Un bocazas llamado Oliver Stone
Oliver Stone, el cineasta más político y polémico de Estados Unidos, visitó ayer el Festival de San Sebastián para presentar «Snowden», su visión de un hombre en lucha contra un Estado «que sacrifica las libertades en aras de la seguridad»
Oliver Stone, el cineasta más político y polémico de Estados Unidos, visitó ayer el Festival de San Sebastián para presentar «Snowden», su visión de un hombre en lucha contra un Estado «que sacrifica las libertades en aras de la seguridad»
Para Oliver Stone, el cine no es evasión ni mero entretenimiento. Es algo más que los viejos fundamentos de la lámpara mágica: ver gente, cosas, en acción. Para el norteamericano el cine es un medio. Y lo suyo es el mensaje. De ahí que su filmografía siempre le vaya pisando los talones a la actualidad, especialmente de un país, Estados Unidos, del que se ha convertido en una suerte de «bestia negra». Siguiendo la estela política de muchas otras de sus cintas, este septuagenario de Nueva York recaló ayer en el Festival de San Sebastián con su nueva película, «Snowden» (proyectada fue-ra de concurso) y un mensaje bastante claro en su discurso: Estados Unidos está matando la libertad en aras de la seguridad. «Esta película no va de si Snowden es o no un héroe –señaló el realizador– sino que habla sobre nuestras ideas, sobre el derecho a mantener la privacidad, sobre si queremos usar la tecnología o que la tecnología nos use».
Así, la controvertida figura de Edward Snowden, el ex analista de la CIA y la NSA (la agencia de seguridad estadounidense), que vive asilado en Rusia, se erige para Stone en emblema de una actitud valiente contra la decadencia de los valores que fundaron el país y en todo un toque de atención para el futuro: «Esa idea de sacrificar las libertades civiles en aras de la seguridad la escucharon también los alemanes en los años 30. Lo primero que hicieron fue decir a la sociedad: “Estamos aquí para protegerles y necesitamos su lealtad’’. Y ésa es la muerte de la libertad y el comienzo del totalitarismo; cambiar todas las reglas en nombre del terrorismo es una respuesta extrema, hay que estar alerta ante los fascistas y tiranos que vienen diciendo que nos van a proteger. Yo no quiero ese tipo de protección», afirmó durante la rueda de prensa que dio en una sala que estaba totalmente abarrotada.
«Snowden» narra, en algo más de dos horas, el periplo del ex agente desde el instante en que decide abandonar la NSA y viajar a Hong Kong para entrevistarse con los periodistas de «The Guardian» que publicaron sus filtraciones sobre el sistema de vigilancia del país, desatando una tormenta política de escala internacional que obligó al protagonistas de esta historia a pedir asilo político en Rusia ante los cargos de traición que pesan sobre él en Estados Unidos.
- Intrahistoria
Sin embargo, Oliver Stone no está especialmente interesado en narrar el calvario de Snowden desde que estallara la bomba, sino en conocer sus motivaciones para desvelar unos secretos que podían arruinar su carrera y su vida entera. El «flashback» es la herramienta utilizada por el cineasta para ir desentrañando la intrahistoria de aquel suceso e ir manifestando ante el espectador el poder de sumisión del Estado frente al individuo y los peligros que acechan a Norteamérica. «Dicen que Snowden tiene sangre en las manos, que es responsable de la muerte de americanos, pero lo dicen las mismas agencias y congresistas que votaron a favor del estado de vigilancia», defendió ayer un hombre que está totalmente convencido de que el ex agente es un «gran patriota» y debe ser indultado por el Gobierno de su país o, al menos, que se atiendan a sus peticiones, encaminadas a tener un juicio justo.
En este sentido, Stone fue especialmente duro con el actual presidente norteamericano, Barack Obama: «En un principio, parecía un hombre íntegro, pero cinco años después de su elección, Snowden hizo lo que hizo porque Obama resultó ser todo lo contrario. Ha creado el estado de vigilancia global más grande que se puede concebir, más allá de la Stasi».
Si Obama quiere tener un gesto decoroso antes de dejar el despacho oval, asegura Stone, debería dejar volver a Snowden. La figura de Stone siempre ha sido incómoda dentro de su país. Sus amistades y hasta complicidades con tiranos como Fidel Castro o Hugo Chávez (a ambos los ha retratado en sendos documentales), la férrea militancia de su cine y sus declaraciones siempre incendiarias le han granjeado numerosos enemigos, que no han hecho sino crecer con la reinterpretación que ha hecho del pasado norteamericano en la serie de 2012 «La historia no contada de los Estados Unidos».
