de «El año de las luces» (1986). La irascible Doña Asun de «Belle Epoque» (1992). De nuevo con Berlanga en «Moros y cristianos» (1987) y «Todos a la cárcel» (1993), sin olvidar su papel en «Amanece, que no es poco» (1989), de José Luis Cuerda, y la madre de Alberto en «Bajarse al moro» (1989), y su famosa frase sobre los yankis drogadictos.

Para redondear su personaje, queda en la memoria el papel de abuela carismática, la pirada madre de Leo en «La flor de mi secreto» (1989), en la que llama ladilla a la sufrida Rossy de Palma y se queja de que le acosan los «skinheads»: «Yo no sé que les he hecho a los ‘‘skinheads”».

Sólo hubo una Chus Lampreave y la quería todo el mundo, porque representaba el triunfo de uno de nosotros.

Fueron estos personajes los que convirtieron a Lampreave en una de las actrices más queridas por el público, a pesar de que siempre estuvo en segunda fila.

Pero su carrera va mucho más allá, con más de 80 producciones de cine y televisión y una capacidad para seducir a los más grandes cineastas.

Su único Goya, como mejor actriz de reparto, lo obtuvo gracias a su doña Asun de "Belle Époque"(1992), la película que le valió el Óscar a Fernando Trueba, con quien también rodó "El año de las luces"(1986) y "El artista y la modelo"(2012).

Y con José Luis Cuerda formó parte del equipo de una de las comedias de culto de la filmografía española, "Amanece que no es poco"(1989), donde interpretaba la madre de Nge Ndomo, el único negro del pueblo.

Todo esto a pesar de que siempre dijo que no era una actriz vocacional, que lo suyo era la pintura. De hecho, estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hasta que Jaime de Armiñán la "descubrió"y la introdujo en la televisión.

En el cine debutó con un pequeño papel en "El pisito"(1959) de Marco Ferreri. Con Berlanga rodó su mítica trilogía nacional, "Todos a la cárcel"(1993) y "Moros y cristianos"(1987). Fernando Colomo, Fernando Fernán Gómez, Santiago Segura o Antonio Mercero también se rindieron a su talento.

En los últimos años encontró un nuevo filón en la publicidad, eso sí, siempre con firma de autor: el anuncio de Campofrío dirigido por Benito Zambrano en 2014 o el de KH7 que filmó Juan Antonio Bayona, para el que recuperó sus clásicas gafas de aumento.

Efe