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Es el reto que propone el director griego Yorgos Lanthimos en el mundo distópico de «Langosta», Premio del Jurado en Cannes
Yorgos Lanthimos está cansado de que le pregunten por Grecia. Cuando se celebró esta entrevista, el pasado mes de mayo, antes de que «Langosta» ganara el Premio del Jurado en Cannes, estuvo a punto de poner los ojos en blanco cuando escuchó la palabra de seis letras. Por aquel entonces, Grecia aún era «trending topic»; ahora parece que todo aquello, sepultado por la crisis de los refugiados y el terror yihadista, sucedió hace un lustro. «Me fui de mi país porque cada vez era más difícil encontrar financiación para mis películas, y quizá había llegado el momento de hacer algo que no dependiera de la buena voluntad de mi familia y mis colegas». Vive en Londres desde hace cuatro años y su primera película en inglés, con estrellas anglosajonas, trata exactamente los mismos temas que «Canino» y «Alps», que relanzaron a Grecia –lejos queda el éxito internacional del cine de Angelopoulos– en el competitivo panorama del cine de autor festivalero. «Mis filmes no responden a un programa de símbolos y significados. Admiten una lectura sociopolítica, pero eso depende del espectador. Los problemas de Grecia tienen un alcance universal, no me atrevería a señalar culpables», apostilla tras su barba recién recortada, con el discurso medido y un tanto monocorde de los chefs que no quieren revelar la receta de sus mejores platos.
Tenebrosos sonidos
Acostumbrado a trabajar con un equipo reducido de gente afín, ¿cómo se ha sentido al lidiar con Colin Farrell, Rachel Weisz y Léa Seydoux? «Hemos tenido más dinero para el vestuario y la dirección artística, pero, en esencia, he trabajado de la misma manera que en Grecia. Para unirse al proyecto, la única condición que ponía a los actores era que hubieran visto antes una de mis películas. Quería que tuvieran claro dónde se metían», concluye sonriendo. Si algo destaca del cine de Lanthimos es la tenebrosa, robótica musicalidad de los diálogos, como si, en realidad, las palabras fueran sonidos de una producción en cadena. «Todos entendieron a la perfección mi propuesta. Tiendo a no dar instrucciones a los actores, a alejarme de ellos. Hay algo en el guión que les obliga a interpretar en una dirección concreta, y creo que la gracia es que cada uno de ellos aporte cosas de su personalidad a ese esquema, que si no, podría resultar un tanto rígido».
«Langosta» es lo más cerca que el cine de Lanthimos ha estado de contar una historia de amor, precisamente partiendo de un escenario en el que el amor –o, mejor dicho, la codificación del amor aceptada por el sistema– es un peaje obligatorio para seguir integrado en la sociedad. «No soy un cineasta que se plantee grandes mensajes. Las cosas van saliendo de una forma orgánica, mientras trabajo con mi coguionista habitual (Efthimis Filoppou) alrededor de una idea inicial. En este caso, quería investigar cómo habían cambiado las relaciones de pareja en nuestro entorno. La intención era hacer una película romántica, pero tampoco puedo huir de mí mismo ni de lo que veo. Existe crueldad y hay sarcasmo en mi visión del mundo. En todo caso, prefiero que los demás sean quienes interpreten lo que he hecho. Sería demasiado pretencioso por mi parte fingir que conozco el significado de todo lo que plantea el filme. Aunque parezca muy cerebral, mi modo de trabajar es más bien intuitivo».