Los días en que Maradona pasó de ser "dios"a un demonio de cocaína
El director Asif Kapadia estrena «Diego Maradona», un documental en el que, tras 500 horas de selección de archivo, refleja por qué el futbolista, tras llegar a lo más alto, cayó luego en picado por culpa de las drogas.
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El director Asif Kapadia estrena «Diego Maradona», un documental en el que, tras 500 horas de selección de archivo, refleja por qué el futbolista, tras llegar a lo más alto, cayó luego en picado por culpa de las drogas.
El fútbol es el juego del engaño. De estudiar al rival y enfrentarse a él de manera que no se espere la jugada. Comienza el partido y se intercambian los regates, los contraataques, las quejas al árbitro, hasta que alguien chuta y marca gol. El fútbol es el juego del campeonato, en el que siempre hay un ganador y un perdedor. Pero también es el deporte de los pobres. Y con esto me refiero, sobre todo, a su público. Este juego no nació en un estadio con 50.000 abonados, sino que ha sido el entretenimiento de numerosas personas en parques, descampados o en mitad de una carretera. Para mucha gente ha servido como vehículo de evasión de la realidad, «el único momento capaz de arrancarles una sonrisa, les pone positivos y les ayuda a olvidarse de sus horribles realidades». Al menos, así lo cree Asif Kapadia, director del documental «Diego Maradona». Para este futbolista, uno de los mejores de la historia, «en la cancha se va la vida, se van los problemas, se va todo...». Para él, el deporte del balompié es todo un símbolo de felicidad que, sin embargo, también trae en ocasiones arranques de odio e incluso una decadencia que el propio filme se encarga de reflejar.
Podríamos decir que la cinta de Kapadia es como un partido de fútbol: tiene dos tiempos. En el primero, se retrata a un Maradona humilde, proveniente de unos orígenes de pobreza y lucha por la supervivencia. En el segundo, todo lo contrario: cuando parece que está ganando el partido a base de fama y amor orquestado por su público, en medio de una riqueza abrumadora, llega su ocaso, como persona, como profesional, todo por las drogas. Un antes y un después. El ángel y el demonio. Diego y Maradona. Como dice Fernando Signorini, su entrenador personal, durante el documental, «con Maradona no iría a ningún lado, con Diego al fin del mundo», y es que esta estrella del fútbol no pudo evitar tener una doble cara como si de una moneda se tratase. Porque, ¿a quién no le corrompen los millones y la fama?
Diego Maradona, tras dejar su época en el Barcelona, llegó a Nápoles un 5 de julio de 1984 ante las miradas de 80.000 personas. Subió unas escaleras y, tras esquivar los disparos de las cámaras de fotos, saludó a la que comenzó siendo su afición y terminó presenciando su declive. El argentino llegó a Italia para salvar al equipo: ganó dos «Scudetto» –el equivalente a la liga de fútbol española–, uno en 1986-1987 y el segundo en 1989-1990, y una UEFA, en 1988-1989. Los únicos trofeos que alcanzó esta escuadra y gracias, principalmente, a la llegada de Maradona. Cualquiera que lo leyese en un libro creería que es una ficción, pero es que, cuando la ciudad más pobre de Europa ficha al futbolista más caro del mundo, y, encima, consigue que su equipo resurja de las cenizas, «tienes una historia». Comenta Kapadia que el de este futbolista «es un drama más grande que la propia realidad, hoy en día lo que le sucedió sería imposible que se repitiera, fue al principio como un cuento de hadas que realmente pasó».
Desde Villa Fiorito, la zona más pobre y peligrosa a las afueras de Buenos Aires, hasta vivir a cuerpo de rey y convertirse, para muchos, incluso en un dios. Recuerda Kapadia que, para el documental, quiso conocer de primera mano el origen de Maradona, «porque ese camino no empieza con el primer gol, sino mucho antes». Subraya que aquel lugar irradiaba «una pobreza que iba más allá, mucho más compleja de lo que podríamos imaginar en Madrid o en Londres». Sin embargo, Maradona, junto a su familia, fue capaz de escapar, impulsado principalmente por unos combustibles que se reflejan en la cinta: rabia, ambición y aguante contra la adversidad. Cuando Diego alcanza el éxito tras abandonar una realidad tan forzada, explica Kapadia que, con su particular carisma, opta por ver la vida con una perspectiva clara: si cuando no tenía dinero no importaba, ahora que lo tengo, eres tú quien no me interesa. Sin embargo, «Diego dejó físicamente Villa Fiorito, pero Villa Fiorito nunca le dejó a él, donde iba lo buscaba, incluso en Nápoles, nada más llegar».
