«Passengers»: Amor de otro planeta
Director: Morten Tyldum. Guión: Jon Spaihts. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Chris Pratt, Michael Sheen, Laurence Fishburne. EE UU., 2016 Duración: 116 minutos. Ciencia-ficción.
Quizá en la misma lejana galaxia donde la atormentada princesa Leia eternamente esperará la fuerza que al final le faltó, una sofisticada nave espacial que viaja a un planeta remoto y transporta miles de personas tiene una avería bastante fea en la cámara de sueño. Como resultado, aunque por distintas circunstancias, dos pasajeros despiertan 90 años antes de llegar al destino. O sea, más de una vida para muchos. Con la tierra atestada y faltos de esperanza, muchas son las razones que arrastran a estos hombres y mujeres hasta la escotilla del aparato, donde siguen hibernando como muertos tranquilos mientras aguardan el aterrizaje. Todos menos los susodichos Jim Preston (Chris Pratt), un joven y atractivo mecánico, y Aurora Lane (Jennifer Lawrence), bella escritora de Nueva York que desea volcar esta experiencia en el best seller de su vida; ambos deben aprender a vivir juntos con la única compañía de un sofisticado robot-camarero (encarnado por Michael Sheen; este actor merece algo mejor que unas piernas robóticas, digo yo) que, sobre todo en la primera aparición estelar del personaje, recuerda aquel siniestro barman de «El resplandor» kubrickano. Y ahí –no se hagan ilusiones–terminan las posibles similitudes con aquella soberbia película de terror, porque «Passsengers», incluso por encima de la ciencia ficción, que también, se trata de una comedia romántica y bastante convencional en el fondo a pesar de las apariencias y aunque transcurra a tropecientos kilómetros de este mundo rodeada de refinados cacharros que, al cabo, no sirven para nada cuando no hay dónde llegar ni con quién utilizarlos. Una especie de Adán y Eva del futuro sin manzana pecadora pero con la sombra de una duda detrás bastante alargada. La química funciona bien entre ambos protagonistas, aunque Lawrence parece con el piloto automático puesto y Pratt no va más allá todavía de cachas con el gesto fácil y simpático. Por miedo a «spoilear», poco añadiremos sobre el argumento, aunque sí que tampoco piensen en cintas como «Marte» o «Gravity», porque nada que ver, a pesar de que por la noche todas las estrellas puedan parecer igual de pardas, sobre todo vestidos de astronautas. La cinta dirigida de manera eficaz pero con pocas ideas originales y algo empalagosillas por Morten Tyldum demuestra, eso sí, que el amor traspasa barreras, hasta la del sonido, y que los príncipes azules pueden ser unos egoístas de aúpa.