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Fernando Trueba: «La comedia exige una gimnasia diferente»

Regresa a su género predilecto 18 años después con «La Reina de España», continuación de «La niña de tus ojos», con rodaje histórico «made in Hollywood» en la España franquista.
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Regresa a su género predilecto 18 años después con «La Reina de España», continuación de «La niña de tus ojos», con rodaje histórico «made in Hollywood» en la España franquista.
Ficción y un punto de realidad caminan de la mano en «La Reina de España», la secuela (aunque el término no gusta a su director, Fernando Trueba) de «La niña de tus ojos». 18 años han pasado de aquella película y 20 en la acción dramática. El elenco de aquel exitazo del cine español (siete Goyas lo contemplan) se reencuentra para contar cómo les fue la vida, desde los años treinta a los cincuenta, a aquellos cómicos que rodaban en la Alemania nazi y ahora en la España franquista, bajo el paraguas de Hollywood.
–También usted se reencuentra con la comedia. La última fue, precisamente, «La niña de tus ojos». ¿Trueba es más Trueba en la comedia?
–Quizás sí. Pero no es ya por el género en sí mismo, sino porque sencillamente hay muchas comedias que me gustan, y bastantes de los directores que admiro son de ese género. Además, yo, a nivel personal o de carácter, me expreso a través de la comedia de manera natural. Mi primer guión fue «Ópera prima». Lo que me sale cuando escribo es eso, más que historias de suicidas, por mucho que me pueda interesar el suicidio.
–¿Le resulta más fácil que abordar películas como «El artista y la modelo», su anterior cinta?
–No necesariamente. Ésa es una película que yo llevaba dentro y que tenía necesidad de hacer. En una de las primeras conversaciones con Jean-Claude Carrière, le dije: «Mira, tú has trabajado con Buñuel y has hecho esas películas que son puro juego de humor y surrealismo, y yo he hecho mucha comedia también, pero tenemos que olvidarnos de eso, como si nunca hubiera existido». Le expliqué que debíamos que hacer una cinta sin dramaturgia, que fuese como un olivo, que te lo encuentras en el campo y te quedas parado ante él como ante un Chillida. Aquella película requería dejar al lado todos los trucos de construcción narrativa de, por ejemplo, la comedia.
En cambio, en «La Reina de España» los trucos del cine quedan a la vista... Pero supongo que, no por comedia, el trabajo es menos concienzudo.
–La comedia ha de tener una estructura muy bien construida y engrasada, unos diálogos que funcionen y unos actores maravillosos. Es un género muy exigente; no todo el mundo puede hacerla y escribirla o interpretarla. Cualquier actor puede realizar un drama, mejor o peor, pero no todos pueden hacer comedia. Lo mismo vale para directores o guionistas. Exige una especie de gimnasia diferente y un cierto don para ello.
–¿No le parece que se ha perdido mucho de aquel «don» de la alta comedia? ¿Se ha banalizado en exceso hoy en día?
–Eso ha ocurrido siempre, que haya cine que se hace porque alguien cree en él y otro por razones industriales. La forma que toma en nuestros días es la comedia prefabricada, con el chico guapo de moda. La gran comedia es otra cosa... no es darle a la máquina de los churros.
–¿Qué fue antes: las ganas de rodar esta continuación o la idea de guión para esta historia?
–Se me fue ocurriendo el guión, pequeños detalles antes de empezar a escribirlo o a tener un proyecto. Yo era el primer sorprendido. Las cosas se te ocurren no porque tú quieras, sino porque sencillamente se te ocurren. Cuando lo comenté al reparto, todos a una se entusiasmaron. De hecho, al principio eran un poco incrédulos: ¿lo dices en serio?, me preguntaban.
–En el filme maneja un plantel enorme y con muchos nombres de peso...
–Es complicado, lo más difícil de la película. No porque a mí no me guste el jaleo (yo soy de familia numerosa), pero rodar con 14 personajes interactuando, entrando y saliendo, es dificilísimo a nivel de dirección y puesta en escena.
–¿Revisó al maestro Berlanga para esas secuencias «populosas»?
