«Sully»: El factor humano
Director: Clint Eastwood. Guión: T. Komarnicki, según el libro de J. Zaslow y C. Sullenberger. Intérpretes: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney. EE UU, 2016. Duración: 96 min. Drama.
Cuando alguien le llama héroe, Sully dice que solo es un hombre que hace bien su trabajo. Imaginamos que es lo que diría Clint Eastwood si alguien le pide un autógrafo por ser un gran cineasta. Lo que diferencia al piloto casi sexagenario del director de cine octogenario es que el primero salvó 155 vidas al amerizar un avión herido de muerte en el río Hudson, el 15 de enero de 2009, evitando así un nuevo 11S. El gran hallazgo de «Sully» es que Eastwood organiza toda la trama alrededor de la dimensión trágica del héroe, llevando así a su terreno lo que podría haber sido el previsible relato de una historia real. Tom Hanks, grandioso, encarna al protagonista como si realmente hubiera conducido a la muerte a los pasajeros del avión, y él mismo fuera un fantasma: lacónico, incapaz de enfrentarse al conflicto, gran tema eastwoodiano, entre su imagen pública y la imagen que tiene de sí mismo. No solo se trata de que el sistema institucional cuestione su hazaña, y que de ahí nazca el drama que sustenta la película, sino que esa incertidumbre está tan integrada en la mirada del personaje que da la impresión de que todo lo que ocurre después del milagro –la persecución gubernamental, pero también la atención mediática y el entusiasmo de la población civil– es una pesadilla. De ahí que, de forma harto inteligente, Eastwood espere a más de la mitad del metraje para mostrar el accidente en un flashback, después de que las recurrentes visiones postraumáticas de Sully hayan caído como meteoritos en medio del relato. Podría decirse que el «flashback» es una licencia poética, porque su omnisciencia no respeta el punto de vista, pero es mucho más que eso: es el recuerdo de un fantasma que sobrevuela el accidente, que controla todas sus perspectivas, que se diluye en el éter del desastre para documentar su dimensión trascendente. Sully sólo vuelve del mundo de los muertos cuando escucha la grabación del accidente, la traducción de su subjetividad al lenguaje de lo real. Es una idea muy hermosa, que explica el optimismo idealista del clímax final, esa reivindicación del factor humano que aplaude la eficacia de una comunidad dejándose la piel para ayudar al otro, y que se convierte en un inédito contraplano a los lamentos urbanos post 11S. Es en el punto de encuentro entre lo subjetivo, siempre sumergido en las tinieblas de la duda, y lo real donde el Eastwood de «Sin perdón» o «Banderas de nuestros padres» encuentra la Verdad, su verdad, la verdad del trabajo bien hecho, que es, para Harry Callahan, la única que cuenta.