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«Land of mine»***: La costa de la muerte

Dirección y guión: Martin Zandvliet. Intérpretes: Roland Møller, Louis Hofmann, Mikkel Boe Følsgaard, Laura Bro. Dinamarca, 2016. Duración: 100 minutos. Drama bélico.
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Todos llevamos un nazi dentro. Eso es lo que parece sugerir «Land of Mine» partiendo de una interesante inversión de roles históricos: justo al acabar la guerra, los que se comportan con la crueldad que asociamos al arquetipo nazi son los militares daneses, que utilizan a los jóvenes prisioneros alemanes para limpiar sus costas de las minas del combate, a sabiendas de que la mayoría va a morir en el intento. Es curioso que en ningún momento los que ahora son víctimas hagan alusión a su responsabilidad en la hecatombe europea, ni una mención a la ideología hitleriana, ni un rasgo de arrogancia aria. Cualquiera diría que Martin Zandvliet quiere eximirles de culpa, aunque la película no pretende meterse en camisas de once varas: la inocencia política de ese grupo de chicos es una argucia para subvertir una fórmula y demostrar que el orden de los factores no altera el producto. Ergo todos llevamos un judío dentro. Habrá, por supuesto, un personaje que evoluciona, del odio animal a la compasión contenida. El sargento Rasmussen, el vigilante de esta panda de muertos vivientes, se hará humano mientras los demás se hacen fantasmas. Ese proceso resulta creíble a medias, y sólo sirve para subrayar la simplicidad de la arquitectura dramática del filme. Lo que es innegable es que Zandvliet sabe crear tensión en un gran espacio natural que es en apariencia inofensivo, esa playa de arena fina que esconde un campo de minas. Que en el reparto no haya nombres conocidos favorece el suspense: nunca sabes quién va a morir porque la identificación del espectador se produce con el colectivo, no con un protagonista. Como si construyeran un muro que saben que será derrumbado, su misión tiene algo de kafkiana. En ese estado de suspensión se desarrolla el grueso de la película, que lucha contra la monotonía de la acción haciendo que cada muerte signifique un grado más en la humanización del sargento, como si su camino hacia la bondad representara por sí solo la denuncia de un flagrante caso de violación de los derechos humanos que no encontraremos en muchos libros de Historia.