Pero, a su vez, Stone es todo un referente del cine americano en las últimas cuatro décadas, desde que sorprendiera al mundo con el crudo retrato de Vietnam que hizo en «Platoon» en 1986, tema que variaría en la famosa «Nacido el 4 de julio». Luego vendrían piezas como «Nixon» y «JFK» en cuanto al análisis político o su recordada diatriba contra Wall Street en la cinta homónima de 1987.
- Una larga conversación
Stone, se puede decir, no ha dejado títere con cabeza. Y ayer, en San Sebastián, se despachó a gusto contra el presidente saliente (de quien dijo sentirse defraudado) y se mostró poco esperanzado con los candidatos en liza en las próxima elecciones presidenciales: Hillary Clinton y Donald Trump. «Este viaje va a ser complicado, pero quizá conduzca a algo positivo porque a veces es en la adversidad donde se espabila la gente, y América necesita entender que se encamina hacia la autodestrucción», sentenció.
Un buen paso para enmendar el futuro sería, a juicio de Stone, permitir el regreso de Snowden. El propio cineasta viajó en varias ocasiones a Moscú junto a su coguionsta Kieran Fitzgerald, para encontrarse con el ex agente. Joseph Gordon-Levitt, que encarna a Snowden, aseguró que pudo tener una charla de cuatro horas con él: «Fue muy valioso porque él siempre intenta quitar la atención de sí mismo y su vida para ponerla en las cuestiones que denuncia pero yo necesitaba mirarle a la cara, ver cómo paseaba, cómo hablaba o te daba la mano», aseguró el actor.
Él da vida a un hombre que «creía en su país», que, de hecho, según se relata en la cinta, quiso participar en la guerra de Irak por estar convencido de las tesis que defendió en ese momento el presidente George W.Bush. Pero una lesión le impidió estar ahí y su posterior trabajo en el seno de la investigación antiterrorista le hizo abrir los ojos sobre los cuestionables procedimientos que se estaban usando. Dos libros han servido de base para este retrato personal y político del hombre: «The Snowden Files», de Luke Harding, y otro del abogado ruso de Snowden, Anatoly Kucherena.
En el momento actual, Oliver Stone vive en campaña permanente. Sus ideas son conocidas a uno y otro lado del Atlántico.
Pero asegura que el hecho de que «Snowden» se estrene ahora, coincidiendo precisamente con las elecciones norteamericanas, no ha sido un hecho premeditado. «La empezamos hace dos años», señaló. Y, además de la faceta política de Snowden, la cinta también escarba en los estragos que sufrió su vida privada y su relación con su novia a raíz de este escándalo.
La crítica internacional se ha mostrado dividida entre quienes opinan que se trata de una santificación sin matices de la figura del ex agente y quienes consideran que es el mayor paso cinematográfico de Stone desde que estrenó «Nixon». En cualquier caso, el director dará por buena la cinta si, comenta, logra remover conciencias, hacer pensar a sus compatriotas y al mundo entero sobre el modelo de seguridad que queremos en un mundo cada vez más globalizado y expuesto a miradas indiscretas.
Cine con firma
Jonás Trueba, amor contracorriente
Si hay una nota predominante en la Sección Oficial de este 64º Festival de San Sebastián, ésa es la crudeza: desde la fría disección de la preparación de unos atentados en París, caso de la francesa «Nocturama», hasta el asesinato de niños a manos de niños en la polémica cinta polaca «Playground», pasando por el violador en serie de «Que Dios nos perdone» o los jóvenes homicidas de la chilena «Jesús». Demasiadas películas descarnadas. Por eso, ayer muchos respiraron aliviados con la propuesta de Jonás Trueba que prima los sentimientos «sotto voce» y las emociones de andar por casa en «La reconquista». Es su cuatro largometraje y narra el encuentro, 15 años después de vivir un primer amor, de una pareja ya treintañera interpretada por Francesco Carril e Itsaso Arana. Su estilo mesurado va contracorriente de las modas. «A veces parece que si las películas no tienen violencia, cosas extremas, no se justifican –señaló ayer-. En los festivales aún se ve más. Parece que para que se diga que es una película muy buena, y muy de festival, debe morir mucha gente, cortarse las venas o haber mucho sexo, todo muy desmesuradamente». Trueba vuelve a mostrar sus intereses en las relaciones personales de los treintañeros a través de una cinta con fuerte carga autorreferencial en la que ha «rescatado» al cantautor Rafael Berrio. El artista aparece en la trama e interpreta tres de sus canciones. «Toda la película está impregnada por sus creaciones», confiesa un director que sigue su camino desde el cine independiente (desde que debutara con «Todas las canciones hablan de mí», en 2010) y ha logrado hacerse un hueco en un Festival como San Sebastián. Hijo de Fernando Trueba y sobrino de David, asegura a LA RAZÓN que «sería injusto decir que mi apellido ha sido un lastre. He tenido la suerte de crecer rodeado de películas y gente interesante».