«La vida de Pi»: El alma en los ojos de un tigre
Dirección: Ang Lee. Guión: Yann Martel, David Magee. Intérpretes: Suraj Sharma, Irfan Khan, Tabu, Rafe Spall. Estados Unidos, 2012. Duración: 127 minutos. Drama.
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¿Qué es el cine, cuando todavía hoy ciertos teóricos continúan trasteando sobre el tema? ¿Y el contemporáneo? ¿En qué ha quedado la revolución del llamado séptimo arte? ¿La hubo realmente tras aquel hinchado «Avatar» que, afirmaron, cambiaría la concepción del medio? ¿Cine en verso, cine de prosa, continuamos todavía con esas? ¿Cine propagandístico, cine evasión, cine de autor, cine espectáculo? ¿Hacia dónde nos dirigimos, si es que caminamos en una dirección concreta? ¿Y qué es, o debería ser, por ende, un director de cine? El poderoso crítico francés Serge Daney decía de Eric Rohmer que era un «educador amoroso», y tenía mucha razón. De vivir todavía el periodista, me pregunto lo que habría escrito sobre la nueva, excelente, conmovedora, arriesgadísima y un tanto marciana nueva película de Ang Lee, su título de corazón más oriental, esta hermosa y difícil metáfora anclada en medio de furiosos mares. Quizá se trata de la obra de un «educador en la fe».
Un tigre de bengala, una barcaza de salvamento, un joven indio que pierde en el naufragio a toda su familia y que debe vivir, sobrevivir, con el descomunal felino, el más peligroso de la tierra. En los feroces ojos de Richard Parker, el estrafalario nombre que terminó cayéndole en suerte, ha visto el protagonista su alma. Que curioso, también rehuyó del propio hasta que convenció a todos de que era Pi, el número más irracional, el de infinitos decimales. La idea del infinito y Dios planean de hecho sobre la embarcación del muchacho, que pierde la paciencia, que gana valor, que madura y envejece un poco a lo largo de una extraña «road movie» de iniciación rodeada de agua, de este filme bellísimo que posee el 3D más diáfano y sobresaliente visto durante unos años sobredimensionados, una historia de compañerismo real o no, quién sabe, pero que a Pi le cambió la existencia para siempre. A lo mejor da igual en qué radique lo que llamamos cine y lo que importe estribe en que una película provoque emoción, remueva algo en el fondo del estómago o tu conciencia. Quizá ése sea simplemente el futuro, trascender.