«Julieta»: Ausencias que matan
Dirección y guión: P. Almodóvar, según los relatos de Alice Munro. Intérpretes: E. Suárez, A. Ugarte, D. Grao, D. Grandinetti. España, 2016. Duración: 96 minutos. Drama.
En «La princesa Ida», capítulo de «La vida de las mujeres» que Alice Munro escribió pensando en su madre, podemos leer este bello pasaje: «Oh, si existiera un momento en el tiempo, un momento en el que pudiéramos ser juzgados, lo más desnudos posible, asediados, triunfantes, ese tendría que ser su momento. Más tarde llegarían las concesiones y tal vez la equivocación; allí era absurda e inexpugnable». Así es Julieta, la madre doliente, amantísima y narcisista imaginada por Almodóvar, y de su palabra de honor, de su confesión de ida sin vuelta, tenemos que fiarnos para descifrarla, para derribar las puertas de su fortaleza. La película es «su momento» en un tiempo que dura casi toda una vida. Su sufrimiento, derramado en ese corazón de tela que late en los créditos, necesitará explicarse, encontrar un interlocutor aunque sea ausente, para entenderse a sí mismo. Es un procedimiento habitual en el cineasta manchego, pero aquí está sometido a una austeridad inédita en su obra, como si el relato se hubiera autoimpuesto la elipsis y el fuera de campo como la única traducción posible de la chejoviana sutileza de la Nobel canadiense. En efecto, lo que no se dice (y lo que no se percibe, por inercia o por solipsismo) está en el epicentro de los conflictos de Julieta. Tal vez el problema sea que existe una tensión emocional no resuelta entre el universo de Almodóvar, siempre tan expresivo, tan abierto a explorar el tuétano del temblor, y el de Munro, tan contenido y evasivo.
«Julieta» está llena de ideas estimulantes. Lo es que la protagonista esté interpretada por dos actrices (Ugarte y Suárez, ambas excelentes), como si fueran el anverso y el reverso de un solo enigma con ecos hitchcockianos («Marnie» está en la trastienda de la escena del relevo). Son preciosas las simetrías que se revelan entre los distintos amores femeninos que se generan a partir del personaje de Julieta, en especial la onda expansiva que afecta a las relaciones maternofiliales. Esas simetrías se transforman en ecos cromáticos o gestos delicados que ponen de manifiesto el sangrante vínculo entre pasado y presente, sometido a un destino trágico. A veces, sin embargo, da la impresión que la elusividad de la historia sea en exceso programática; que el misterio de Julieta y el de su hija, un agujero negro, nazca de un «menos es más» que Almodóvar no acaba de sentir como propio.