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Miyazaki: el maestro se despide con una obra maestra

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No es extraño que la noticia del día de ayer en la Mostra de Venecia fuera que Hayao Miyazaki se retira del cine. «The Wind Rises», que lleva más de ochenta millones de dólares recaudados en Japón, tiene el sesgo melancólico de una despedida, y es un autorretrato en toda regla. El director de «El viaje de Chihiro» ha confesado en varias ocasiones que para ser un buen animador la animación debe convertirse en una obsesión. Y la vida del ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi, el inventor del avión de caza Zero, parece una réplica de su concepción del artista: un hombre que trabaje incansablemente para realizar su sueño, y al que le quede el suficiente amor para compartirlo.
Fue el presidente de los estudios Ghibli, Koji Oshino, el encargado de dar la noticia en primicia. Miyazaki, de 72 años, no ha viajado a Venecia para preparar una rueda de prensa en Tokio en la que explicará los motivos de su retiro en la cresta de la ola de su inventiva, que está durando más de la década que, en la película, el pionero de la aviación italiano Giovanni Caproni considera como el máximo periodo de creatividad al que puede aspirar un artista. Quizá esta jubilación anticipada nace en la polémica que despertó «The Wind Rises» en su estreno en Japón, que coincidió con el anuncio por parte del primer ministro conservador, Shinzo Abe, de un posible cambio en la Constitución pacifista de su país. Los medios vieron en el filme un alegato contra esa revisión, y Miyazaki, que desde siempre se ha reivindicado como antibelicista (no asistió a la ceremonia de los Oscar en el 2003 en protesta contra la guerra de Irak), emitió un comunicado oficial en el que declaraba su horror «por la falta de sentido histórico de los principales líderes políticos».
A Miyazaki siempre le ha gustado volar. Su padre dirigía una fábrica de timones para los Zeros inventados por Horikoshi. Su fascinación por las máquinas aéreas recorre toda su filmografía desde «Nausicaa» hasta «El castillo ambulante», pasando, por supuesto, por «Porco Rosso». En «The Wind Rises», que se abre con una cita de un poema de Paul Valéry que sintetiza el espíritu vitalista del filme («¡El viento se alza! ¡Debemos intentar vivir!»), sublima esa fascinación identificándola con el deseo de la imaginación de superar lo real. Por eso, aun siendo la más realista de sus películas, los sueños ocupan un hermoso lugar en el relato, son el lugar de encuentro del protagonista con su guía espiritual –el antes citado Caproni–, el espacio de libertad para un hombre que crea al margen del empleo que su país, con un pie en la Segunda Guerra Mundial, hará de sus vanguardistas artefactos.

Aplausos a rabiar

¿Qué película de animación tiene el valor de detenerse en dibujar el movimiento de la respiración de un niño mientras duerme? ¿O en el ruido espantoso de un terremoto abriéndose camino hacia un tren de vapor (una de las escenas más bellas del filme)? ¿O en la forma informe de la lluvia al caer? La atención al detalle de la animación de Miyazaki se encuentra aquí en plena forma, quizá alentada por la historia de amor que, más allá de los aviones, de la crítica al nacionalismo mal entendido y del mal uso de los avances tecnológicos, late en el corazón del filme. La biografía arquetípica de todo idealista debe estar salpicada por la tragedia de un amor truncado, y es ese amor el que le da a «The Wind Rises» una preciosa dimensión de melodrama clásico, en el que la pureza de la emoción del dibujo parece emular las memorables soluciones visuales de Borzage, Griffith y Mizoguchi. Huelga decir que la Prensa aplaudió a rabiar, y que, siendo la obra maestra que cierra su filmografía, se convierte en firme candidata al León de Oro.
La poética de Miyazaki contrastaba ayer con la sordidez de la griega «Miss Violence», en lo que parece un «Canino» en clave realista. En la fiesta de su decimoprimer cumpleaños, Angelika se suicida delante de toda su familia. Ni una nota, ni un signo de alerta. El suicidio apenas plantea preguntas. La figura de autoridad paterna, en paro, intenta controlar su entorno, imponer una normalidad que, al poco, será más anormal que nunca. Porque, ¿de qué dinero viven los seis miembros de esta familia?

Ejemplo para el cine español

El padre, claro, es el Estado griego, y el resto de la familia son el pueblo, silencioso, indiferente al horror en el que viven inmersos. Lejos del sombrío significado de la metáfora, es admirable el modo en que el nuevo cine griego está retratando la crisis económica de su país. Sin lágrimas fáciles, sin ampararse en las estrategias dramáticas del cine social al uso, abofeteándose sin piedad, afrontando la verdad desde el meollo del asunto. En la aceptación de lo inaceptable, en la asunción de que somos títeres en el gran teatro de la crueldad de los mercados, las primas de riesgo y los gobiernos irresponsables está el germen de un suicidio irreversible. «Miss Violence» es un nuevo mazazo helénico a los que venden que la crisis llega a su fin. ¿Cuándo tomará ejemplo el cine español?