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«Insurgente»: Inconformistas y previsibles

Dirección: Robert Schwentke. Intérpretes: Shailene Woodley, Kate Winslet, Theo James, Miles Teller. EE UU. 2015. Duración: 120 min. Género: Ciencia ficción
larazon

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Supongo que, como le gusta tanto la serie «Juego de tronos», a Pablo Iglesias debe hacerle igualmente tilín esto de «Divergente», lo digo por lo de las cinco facciones, o castas, en que se divide esta un poco facistoide sociedad del futuro que presenta la historia y en la que no de manera casual una desclasada que no quiere ser ni carne ni pescado instigará a la revolución. Ella se llama Tris (la eficiente y ya con mayor soltura Shailene Woodley, con ese audaz y sexy corte de cabello incluido) y, en esta segunda entrega, intentará conocer la verdad sobre aquello que su familia defendió con tamaño denuedo. Hasta la muerte, vamos. Junto a Cuatro (léase Miles Teller, toda una estrella tras «Whilplash»), o el galán incontestable de la película, y valiente como pocas, Tris se empeña en dinamitar un sistema injusto en esta franquicia juvenil atestada de efectos especiales y escenas de acción más o menos logradas mientras la pérfida Jeanine (nos encanta Kate Winslet y ese par de kilos que no le sobrarán nunca y que un ajustado traje azul realza) pone todo su empeño en darles caza. Hasta aparece una Tris gemela y malvada hacia el final del filme, una parte de la cinta que transcurre en medio de una realidad virtual y que, por otro lado, nos recuerda en exceso a «Matrix», y miren si han pasado años desde entonces. Bien, no hay que pedirle peras al olmo ni cordialidad a un erudito, y tampoco olvidar que el producto, digno pero demasiado plano en ocasiones, va encaminado hacia un público criado a los pechos de Harry Potter y, luego, «Los juegos del hambre», una saga de mejor calidad y salvajismo, si prefieren, pero muy parecida en sus formas a la que nos ocupa. Que sexo hay lo justito, que romanticismo «teeneger», y algo bruto, a toneladas, y que toda la producción está impregnada de ese inconformismo ingenuo en el que buena parte de los veinteañeros se pueden sentir identificados. A nosotros, quitando excepciones como la del antedicho señor Podemos, nos ha pillado algo viejos por desgracia.