Inmortal Walt Disney
Se cumplen cincuenta años de la muerte del creador del imperio de animación
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Se cumplen cincuenta años de la muerte del creador del imperio de animación
El Forest Lawn Memorial Park es uno de esos cementerios de Los Ángeles en los que reposa buena parte de la historia de Hollywood. Allí están los restos de Jimmy Stewart, Clark Gable, Humphrey Bogart, Elizabeth Taylor o Michael Jackson. Es allí donde, lejos de la leyenda sobre su falsa criogenización, fueron enterradas las cenizas de Walt Disney hace ahora 50 años. Disney sigue siendo hoy uno de los artistas más importantes que ha dado Estados Unidos, autor de una obra que influyó a creadores de la talla de Salvador Dalí, Andy Warhol o Matt Groening. El mucho mito alrededor de su figura nos puede hacer olvidar que es la persona que ha logrado más premios Oscars, un total de 26, 4 de ellos honoríficos, una marca que nunca ha sido superada. El apellido de este dibujante sigue siendo hoy sinónimo de entretenimiento para niños y, muchas veces, adultos que han hecho suyos personajes como el ratón Mickey o el pato Donald, por citar dos de las creaciones más universales de la factoría hollywoodense.
La vida de Disney da para una película de las que le gustaban a él, con final feliz. Fue el hijo de una familia humilde de Chicago, ciudad en la que nació el 5 de diciembre de 1901. Durante años, especialmente durante el franquismo, llegó a especularse con la posibilidad que en realidad -y no es broma- habría nacido en realidad en la localidad almeriense de Mojácar, algo que defiende Marc Eliot, autor de una muy controvertida biografía del gigante de los dibujos animados. Tras pasar la I Guerra Mundial en Europa, a donde llegó tras falsificar su edad, el joven Walter Elias empezó a interesarse por el mundo de la animación de la mano de Ub Iwerks con quien funda la empresa Iwerks-Disney Commercial Artists, de vida muy efímera. Pese al fracaso de ésta y otra compañía, trataron de buscar suerte en otra ciudad, en Hollywood, donde abrieron una oficina, siempre con los dibujos animados como motor. Es el tiempo de las primeras películas, como una serie fascinante e ingenua basada en la “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll donde se mezclaban imagen real con animación y que cosecharon cierto reconocimiento. De esta etapa también es un conejito de tinta china llamado Oswald, el precedente más inmediato de todo el animalario creado por Disney, uno de sus primeros éxitos, pero cuyos derechos perdió casi al instante.
En 1928, Disney no quiso que le volviera a suceder y se aseguró que su siguiente personaje, un ratón de orejas grandes y negras, una idea del productor, materializada por Iwerks. Su primera aparición fue en el cortometraje “Steamboat Willie” donde aparece al frente de un barco de vapor de dibujos animados. El impacto fue inmediato y el personaje se convirtió en uno de los iconos de la cultura estadounidense, el más importante de su tiempo, como le diría en broma Lorca a un ofendido Borges.
Acababa de nacer un mito que luego desembocaría en una potente industria con parques de atracciones en Estados Unidos, Asia y Europa. El imperio que años después, ya sin su padre creador, incluso compró a Darth Vader o Spiderman.