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Scarlett Johansson, mi marciana favorita

larazon
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Si David Bowie cayó a la Tierra hace casi cuarenta años para recolectar agua para su planeta, Scarlett Johansson busca caviar masculino para alimentar a sus colegas alienígenas en «Under the Skin».
Si David Bowie cayó a la Tierra hace casi cuarenta años para recolectar agua para su planeta, Scarlett Johansson busca caviar masculino para alimentar a sus colegas alienígenas en «Under the Skin». La diva marciana pone los pies en Escocia para ejercer de mantis religiosa montada en una furgoneta que recorre calles solitarias al encuentro de machos en celo que no tengan a nadie esperándoles en sus casas. No busquen en la nueva película de Jonathan Glazer, que se granjeó injustos abucheos entre la Prensa asistente a la Mostra, un modelo de ciencia ficción al uso, un filme sexy y glamuroso o un vehículo para las dotes expresivas de Johansson. «Under the Skin» es fría, extraña, áspera y radical. Un objeto volante no identificado en toda regla. «Mi intención era ver el mundo a través de los ojos de un alienígena y descubrir cómo se siente el personaje», declaró un Glazer con tendencia al laconismo. «Observar la intuición que crece en ella, esa especie de despertar». No en vano, el segundo y espléndido largo de Glazer, que también concursó en Venecia, se titulaba «Birth», y también hablaba de un (re)nacimiento, de una revelación. Las primeras e hipnóticas imágenes de «Under the Skin» –lo que parece un planeta y un satélite en órbita acaban encajando para convertirse en un ojo humano, mientras se escuchan de fondo las palabras «sentir» y «filmar»– dejan bien claro que lo que le interesa a Glazer es el acto de mirar, y las emociones de extrañamiento y alienación que fluyen de él.
Ni siquiera podríamos afirmar que se trata de una película de ciencia ficción. Ni tampoco que Johansson interpreta a un personaje propiamente dicho. «Yo lo llamaría "it"(ello)», confirmó Glazer en rueda de prensa. A lo que Johansson, con titubeante voz grave, añadió: «Me enfrenté al reto sin ideas preconcebidas. Tardamos un par de semanas en encontrar el tono. Se trataba de empezar completamente en blanco. Es como si el personaje tuviera un interruptor. Cuando busca lo que necesita se enciende y cuando lo logra se apaga». ¿Su objetivo? Captar machos de buen ver para llevarlos a una casa que esconde una piscina negra que se lo traga todo.
Grabado con cámara oculta
«Under the Skin» es una película incómoda. El encuentro entre la belleza sensual de Johannson y la normalidad bien parecida de sus víctimas masculinas, a veces grabado en cámara oculta para no interferir en las reacciones de los actores, cristaliza en una secuencia difícil de describir aquí, pero que abre una grieta en el filme y humaniza de golpe al ¿personaje? de Johansson. La cita con lo deforme le planta un espejo en la cara, y la cinta cambia de rumbo. Matiza su insensibilidad, se hace menos kubrickiana para delatar de forma más flagrante su falta de filiación genérica. ¿Quiénes somos los alienígenas, ella o nosotros? ¿Quién es el Otro cuando miramos desde los ojos de lo extraño? Preguntas lo suficientemente fascinantes para que no podamos apartar la vista de la pantalla ni un minuto.
De la colisión con la idea del Otro también aspira a hablar «Ana Arabia», la película que Amos Gitai ha rodado en un plano secuencia de 81 minutos. Aunque el argumento de venta sea el mismo, nada tiene que ver con el virtuosismo atlético de «El arca rusa». Para seguir a la periodista que le sirve de guía turístico por un barrio de Jaffa, en el que una superviviente de Auschwitz se casó con un palestino, el cineasta israelí mueve poco la cámara, ajustándose a las exigencias de largas secuencias de diálogo en las que temas como la tolerancia, la convivencia y la interculturalidad se ponen sobre la mesa. La insignificancia de «Ana Arabia» no le resta representatividad en una tendencia que está en auge en esta Mostra: la situación única, aislada, como manifestación del hermetismo emocional del mundo en que vivimos. Lo advertimos también en «Gravity», en «Via Castellana Bandiera», en «Miss Violence», en «The Zero Theorem» y, sin ir más lejos, en «Locke», en la que un ingeniero interpretado modélicamente por Tom Hardy se pasa hora y media conduciendo y hablando por teléfono en un trayecto que cambiará su vida para siempre. Será cosa de la crisis y los recortes de presupuesto, pero el cine se hace cada vez más pequeño para ponerse más cósmico.

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