–Nunca reviso películas, ni mías ni de otros. No me lo pide el cuerpo. Yo siempre estoy viendo cine, en casa o en salas, pero cuando preparo, ruedo y monto una cinta mía caigo en una especie de vacío en el que sólo existe la que estoy haciendo. Sé que hay directores a los que les gusta hacer un plano como tal película o tal director. Yo no soy de ésos. El plano no puede venir de otra, tiene que salir de la que estás haciendo. Es el momento el que te lo tdebe dictar.
–Hay mucha memoria sentimental en la película. Una «carta de amor al cine», como dice Penélope Cruz. Y al Hollywood de las superproducciones...
–Mi padre, que era un hombre que trabajaba como un esclavo para dar estudios y comida a sus ocho hijos, rara vez nos llevaba el cine. Sólo cuando era un filme histórico o de cinerama, cosas que él consideraba que era como llevarnos al Circo Americano. Los pocos recuerdos de cine que tengo con mi padre es ir a ver «El Cid», «Ben-Hur», «Los diez mandamientos», ese tipo de cosas grandiosas, porque nuestra vida era muy humilde, pero con el cine a mi padre le salía la megalomanía. La película que ruedan en «La Reina de España» se refiere a ese tipo de cine, con el cual yo carezco de relación sentimental, en realidad.
–Pero, más allá del cine colosal o histórico, usted retrata también aquel Hollywood de divas caprichosas y directores con parche en un ojo. Ése sí está en su ADN cinematográfico, supongo.
–Es que Hollywood era el cine mundial y cosmopolita. Allí estaban franceses, alemanes, italianos... Yo siempre digo: «No olvidéis que ‘‘Casablanca’’ la dirigió un húngaro». Y apartir de ahí hablamos. Hollywood era eso: allí estaban Hitchcock y Chaplin, que eran ingleses; Renoir, francés; Lubitsch, alemán... Era la torre de Babel y por eso fue tan rico el cine que hicieron en sus mejores momentos. Era Hollywood «città aperta».
–Y de repente, merced a los tratados del 53, ese mundo rutilante desembarca en la España de posguerra. Además del tributo al cine, hay mucho de memoria histórica en «La Reina de España»: la censura, la construcción del Valle de los Caídos, la resistencia interna...
–Cuando haces una película y la sitúas en un contexto histórico tienes que dar parte de esa época, meter a la gente en el clima, en lo que estaba pasando. Un filme ha de poseer un lado un poco instructivo. Probablemente para los mayores que la vean no haya nada que no sepan, pero los jóvenes se enterarán de ciertas cosas. Las películas son ventanas que te abren al mundo. Por ejemplo, ves una iraní y aprendes un montón de un país, de la sociedad, de cómo son las calles de Teherán, de cómo la gente se relaciona... Toda película tiene que asomarte a un lugar en una época, ésa es la gran riqueza del cine y en eso es imbatible, no le gana nada. Yo pongo la literatura por encima de todo, pero en esto gana el cine. Es algo que nos mete de verdad en la vida y nos asoma a las cosas.
–Si hay una escena en esta obra que puede catalizar su amor por el cine, yo diría que es la del número musical de Macarena Granada (Penélope Cruz), caracterizada como Isabel la Católica, en la mañana de la toma del reino nazarí.
–Cuando yo hice «Belle Époque», a la gente le sorprendió que metiera una canción cuando llega la madre. Luego fue una de las escenas más celebradas. Pero lo bonito de hacerla era que rompías las reglas de la película con una escena que estaba bordeando lo grotesco y el disparate, pero a la vez que consigue llegar a tener emoción, entre lo ridículo y lo sublime. En «La Reina de España», meter ahí «Granada», la canción, es una forma de humor irónico, ridículo. Una parodia sobre la visión Hollywood de la historia, que son capaces de hacer cantar «Granada» a Isabel la Católica. Pero la magia de esa escena es que empieces riéndote y luego te acabe pareciendo bonito; que la propia magia del cine te lleve a otro lugar. Penélope Cruz se emoció al verla, como si no la hubiera hecho ella.