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Harrison Ford, las otras lágrimas en la lluvia

«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir»
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«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
Recuerden la historia de «Blade Runner» (Ridley Scott, 1982), la de aquella poderosa corporación con lo último sobre ingeniería genética que crea un robot idéntico al ser humano pero superior a él en fuerza y agilidad. Máquinas perfectas que trabajan como esclavos en las colonias exteriores de la Tierra. Y sigan recordando la brutal rebelión de varios Replicantes (así se les conoce), el posterior destierro de todos ellos aunque algunos no acaten la orden, no quieran marcharse, de ahí la existencia de una brigada especial de policía que debe matar a todos los desobedientes. Aunque puedan llorar. Un «retiro», lo llaman eufemísticamente los agentes de la ley. El taciturno Rick Deckard (Harrison Ford) debe quitar de enmedio a varios de estos rebeldes aunque llegue un momento en que no comprenda demasiado el por qué. Volvemos a hoy: han pasado treinta años desde entonces (cinco más realmente) y un nuevo Blade Runner, K (Ryan Gosling , «La la land»), descubre un secreto que podría acabar con el caos social imperante aunque para ello deba buscar a Deckard, cuyos pasos se perdieron de vista décadas atrás y que quizá tenga la clave de tan desastroso presente.
Evolución del personaje
Nadie, al menos, en España, ha visto todavía completa la secuela de aquel título de culto, «Blade Runner 2049», apenas un puñado de escenas sueltas para la prensa hasta el día de su estreno el 6 de octubre, por motivos de seguridad. Dicen que la culpa recae de nuevo en la «piratería», esa lacra brutalmente dañina. Y tampoco nosotros, los ocho periodistas que compartimos ayer una round table para entrevistar a Ford, Gosling y Ana de Armas, los protagonistas del filme desconocido que visitaban Madrid para presentarlo. Entra Ford, envidiable todavía a los 75 años, con traje azul, con camisa y ojos celestes; entra acompañado de media sonrisa Gosling, que lleva un jersey rojo de los que a lo mejor pican y motivos casi prenavideños, el chico que marca la moda, el deseado por los fotógrafos en cualquier alfombra roja o del color que sea, más bajito, eso sí, que el imponente Indiana Jones. Ambos comparecen juntos en el encuentro, antes fue la atractiva e inteligente actriz de origen cubano. Pero por qué, nos preguntamos al comenzar, este regreso a la historia concebida por Philip K. Dick de pintoresco nombre original, la cyberpunk novela «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?». Ford, que al entrar nos ha dado la mano a cada uno y que parece tan lejano a la estrella arisca y monosilábica que nos visitó hace ya demasiado, responde: «Lo vi una oportunidad para mí, la primera noticia que tuve sobre el proyecto provino de Ridley Scott (que esta vez no dirige la nueva cinta, aunque es productor ejecutivo). Llamó para comentarme si deseaba seguir explorando ese personaje, y le contesté que dependía del guión, de la evolución del propio Deckard. Mandó entonces un texto corto de lo que podría ser el definitivo y me pareció fascinante. Fue cuando descubrí que había un actor joven y perfecto para encarnar al oficial K, porque hace tiempo que le eché el ojo a Ryan. Lo comenté a los productores, quienes dijeron que ya llevaban meses hablando con él...». Y Gosling aceptó, claro.
Hablábamos de lágrimas sin trampa ni cartón, que llegaron justo ahora, cuando una compañera, Begoña Piña, le pregunta qué le pareció haber formado parte de la original «Blade Runner», de un filme denuncia y profundo trasfondo. Ford calla, calla unos segundos eternos de largos y de raros, y comienza a llorar, en serio, mientras pide excusas. Tras recoger el móvil de la mesa, se marcha. Gosling, que no sabe qué decir ni dónde mirar, decide hacer lo mismo y acompañarlo fuera. Qué le habrá pasado por la cabeza a Ford para este cortocircuito sentimental. Pasados unos instantes muy breves, ambos regresan y él mismo responde: «Estoy encantado de oír esa pregunta, y la respuesta es que justifica el sentido de mi existencia. Has hecho que me haya sentido útil, como si hubiera formado parte de algo realmente importante, que exista esa conexión en las relaciones humanas me resulta emocionante. Siento como un honor formar parte de este trabajo». Todos seguimos extraños. Habla luego, y sonríe otro poco, Gosling, para ahondar en la reacción: «En verdad han pasado 35 años y Harrison lleva todo ese tiempo ofreciendo una experiencia a los espectadores. Trabajar ahora con él, descubrir la forma en que creó esos personajes para filmes como éste y que se quedan con nosotros, que no son para pasar el rato, es muy importante. Y luego te planteas interrogantes sobre la existencia, el futuro, sobre aquello que nos hace humanos».
Cultura y emoción
Ford, recompuesto aunque de la impresión que no del todo, subraya que «hay distintas formas de darle importancia a lo que haces. En una película cuentas una historia pero también se trata de una experiencia emocional, es un ejercicio necesario para la cultura y para mí, nos afecta en tanto personas. Y el cine precisamente busca unir a seres humanos, por eso resulta grande que algo tan poderoso como el arte pueda a través de la emoción descubrir esos valores que son comunes a todos nosotros. Y que en una sala oscura sienta todo el público lo mismo. Para mí resulta un honor y le da nobleza a mi trabajo, el tener la oportunidad de explorar dichas ideas».
Dejamos aquello del mensaje pesimista, aunque el encuentro ya está marcado ahora, para siempre, y Gosling habla sobre hasta qué punto le marcó el Blude Runner de Ford y la cinta primitiva: «Podría afirmarse que se trata de una ampliación, de una progresión natural de los temas originales, pero con el paso del tiempo puedes tratarlos con una mayor profundidad. Retomamos las trayectorias de estos hombres y mujeres, aunque también existen personajes y temáticas nuevas. El trabajo de ellos es ahora distinto, están más solos, aislados, viven en las sombras, marginados, en fin. Y, sin embargo, existen inquietudes que son las mismas, como la búsqueda de los recuerdos...».
Esto ha pasado volando. Antes de abandonar la habitación, no obstante, el carismático Han Solo opina sobre la ciencia-ficción: «Me interesa el futuro, pero ningún género en particular. Lo que busco siempre en mi carrera es una historia apasionante que pueda generar pensamientos y emociones». Realmente, todo ha sido hoy pura emoción para esta septuagenaria estrella, una de las más grandes desde hace mucho en el firmamento del celuloide, de mirada líquida como una lágrima tristemente perfecta que se pierde en la lluvia otra vez.