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Fernando León de Aranoa: «El último año en España ha sido como un filme de Spielberg»

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Presenta en Cannes «Un día perfecto», sobre una ONG, y rueda un documental sobre Podemos.
Es la primera vez que está en Cannes, pero no ha cambiado un ápice desde que hiciera «Familia». Con el pelo recogido en una coleta y camiseta negra, Fernando León de Aranoa, que presentó ayer «Un día perfecto» en la Quincena de Realizadores, habla con modestia y cautela, en medio de un viento huracanado y un sol de justicia, de una película que, en términos de producción, supone un obvio salto adelante en su carrera. La primera vez que rueda en inglés, la primera vez que trabaja con un reparto internacional (Benicio del Toro, Tim Robbins, Olga Kurylenko, Mélanie Thierry), la primera vez que retrata un conflicto bélico (el de los Balcanes, desde la perspectiva de un grupo de cooperantes a punto de hacer las maletas). Demasiadas primeras veces para no estar exultante, a las que, además, se añade la noticia del anuncio de su próximo proyecto, una biografía sobre el narco Pablo Escobar protagonizada por Javier Bardem (su musa en «Los lunes al sol») y Penélope Cruz. Un día perfecto por partida doble.
–La película tiene un aire de «western», con su retrato de comunidad unida ante el conflicto en un paisaje agreste, hostil.
–Hay la idea de grupo salvaje, de camaradería y solidaridad de grupo, sí, pero nunca pensé en ella como un «western». Rodándola tenía la sensación de estar haciendo una «road movie» bélica situada en un laberinto, donde los personajes intentan encontrar una solución a un problema aparentemente sencillo pero que las circunstancias de la guerra obstaculizan sin descanso. La película nunca representa escenas de combate, que ya hemos visto maravillosamente en otras, sino que quiere retratar la guerra desde otro ángulo, un conflicto larvado, establecido en la población, y que tiene más que ver con las lógicas perversas, de destrucción, de las situaciones bélicas, que se cuentan mucho menos, y que creo que reflejan mucho mejor la naturaleza humana. Se desarrolla en un momento de paz inminente un poco falso, la paz se firma pero la guerra sigue; sabemos que aún hay minas en los Balcanes.
–Utiliza música rock de forma recurrente, como si ésta definiera un estado de ánimo de los personajes.
–Me costaba mucho definir el género, pero cuando hablaba con los actores, les decía: «Si esto fuera música, sería punk-rock». Esa es la energía de los que hacen trabajo humanitario. Una energía alta, no de hechos sino de palabras, nada reflexiva, nada conmiserativa. Son gente de acción, que resuelven un problema para meterse en otro. Quería hacer una película que siempre mirara hacia adelante. Es mi música, la música que me gusta, y además es la que define al personaje de Tim Robbins, ese personaje enérgico, capaz de saltarse los protocolos cuando es necesario. Es una música de brío, de resistencia, de perpetuo movimiento.
–Es la primera vez que adapta un material ajeno. Siempre ha destacado la importancia que tiene para usted su trabajo como guionista. ¿Se ha sentido cómodo?
–Recuerdo que escuché hablar de la novela de Paula Farias en un viaje con Médicos Sin Fronteras. Paula es coordinadora de emergencias, también hace trabajo humanitario. El jefe de seguridad del equipo me la recomendó. Me contó el primer plano de la película: unos tipos sacando el cadáver de un pozo para que la gente pueda beber. Me sedujo la idea porque es una historia pequeña, encerrada, con sólo cinco personajes lidiando con una situación tensa y excéntrica, y que me permitía hablar en términos universales del disparate de todas las guerras. Y cuando leí la novela me gustó su sentido del humor, su manera de entender el absurdo que hay en todo conflicto, y la locura que existe también en la práctica del trabajo humanitario.
–¿Qué retos le planteó trabajar en inglés con actores internacionales?
–Lo normal en las grandes ONG que trabajan en zonas de conflicto es que sus equipos sean internacionales. Son como Torres de Babel, lo que añade confusión a lo que supone manejarse en un escenario bélico, ya de por sí confuso. Eso me obligaba a hacer la película en inglés y a buscar actores de todas las nacionalidades. A Benicio le interesó desde el primer momento protagonizarla, y Tim Robbins se añadió al proyecto entusiasmado por el espíritu punk-rock del que hablábamos antes. No ensayamos, levantábamos las escenas in situ, y las planificaba en el rodaje, cosa a la que no estoy acostumbrado.
–En «Un día perfecto», los que salen peor parados son los Cascos Azules de Naciones Unidas. ¿Había en usted una intención de denuncia?
–La película no es un juicio a nadie o, en todo caso, lo es a todos y cada uno de nosotros. Todo el mundo tiene un motivo para no hacer lo que debe. Para los cooperantes es la burocracia, para los pueblos cercanos es el odio, para los soldados es el miedo. La lógica de la guerra está corrompida por naturaleza.
–El pasado viernes se cumplió el cuarto aniversario del 15M. Como cineasta comprometido con la sociedad, ¿qué le parece el momento que está viviendo España?
–Como ciudadano, creo que es bueno que las cosas se muevan; que la gente aprenda a ponerse las pilas y a hacer política de otra manera también lo es. Como cineasta, en términos dramáticos, el último año en España ha sido como una película de Spielberg, una montaña rusa. Es un momento único, y no contarlo sería una pena. Es aquello que decía Patricio Guzmán, que un país sin documentales es como una familia sin álbum de fotos.
–¿Cómo va el documental sobre Podemos?
–Es un trabajo que pretende ser el seguimiento de un proceso, y me resulta muy difícil hablar de él sin haberlo terminado. En este caso el camino está abierto y el resultado lo va a escribir la ciudadanía. Empezamos hace como ocho meses y acabaremos en las elecciones generales. Nunca se ha planteado como una película de campaña, por lo que va a estrenarse después de las elecciones.