"Muñeco diabólico": Psicópata con causa
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Director: Lars Klevberg. Guión: Tyler Burton Smith (Personajes: Don Mancini). Intérpretes: Aubrey Plaza, Brian Tyree Henry, Mark Hamill. EE UU, 2019. Duración: 90 minutos. Terror.
Viendo de nuevo (y fue literalmente hace un par de noches, que la memoria también se llena de arrugas y calvas con los años) «Muñeco diabólico» (1988), una puede entender las razones de aquel éxito de taquilla cuya producción costó cuatro dólares malcontados en una década durante la cual el género de terror vivió un resurgimiento brutal en EE UU gracias a un puñado de cintas entre el gore y el cachondeo, entre el jacarandoso e irresponsable sexo adolescente y los «serial killers» más psicópatas, feos y retorcidos. Así, a pelo, sin necesidad de ordenador ni unos guiones excesivamente coherentes. Y viva la incorrección política y tal, no como ahora, que nos han jorobado la fiesta. Con el público, en resumen, entregado a la faena, la historia de Karen, una madre soltera en serios apuros económicos que busca el regalo perfecto de cumpleaños para su hijo y se topa con un monstruo de pelo anaranjado y apenas un metro de estatura, entusiasmó a medio planeta. Curioso que el hijo de la sufrida protagonista, en este «remake» (aunque los creadores del filme prefieren hablar de «recreación»), no sea tan pequeño de edad como en la que versiona. Será para que nadie ponga el grito en el cielo tratándose de un casi adolescente al que le hacen las fechorías. No es, sin embargo, la única diferencia entre ambas: la principal estriba en que mientras la película de Tom Holland presentaba un muñeco poseído por el espíritu de un asesino con buena mano para el vudú, aquí es un «Buddi» al que, cuando lo están montando en un precario taller de Vietnam, un trabajador recién despedido le boicotea el chip como venganza para convertirlo en un cafre criminal. No está mal la actualización del argumento, ni tampoco parece baladí que sea precisamente mientras observa «La matanza de Texas» que Buddi se vuelva ya del todo loco y comience la suya propia. Con «Leatherface» incluido y un humor más negro que la de Holland, cuya falta de recursos y unos actores de traca le otorgaron un tono de comedia mayor que el que, creo, esperaba el propio cineasta. Así, el nuevo «Chucky», nombre que él mismo elige para sí, parece en ocasiones un paria, un inadaptado con un serio transtorno mental que solo busca querer y que alguien lo quiera para siempre. Aunque deban rodar literalmente cabezas. Existe incluso ya hacia el final un guiño al robot Hal 900 de «2001: Una odisea del espacio» y una advertencia: la venganza del tercer mundo contra el primero todavía no ha terminado.