Peligro: justicieros cañís andan sueltos por España
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Estaregui se quedó parado a los 35 años e invirtió todo su dinero en un sueño: llevar a los cines la historia de dos justicieros contra la corrupción. Tras «Torrente 5», el filme «Justi&Cia» puede dar que hablar por la manera de dar «escarmiento» a los presuntos.
Un fantasma recorre España. De contrata en contrata, de concejalía en concejalía, de norte a sur, la corrupción atraviesa Celtiberia como antaño los monos, de árbol en árbol. El escenario está servido; el guión se escribe solo: apaños, corruptelas, desvíos, tejemanejes, tarjetas opacas... Una película busca su autor. E Ignacio Estaregui –35 años, parado, sin un duro– ha recogido el guante para retratar el cabreo nacional, el «hasta aquí hemos llegado» de una generación entera. Cuando el día de mañana nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos echen la vista atrás y, como nosotros con la españolada de los 60 o el cine quinqui ochentero, quieran saber qué y cómo se habló en la gran pantalla de la corrupción en los años de la crisis, quizás «Justi&Cia» tenga algo que decir. Al menos a eso aspira Estaregui: «Quiero pensar que la historia no siempre la escriben los grandes sino que los pequeños tenemos mucho que decir y ojalá esta película quede como un legado de lo que pasó aquí y ahora; creo que hace falta este tipo de testimonios, además de pasar un buen rato en el cine y fantasear y empatizar con estos dos antihéroes».
Justino y Ramón –un minero leonés superviviente de un accidente fruto de una negligencia que queda impune y un indigente que vive de prestado en un hotel– son el Quijote y Sancho de esta «road movie» cañí en que un par de vencidos emprende un viaje con postas para impartir justicia por cuenta propia y dar rienda suelta a la rabia contenida. «Tú lo has pensado; ellos lo han hecho», reza el eslógan de la película, que se estrena este viernes y es el primer largometraje de Estaregui. Pero... ¿qué han hecho? Secuestrar a políticos, empresarios corruptos a lo largo del país, devolverles la «bofetada», grabarlo y enviarlo a las televisiones. «La gente vuelca su frustración y rabia en las redes sociales y yo me he limitado a arañar esa superficie y crear esta historia de ficción; mi propio viaje y el de muchos es ése, sentir que alguien tiene que dar el primer paso, atreverse a hacer las cosas, tomar la iniciativa, aunque sea en la vida personal o no sea exactamente como lo hacen estos personajes». Y es que Estaregui no pretende hacer cine «militante» ni señalar a unos u otros: «Esta película no es política ni moralista, ni de derechas o de izquierdas; es la película de los que estamos hartos».
«Justi&Cia» es una producción modesta, endeble a ratos, entrañable como la cocina de pobre, con algunas escenas antológicas que remiten a «Reservoir Dogs» o «Un día de furia» y ciertas simplificaciones que delatan que no había dinero para más. Y es que, fundamentalmente, éste es un filme nacido de la carestía. Una película que esconde un periplo personal, otra aventura de la crisis: «En abril de 2013 nos echan a mí y a unos compañeros de la productora donde trabajábamos; me quedo en el paro con 35 años, sabiendo que el sector está muy mal y me planteo qué hacer con mi vida. Paralelamente, empiezo a tomar conciencia de lo que está pasando alrededor, en el país; no es que antes no la tuviera, pero llegaba a fin de mes y no te ves en la calle, en una situación comprometida, sin respaldo económico». La noche del 1 de mayo –Estaregui lo recuerda como una epifanía–, la historia le surge sola. Y se la juega al todo o nada: capitaliza los 10.000 euros del paro «en vez de tenerlo ahí dos años a verlas venir», araña otros 15.000 en un concurso televisivo, contrata y da de alta en la Seguridad Social a cuatro compañeros despedidos junto a él de la productora –«pobres, pero honrados», matiza– y se lanza a buscar financiación «bajo las piedras». «Ésta es una película hecha fuera del sistema, no porque seamos antisistema, sino porque estábamos fuera de él y hemos conseguido colocarla», señala. Con 200.000 euros de presupuesto y un rodaje de pocas semanas, han logrado lo que se proponían: ofrecer un producto con vocación de gran público «aunando las ganas de sobrevivir, de querer hacer cine y de decir basta». Su historia llega en un momento tristemente idóneo, tras el «octubre negro» de la corrupción («Es lamentable que año y medio después de poner en marcha el proyecto, esto esté más de actualidad que nunca», señala) y entronca en su filosofía con grandes producciones actualmente en cartelera: ahí está el retrato mordaz de la España corrupta de «Torrente 5: Operación Eurovegas» y la rabia desencadenada de «Relatos Salvajes». Pero la historia de «Justi&Cia» se escribe en minúsculas, al margen de la industria y sin un pellizco de subvención: «No me considero un emprendedor, sino un superviviente; estaba muy bien trabajando por cuenta ajena y también podría haber hecho películas así, pero cuando ves que tu futuro depende de ti y no te queda más remedio, tiras para donde puedes». Y Estaregui tiró de actualidad, una bolsa magra y mucho ingenio.
El último Angulo, el primer Hovik
Estaregui ha contado con dos cómplices de excepción para su aventura cinematográfica. Álex Angulo y Hovik Keuchkerian dan vida a los dos antihéroes que se dedican a «dar caña por España» contra la corrupción. «Justi&Cia» es la última aparición en la pantalla de Álex Angulo, fallecido el pasado 20 de julio en accidente de tráfico. «Le pasamos el guión y un presupuesto modestísimo para él, y se volcó con nosotros», recuerda Estaregui, quien cree que el personaje de Ramón refleja lo que «siempre fue Álex, un hombre bueno». Junto a Angulo, Hovik –secundario revelación de «Alacrán enamorado»– afronta su primer papel protagonista. «Verlo actuar demuestra que no es necesario ir a una escuela de interpretación», señala el director. Keuchkerian, de origen libanés, ha sido todo y nada en sus 42 años de vida: tricampeón de boxeo en los pesos pesados, abandonó los rings, cayó en el alcohol y descendió a los infiernos. Se reconvirtió en poeta, monologuista y finalmente actor. Su presencia en pantalla es incuestionable. Difícilmente podrán apearle del cine: Hovik dará que hablar.