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Claudio Magris: «Europa debe convertir los estados de hoy en regiones»

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El novelista, que publica tres libros en España, aboga por un continente federal sin nacionalismos
Claudio Magris es una de las grandes conciencias literarias de Italia. Su nombre ha sonado para el Nobel de literatura. No le faltan galardones, como el Príncipe de Asturias de las Letras o el FIL de Literatura en Lenguas Romances, que le entregaron este año en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Europeísta ferviente, apuesta por una unión federal en la que los países europeos se disuelvan y queden como regiones. Para ello propone poner fin a los nacionalismos utilizando la fórmula de las tradicionales muñecas rusas, las «matrioskas», en las que «una identidad está dentro de otra», sin negarse las unas a las otras. Pensando así no extraña que sienta «como una herida» el intento de ruptura de Cataluña. «No veo porqué deba separarse de España», reconoce Magris a LA RAZÓN. Llegan ahora a nuestro país tres libros suyos: «El Conde y otros relatos» (Sexto Piso), «La literatura es mi venganza» (Anagrama), en el que conversa con Mario Vargas Llosa, y «Stadelmann» (Alfabia).
-En sus obras está presente el concepto de «Mittleuropa» para evocar el legado cultural del Imperio austrohúngaro. ¿Qué queda de esa tradición en la Europa de hoy?
-Cuando se dice «Mittleuropa» se indica no sólo una realidad geográfica, la Europa central, sino también una civilización formada por países con tradiciones y lenguas diversas, pero que de alguna manera estaban conectados por dos elementos supranacionales: el judío y la lengua alemana, que era el esperanto de entonces. Esta variada unidad se debía a la pertenencia durante siglos al Imperio habsbúrgico. No es por tanto una idea, sino que indica un paisaje cultural muy importante, pero que tampoco hay idealizar. Desarrolló una cultura supranacional, con una gran sensibilidad hacia el fin de la vieja Europa que se vislumbraba entonces. Tampoco hay que hacer un cliché. Indica una especie de continente cultural en el que uno se reconoce con sus virtudes y sus defectos.

