Verano, fin de trayecto
«La película de nuestra vida» es un claro homenaje al estío y al paso del tiempo.
«La película de nuestra vida» es un claro homenaje al estío y al paso del tiempo.
Ahora que estamos en periodo estival innumerables planes se tornan como opción para pasar este –más o menos largo– tiempo de descanso. Una de ellas es pasar la temporada en la casa familiar, rodeado de abuelos, tíos, y primos. Enrique Baró Ubach (Barcelona, 1976) esto lo conoce muy bien, pues pasó todos los de su infancia y juventud en la casa de su abuelo junto a su familia. Por ello, en su ópera prima «La película de nuestra vida», que bebe del estribillo de una canción de Joe Crepúsculo («La canción del verano, la canción de nuestra vida, como un rayo que atraviesa las heridas») homenajea ese lugar y este tiempo de disfrute y relajación. «Partiendo de mi experiencia y de mi verano particular, el objetivo es reflexionar acerca de los espacios donde hemos disfrutado y hemos sido felices, sin regocijarnos en la nostalgia. Que esto nos sirva para darnos cuenta de que hay que disfrutar y vivir el presente», asegura.
No obstante, el filme respira nostalgia por sus poros, aunque de aquella que «no es paralizante», y se convierte también en un homenaje al cine que Baró ha mamado desde pequeño con la inclusión de fragmentos de cintas en celuloide, tanto en blanco y negro como en color, grabados por su abuelo y por su padre.
«La película de nuestra vida» narra el último día de verano de tres hombres –un joven, un adulto y un anciano– en la casa familiar y su disfrute con los pequeños placeres que te proporciona esta época. Tres generaciones diferentes que en realidad representan al mismo hombre en tres épocas distintas de su vida. Por ello, el director insistió mucho a los actores, uno de los cuales es su padre, en que «más que una persona, representaban una edad».
Sin embargo, la historia es lo de menos. Baró afirma que «lo más importante era evocar una sensación: la del verano como paraíso terrenal» y por este motivo, el director se permite la licencia de intercalar el presente, además de con los fragmentos mencionados, con representaciones de ficciones que transportan a un mundo onírico, nacidas de la experiencia biográfica del autor en su infancia, cuando jugaba con sus primos a recrear rodajes. «La película tiene muchas cosas que yo he vivido desde pequeño, por eso digo en los créditos que se empezó a rodar en 1953. Son ideas que he imaginado, he fabulado desde siempre. Era convocar en la película todo un imaginario que yo tenía en la cabeza», apunta. En estos tiempos en los que el calor aprieta , Enrique Baró propone una película veraniega, con partes «realmente refrescantes».