Junto al crucifijo
Quien haya estado en un partido, sea en el Camp Nou, en el Santiago Bernabéu o en otro estadio de cualquier gran equipo, habrá visto cómo los jugadores saltan al campo con música, luces, aplausos, como si fueran súper estrellas. La afición por el deporte llega hasta tal punto que mitifica la imagen del futbolista. Así le ocurre a Cristiano Ronaldo, o a Messi, y así le ocurrió a Maradona. Aparece en el documental cómo algunas personas, junto al crucifijo de la cabecera de la cama, colgaban una foto suya. ¿Futbolista o ser superior? «Creo que la gente se olvida de los jóvenes que son, de dónde vienen y de cómo ha sido sus vidas antes de entrar en la palestra y tener que decir que sí a todo el mundo», denuncia Kapadia, y lo ejemplifica con una anécdota. En el cartel que publicita el estreno del filme, aparecen cuatro palabras: «Rebelde», «Héroe», «Tramposo» y «Dios». «Cuando presentamos la primera versión del poster, hubo mucha gente que se tomó muy en serio lo de la palabra “tramposo” –la eligieron por el famoso gol que metió con la mano–, afirmaban que eso no se podía decir, que Maradona es intocable», explica Kapadia. De ser intocable a ser idealizado no hay mucho recorrido. Sin embargo, el director añade que «cuando vio el cartel Daniel Arcucci, biógrafo de Maradona, dijo que la palabra hiriente no era esa, sino llamarle “Dios”», continúa, «porque es de la peor forma que puedes referirte a una persona, puede afectarle y que su vida vaya a peor». Sin embargo, esta condición divinizada del argentino duró hasta que, en el Mundial de Italia de 1990, ya con una imagen deteriorada, Argentina ganó al equipo anfitrión en los penaltis. A partir de ahí, la imagen del Pelusa entró en una espiral basada en la exaltación del odio. Los napolitanos destruyeron la pompa en la que se protegía Maradona para referirse a él, ya no como un dios, sino como un demonio que no merecía ni un solo aplauso. A esto, además, se unió algo que el documental refleja sin matices: su adicción a la cocaína y su relación con las mujeres así como su nexo con la Camorra.
Cocaína y meteduras de pata
«Maradona me decía que, nada más probó la cocaína en Barcelona, se volvió un adicto», explica Kapadia. De esta manera, y posando junto al clan Giuliano de esta organización mafiosa, el recuerdo de un Diego que nació en la pobreza y se caracterizaba por su humildad se borró para siempre. El filme refleja cómo sus semanas se dividían –de nuevo– en dos tiempos: de jueves a domingo, fútbol y, de domingo a miércoles, cocaína. Imágenes del Pibe de Oro de juerga, con la mirada perdida, sudando, con una imagen que nada se parecía a la del chico que un día llegó a Nápoles a darlo todo por el fútbol. Como decía, aterrizó en la ciudad ante la atenta mirada de 80.000 personas. Sin embargo, se fue solo. En 1991 dio positivo en un control de «doping» y por esto, sumado a la «Operación china» –una investigación que dio con conversaciones telefónicas entre Maradona y la Camorra–, le pusieron cargos por consumo y tráfico de drogas. Adiós al fútbol, a la condición de «barrilete cósmico» o Pibe de Oro y a su genialidad ante el balón, que demostró en aquel añorado Mundial de México (1986), en el que los goles de Maradona en el 2-1 contra Inglaterra hicieron que todo el mundo se olvidara, por un momento, de la realidad que desafiaba al mundo: la Guerra de las Malvinas.
«Pasé mucho tiempo estudiando a Maradona –fue una labor documental de 500 horas de archivo–, y encontré muy pocos metraje donde se vea a Maradona verdaderamente vulnerable», explica Kapadia. Sin embargo, el toque final del filme busca, sea por reconciliarse o por sacar una nueva imagen suya, una entrevista de televisión donde Maradona realmente llora. «Se da cuenta de que ha metido la pata, su figura omnipresente, de todopoderoso, se derrumba con esas imágenes», dice el director. Y es que, de nuevo, la cinta es como un partido de fútbol: cuando el árbitro pita el final, las emociones se exaltan y, en su caso, Diego siente, se arrepiente, es vulnerable. Al fin y al cabo, demuestra que es una persona.