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«Ocho apellidos catalanes»: Temblad, gallegos

Dirección: E. Martínez Lázaro. Guión: B. Cobeaga y D. San José. Intérpretes: D. Rovira, K. Elejalde, C. Lago, C. Machi, R. M. Sardá. España, 15. Duración: 93 minutos. Comedia.
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Apuesten lo que quieran, porque incluso hay una pista en la aquí presente segunda entrega de la factoría: un personaje que parece haber nacido en las mismas Ramblas por el acento tan rotundo resulta ser al final gallego, ya les he avisado. Lástima, pensará el inteligente, listo Emilio Martínez-Lázaro, que el tema vaya poco a poco agotándose en sí mismo y España no dé para más en cuanto a los apellidos señeros de una autonomía se refiere, de ahí que se nos haga difícil pensar que Madrid, por ejemplo, sea alguna vez el objeto de las chanzas. Y mira que le sacarían partido. En realidad, buena parte del éxito de «Ocho apellidos...» recae en los guionistas de la misma, Borja Cobeaga y Diego San José, quienes han sabido sacar provecho de tópicos, clichés, arquetipos, medias verdades y verdades de cuerpo entero en cada zona patria que van pisando. La fórmula es casi idéntica, y el hilo conductor, muy endeblito por cierto, la historia de amor que une y desune a la vasca Amaia (Clara Lago) y el sevillano Rafa (Dani Rovira, que cada día me recuerda más hablando a Paco León) y que lleva esta vez el cogollo de la trama a una Cataluña que algunos piensan o sueñan que ya se ha independizado. Si digo más, les hago un «spoiler» de tres pares. Hay, desde luego y siempre sin querer ofender a nadie estén o no de acuerdo con este invento del nacionalismo, un puñado de «gags» estimables, una Rosa María Sardá que se nota que lo está pasando en grande, un arranque saleroso con flamenco de por medio, una pareja de tebeo que va a más, la formada por Karra Elejalde y Carmen Machi, un «hipster» francamente relamido e insoportable, y un barullo por enmedio envuelto en la estelada de padre y muy señor mío. Pero, claro, hemos perdido por el camino desde las tierras vascas buena parte del factor sorpresa, de la frescura, la agilidad y el choteo que cuajaron mejor en la anterior película. Con todo, las taquillas responderán, y muy bien, que en España nos gusta bastante la parodia y el cachondeo. En manos de Berlanga, estos disparates nacionales, porque este país no cambiará nunca, habrían sabido a gloria, como aquella descomunal paella que tan orgulloso lucía en sus películas.

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