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«Life»: Adiós, Indiana

Director: Anton Corbjin. Guión: Luke Davies. Intérpretes: Dane DeHaan, Robert Pattinson, Ben Kingsley. Gran Bretaña, 2015 Duración: 111 min. Drama
larazon

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Cuánto fumaba James Dean. Bueno, en los años 50, cuánto fumaba todo el mundo. Entonces casi nadie sabía de sus efectos perniciosos, y las cajetillas no tenían niños muertos, todo lo contrario, qué cool quedaba el cigarrillo justo en el borde de unos labios. Como los de Dean, por ejemplo. La película de Anton Corbijn (volcado eminentemente en la realización de videoclips y otros productos musicales) está centrada en un episodio concreto y determinante en la vida del mito, su relación de amistad con el fotógrafo Dennis Stock (un entregado Pattinson menos pálido y yerto), que comenzó cuando Stock le propuso a Dean (DeHaan, por los andares y la forma de arrastrar las palabras parece que resucita un ratito para nosotros al protagonista de «Rebelde sin causa») que posara para él y luego vender las instantáneas a la entonces legendaria revista «Life». Pero Dean duda, dudaba mucho siempre, y coquetea y dice que sí, que quizá, que no, mientras Stock se desespera porque su carrera profesional se estanca y le hace falta dinero. Asistimos a la historia de amor/pasión de Dean con la menuda Pier Angeli (no hay, sin embargo, en todo el filme ni siquiera un atisbo de las numerosas relaciones homosexuales que mantuvo la estrella), a los arranques de cólera de Ben Kingsley, el despiadado y feroz dueño de los poderosos estudios, a las glamurosas fiestas con Elia Kazan, Nicholas Ray, Natalie Wood... Y, de pronto, James Dean decide aceptar la propuesta, e incluso ambos viajan a Indiana (que arranca con ese largo monólogo de Dean en el tren, la parte más humana y sentimental de este filme tan gélido como aquellas tierras nevadas) para visitar a la familia del actor, marcado por la pérdida temprana de su madre. Y Stcok lo fotografía entre el ganado, leyendo tebeos, junto a un tractor, el ojo indiscreto mirando atentamente dentro de Dean, más allá de los ojos miopes y los hombros en permanente tensión. Lástima que la cinta resulte desapasionada, incluso mecánica a veces, con estos dos tipos singulares en medio de la batalla. La del inconformista, hermético, Dean, triunfar desganadamente en el cine. Pero, en el fondo, la grande la tenía ya perdida: «Tenemos que volver a casa, a casa de nuevo», dijo un poeta. Él no pudo. Murió meses más tarde de que salieran publicadas las fotos que lo hicieron, si cabe, todavía más grande. Gigante.