Buscar Iniciar sesión

Jess Franco, la clase A de la serie B

Transitó de la serie B al cine erótico. Muchos de sus doscientos filmes no tuvieron eco en España, pero fue admirado por Fritz Lang y Tarantino
larazon

Creada:

Última actualización:

El director de cine madrileño ha fallecido en Málaga después de haber sido hospitalizado el pasado miércoles al sufrir un ictus.
Jesús Franco no tendrá capilla ardiente multitudinaria ni en el Fernán Gómez, como las folclóricas, ni en el Español, como los actores y directores; ni siquiera en Torremolinos, como le ocurrió a Marifé de Triana, aunque también falleció en Málaga, víctima de un ictus. Cumplió su promesa: «Moriré el día que deje de fumar». Podría achacarse esta falta al desagradecimiento de este país de cineastas de autor, pero no, así fue el deseo del fallecido. Aun así, se ha convocado un acto público para lanzar sus cenizas al mar. Franco, a pesar de que había triunfado en las esquinas más insólitas del mercado internacional, y de que había rodado doscientas películas, algunas que no permitieron estrenar en España, era todo, menos un enfermo de autoría. Muchas de sus obras fueron filmadas en apenas unos días, algunas de forma simultánea, y no se le caían los anillos por montar y remontar según el mercado al que fuera dirigido. Eso no evitó que Fritz Lang, Orson Wells o Tarantino se rindieran a su extraño y polémico talento. Fue promiscuo con los géneros: el terror, el «thriller», la ciencia ficción..., pero, sobre todo, practicó el erotismo, a veces, incluso pornográfico.
Su país, hasta que la Academia de Cine le otorgó el Goya de Honor en 2008, le trató con desdén, el mismo que él le dedicó durante todo el franquismo. En «Memorias del tío Jess» (editorial Aguilar), el cineasta le dedica tanto espacio a su vida como al contexto: «Me preocupa mucho el trasfondo, el hombre y su circunstancia. Yo me crié en el franquismo, hoy quedan pocos que lo vivieran como yo, y es muy fácil anatemizarlo. Todo era una mierda y odioso, pero solo en cierta manera», respondió a LA RAZÓN en 2004 con su discurso agresivo y paradójico.
Su caótica cinematografía quizá no se pueda explicar sin contar que creció en una España en la que era posible fugarse de clase para ver en una misma tarde «Los crímenes del museo», de Michel Curtiz, «Doctor Sócrates», de William Dieterle, y «El sueño de una noche de verano», de Max Reinhardt, por 1,10 pesetas. Estudió derecho con José Luis Dibildos, que, junto a Alfonso Paso, le enseñó cómo ligar con extranjeras a la puertas del Prado; le echaron por primera vez de casa cuando su padre se enteró que se ganaba un sobresueldo animando las noches de un hotel con un piano, pero antes había hecho el agosto tocando «La raspa» por las verbenas de los pueblos.
Se forjó cinematográficamente con Bardem, aunque acabó siendo amigo de Berlanga, pues argumentaba que los comunistas acabaron forzando al realizador a introducir panfletos en sus guiones, mientras que con el autor de «El verdugo» fundó el particular Partido Anarquista Burgués, que reflejaba fielmente el espíritu de ambos. En «Esa pareja feliz» (1953) se topó con Fernán Gómez, con quien compartió muchas noches madrileñas. Unos años después, logró sentarse en el raído sillón de director y pronto su película "Labios rojos"(1960) llamó la atención de dos productores, Sergio Neuman y Marius Lesoeur, muy interesados en el cine de serie B con el que se hizo un nombre. El éxito comercial de «Necromicón» (1968) hizo despegar definitivamente su carrera internacional. «No me gusta el cine llamado erótico, pero si es así, vale», aseguró Fritz Lang tras visionar el filme. «Todos querían erotismo. Y yo, encantando –recordaba el director–. Había pasado del cine de terror y suspense al erótico, que, al parecer, se me daba bastante bien. Empecé a desarrollar una actividad frenética, con los americanos sobre todo. Gracias a su organización, yo aprendí el "back to back, o sea, terminar una película hoy y empezar otra mañana. En ellas colaboraban algunos países europeos más, sobre todo alemanes». Así llegó «Fu Manchú y el beso de la muerte» (1968), «El conde Drácula», ambas con Christopher Lee, Alphaville (1965), «Las vampiras» (1971), La Comtesse Noire (1973), «Nosferatu, el vampiro de la noche» (1979), con Klaus Kinski. Pasó a firmar como Jess Franco, pero también Jess Frank, Clifford Brown o James P. Johnson. Por cierto que el sindicato cinematográfico español le amonestó por ello y él se defendió argumentado que si gente como Florían Rey podía utilizar un seudónimo por qué él no.
Esto propició que viviera la mayor parte de su tiempo entre Roma y París, aunque rodara producciones inglesas o norteamericanas, a veces, en sitios tan insólitos como Brasil y luego tuviera que montarlas en Munich. Le acompañó su gran amor y musa, Lina Romay –que falleció hace un año, lo que le hundió–, a la que realizador incluyó en la lista de mejores actores españoles junto a Santiago Segura y Fernando Fernán Gómez. Entre sus méritos artísticos puede contarse que dio la primera oportunidad a su sobrino, Ricardo Franco, que acabó por convertirse en una de las voces propias más interesantes del cine español, aunque su relación no acabó bien. Tampoco simpatizó demasiado con su cuñado, el escritor Julián Marías.
Acabó por entender que unos le consideraran un realizador de culto y otros pura caspa: «Al principio me dolían las entrañas. Luego uno llega a acostumbrarse a todo», confesó. Pero no llevó del todo bien estar casi proscrito en su país, como así se lamentaba: «Hice películas de gran éxito que se estrenaban en todo el mundo menos en España. Adapté a Sade y hasta a Sacher Masoch. En España yo era la comidilla de los viejos iconoclastas que jamás habían visto una película mía, pero estaban oficialmente escandalizados por mi desvergüenza. Desnudé a las jóvenes promesas del cine mundial, como Romina Power , Marie Lilihedal, María Rohm y a algunas más adultas como Silvia Koscina i Margaret Lee. Mi cine se estrenaba en los grandes circuitos de exhibición y fantásticos actores como Jack Palance, Herbert Lom, Leo Genn o Klaus Kinski colaboraban con su enorme talento».
Su última película, «Al Pereira vs. the Aligator Ladies» se estrenó el 22 de marzo de forma muy restringida, pero era su manera de poner el cartel de «Fin» a su vida que bien podría haber llevado este subtítulo: «Se puede hacer cine sin ser un chorizo y sin engañar a nadie».

Archivado en: