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"Mula": El hombre que amaba las flores

larazon
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Director: Clint Eastwood. Guión: Sam Dolnick, según el artículo de Nick Schenk. Intérpretes: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Dianne Wiest. EE UU, 2019. Duración: 116 minutos. Drama.
Si «Gran Torino» certificaba la defunción del personaje forjado por Eastwood desde «Harry el sucio», «Mula» se erige en el nada complaciente autorretrato de un artista que, a los 88 años, confiesa que son sus errores los que le mantienen en pie. No es casual que uno de los grandes pecados de Earl Stone, el genio horticultor que sale de la bancarrota transportando alijos de cocaína desde El Paso hasta Chicago, haya sido anteponer su vida profesional a su vida familiar, y menos lo es que su hija, que deja de hablarle durante quince años, esté interpretada por Alison Eastwood. A pesar de que Earl Stone esté inspirado en un personaje real, Eastwood lo ha convertido en su alter ego, acentuando sus rasgos problemáticos –su tendencia al engaño; el enorme desfase entre su afable, seductora persona pública y el egoísmo con que trata a sus seres queridos; su indisimulado racismo– para convertir la película en una mezcla de fiesta de celebración y declaración de arrepentimiento. Alérgico a la tecnología y ajeno a la violencia, Stone-Eastwood está dispuesto a vender su alma si es por una buena causa, o lo que es lo mismo, si hacer la vista gorda cuando se trata de transgredir la ley se traduce en tomar atajos para disfrutar de la vida, librarse del control de los jefes del cotarro y hacer lo que le viene en gana, que no es otra cosa que volver a trabajar con las manos, delicadamente, para que las peonias florezcan, aunque sea entre rejas. «Mula» es, y eso es lo más admirable de ella, la película de alguien que ama las flores, que cree a ciegas en el trabajo artesanal, y que sabe que el precio que ha tenido que pagar por ser independiente es dejar unos cuantos corazones rotos a su paso. Eastwood no se avergüenza de su nostalgia, ni tampoco esconde esos defectos que tan poco le importa abanderar como figuras de estilo. La enormidad de su mito ensombrece a los secundarios que le rodean –a Dianne Wiest, que está especialmente irritante como su exmujer, o a Bradley Cooper, que no existe más allá de una escena en la que oficia como oyente en genuflexión–, potencia el maniqueísmo con que aborda la cuestión racial –¡ese cártel latino!– y abusa de azúcar en los momentos dramáticos, que deberían de ser más trágicos que sentimentales. Pero no todas las flores son igual de hermosas: lo importante, viene a decir Clint Eastwood en este filme, es saber que seguirán creciendo cuando hayamos muerto.