Un problema de todos

-La historia europea de los últimos 60 años está marcada por la paz, la democracia y el desarrollo económico, pero vivimos hoy un momento de pesimismo general.
-Estos años han sido de paz, aunque hubo una Tercera Guerra Mundial vencida por Occidente contra el mundo soviético. Dejó 45 millones de muertos entre 1945 y 1989. Para nuestra fortuna egoísta no han caído en Europa. Ahora nos encontramos en una auténtica Cuarta Guerra Mundial, pues por todo el mundo estallan focos violentos. No se entiende quién lucha contra quién. Lo situación en Israel es terrible, pero es la única clara. En otros lugares no se entiende. Assad es enemigo de Occidente pero luego le pide permiso para dejar pasar los aviones para ayudar a los «peshmerga». Es una situación tremenda. Por lo que respecta a Europa, yo soy un patriota europeo. Nuestro único futuro posible es el de un Estado europeo, federalista y descentralizado, en el que se conviertan en regiones los Estados de hoy, como España, Italia o Francia. Actualmente los problemas son europeos. Piense en la inmigración: es un asunto de todos. Que existan leyes distintas en Italia o en Holanda es como si hubiera leyes diversas enFlorencia y Bolonia. No lo veré, porque soy demasiado viejo, pero mi sueño es votar a un presidente del gobierno que pueda llamarse Rossi, Gutiérrez, Schmidt o Du Pont. Por desgracia, Europa está en un momento difícil. No sólo por la crisis económica, también por el renacer de los «micronacionalismos». Han caído muros ideológicos, pero por todos lados se crean muros de pequeñas o grandes identidades nacionales. Son micronacionalismos que excluyen a los otros. Podremos hacer algo cuando entendamos que nuestra identidad nacional es como una matrioska. Yo soy triestino, no napolitano, y hablo el dialecto triestino. Pero esto no va contra el hecho de ser italiano o europeo.
-Hoy en Europa hay sin embargo multitud de tendencias identitarias contrarias.
-Sí. Son tendencias contrarias durísimas. A mi juicio, son negativas y suicidas. No me gusta el pesimismo complaciente. Como Gramsci, creo en el pesimismo de la razón, es decir, en ver las cosas que van mal, y en el optimismo de la voluntad, en actuar para que vayan mejor. La deriva populista está motivada por la crisis económica, por el hecho de que, por desgracia, el capitalismo financiero de tipo anglosajón parece haber vencido al capitalismo de tipo renano. Éste se sustenta en la producción, en el largo plazo, y no en el hecho de vender millones de acciones antes de haberlas comprado, basándose en que la hora de Tokio no es la misma que la de Fráncfort.
-Hablando precisamente de nacionalismos, resulta obligado preguntarle por lo que está sucediendo estos días en Cataluña. ¿Cómo ve la situación?
-Cataluña tiene una medida estatal, cultural y lingüística, pero no veo por qué deba separarse de España. Ha de tener su autonomía, sus peculiaridades, su lengua. Pero, ¿qué quiere decir separarse? ¿Qué van a hacer? ¿Tener un Ejército? No veo lo que significa ser un Estado. Yo espero que Italia deje de serlo, pero no porque no la ame, sino porque creo que nuestro futuro debe llegar a una identidad más grande. Deberíamos ser matrioskas, en las que nuestra identidad está dentro de otra. Son identidades que no se niegan, sino que se comprenden. Cataluña es un gran país, pero no veo lo que significa ser un Estado con embajadas. Siento mucho lo que está pasando, lo siento como una herida porque amo mucho a Cataluña.
-Antes hablaba de la Cuarta Guerra Mundial. El Papa Francisco hace una denuncia similar. ¿Por qué admira a Francisco? ¿Le resulta más fácil creer en Dios con él como Papa?
-Excepto unos pocos creyentes convencidos y unos pocos ateos convencidos y enfadados, todos a veces creemos en Dios y a veces no. No sé si resulta más fácil creer con este Papa, pero Francisco está llevando a la Iglesia a ser un interlocutor importante y vivo. Existe un intolerable clericalismo totalitario y dogmático, al igual que un intolerable ateísmo agresivo. Recuerdo que en un congreso alguien le dijo de forma agresiva al obispo Bruno Forte que no creía en Dios. Forte le respondió: «Chico, pues no sabes lo que te pierdes». Por desgracia, a menudo la Iglesia es catastrófica al hablar.
-¿Cómo se recordará esta época de Italia?
-Negativamente. He inventado una palabra imitando a Marx. Él hablaba de «lumpenproletariat» [proletariado harapiento]. No se reía de la pobreza, sino que hablaba de un proletariado tan oprimido que no tenía capacidad para tener conciencia de sí mismo. Por eso estaba disponible para operaciones reaccionarias o populistas. Hoy tenemos una «lumpenburguesía». No es ya una clase universal, sino general. Ha perdido el sentido fuerte y digno de vivir. Hay muchas cosas positivas, pero creo que será una época negativa. Hay un estilo de vivir, antes que de hacer política, que me resulta preocupante.
-¿Con este tipo de burguesía es más fácil entender la corrupción de Italia o España?
-No hay que idealizar el pasado. Yo estoy contento de vivir en esta época. Se han hecho progresos enormes. No es lo mismo ser madre soltera hoy que hace 50 años. Es sólo un ejemplo entre tantos. En cuanto a la corrupción, existía ya en el pasado. Ha habido un crecimiento, motivado en parte por el crecimiento social. Ha cambiado el sentido de que estas cosas sean malas. Ya no se avergüenzan de ellas. La idea de la moral estaba antes muy alta, pero hoy ha caído hasta la hipocresía. No es que quiera defenderla, pues es algo horrible, pero la hipocresía es el homenaje que el vicio le hace a la virtud.