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"Mientras dure la guerra": España, abre los ojos

"Mientras dure la guerra": España, abre los ojos
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Dirección y guión: Alejandro Amenábar. Intérpretes: Eduard Fernández, Nathalie Poza, Miquel García Borda, Karra Elejalde. España, 2019. Duración: 103 minutos. Drama.

Testarudo, contradictorio, culto, socarrón, muy vasco por fuera y por dentro; la esencia, para muchos, del espíritu noventayochista. A Unamuno le dolía España desde joven, pero, sobre todo, durante aquel verano del 36 que parecía no terminar nunca, y, si estuviese hoy vivo, esa quemazón sería igual o más lacerante. Cuánto cambió el país y qué poco hemos cambiado nosotros. En aquellos determinantes días, desde Salamanca, de cuya Universidad es rector, Unamuno (Karra Elejalde, enérgico, poliédrico) decide apoyar públicamente la sublevación militar para devolver el equilibrio a una sociedad desmadejada, caótica y hambrienta. «La República no nos ha traido ni orden, ni paz, ni pan», exclama Unamuno; pronto, el gobierno de Azaña lo destituye del cargo y, de paso, le ayuda a reafirmar lo que piensa de todos ellos. Pero retrocedamos unos minutos hasta el significativo arranque de la película, que, en blanco y negro, muestra una bandera que va recuperando los colores: el gualda, el rojo, el morado. De la noche a la luz, y luego otra vez oscuridad, pienso que quiere transmitir Amenábar, que, aunque comedido y encorsetado, sabe a qué bando pertenece. La historia sigue: Franco, encarnado de manera un tanto caricaturesca por Santi Prego y que el cineasta refleja como un hombre más taimado de lo que piensan quienes lo rodean, suma sus tropas al frente y va perfilándose como el líder de la revuelta aunque algunos militares lo miren con recelo. La cinta, de forma sorprendente, combina la trama principal, los encarcelamientos y las ejecuciones (aunque las cunetas acunaron cadáveres de todos los colores) con momentos oníricos sobre la juventud de Unamuno, unas escenas muy sentimentales y, a lo mejor, una forma de «pretextar» al protagonista que no hacía falta. Unamuno, hundido, se replantea entonces su apoyo a los sublevados. En realidad, el ya anciano autor siempre lo cuestionó todo, como debería hacer cualquier intelectual no arrimado al pesebre del poder. Franco se traslada a Salamanca ya como Jefe del Estado de la zona nacional, y se suceden el encuentro con Millán Astray (hay tantas versiones sobre lo sucedido...), su «Viva la muerte» («que es como decir muera la vida», responde Unamuno), el destierro doloroso e interior. Sí, la herida de la Guerra Civil sigue abierta porque los políticos, aquellos de los que desconfiaba Unamuno, todavía no quieren cerrarla. Hasta desenterrarán al dictador... Es otra manera de mantenerlo vivo. Porque los fantasmas, y eso lo sabe Amenábar, siempre asustan y persuaden.