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Corrupción en Atenas: los fondos malversados que levantaron el Partenon

Atenas, a pesar de ser un ejemplo para la historia, no fue una democracia "ejemplar", como revela Tony Spawforth en "Una nueva historia del mundo clásico"(Crítica)
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Atenas, a pesar de ser un ejemplo para la historia, no fue una democracia "ejemplar", como revela Tony Spawforth en "Una nueva historia del mundo clásico"(Crítica)
“Hecha la ley, hecha la trampa”, suele decirse. Cuando el mundo anduvo necesitado de referentes políticos, vio en la Antigua Grecia, y en especial en Atenas, una especie de Edén democrático. Desde luego, este “gobierno del pueblo” fue el sistema más avanzado de su tiempo (si lo pensamos, al menos con categorías actuales), pero resulta curioso comprobar cuán lejos estuvieron de la perfección y, sobre todo, cómo las “trampas” de la democracia ateniense nos remiten a las actuales taras de los sistemas homologables en los que vivimos.
En su “Una nueva historia del mundo clásico” (Crítica), el historiador Tony Spawforth, analiza el funcionamiento de la “polis” griega por antonomasia, Atenas, convertida en la vanguardia del sistema de ciudades-estado griegas, impulsora de ideas de “libertad” (entendida como “independencia del gobierno extranjero”) y de “civilización”. Los atenienses forjan con el paso de los siglos una dicotomía entre ellos y los “bárbaros”, fueron conscientes y orgullosos de su primacía en el campo artístico, tecnológico, político y hasta militar, después de la impresionante victoria contra los persas. En el siglo de Pericles, ese sistema llegó a su culmen y a su final.
Cincuenta funcionarios, cuya comida y alojamiento se pagaban del erario público, se encargaban de los asuntos de estado. Servían durante un mes y eran reemplazados por otros 50, para garantizar que el poder estuviera lo más repartido posible y no se enquistase. “Todos ellos -explica Spawforth- procedían del mismo organismo, un concejo de estado compuesto por 500 ciudadanos”. Se les elegía por sorteo y rotaban cada año. “Que la democracia ateniense recurriera a menudo a estos sorteos demuestra hasta qué punto los atenienses se tomaban en serio la idea de que todos los ciuidadanos elegibles debían tener las mismas oportunidades de servir a la ciudad”.
Pero eso no significa que todos fuera iguales en Atenas. Para empezar, esclavos, extranjeros y mujeres quedaban fuera del juego político. Alcanzar la ciudadanía ateniense se hizo más complicado aún en tiempos de Pericles. Y la aristocracia tenía ciertas prerrogativas nada desdeñables. De entre las familias más ricas surgían los acreontes, altos magistrados de la Atenas clásica. “Los demócratas atenienses debían tener en cuenta la existencia de una clase alta rica de nacimiento y con actitudes aristocráticas”, explica el autor. Estas familias conservaron derechos y prebendas en una sociedad a la que contribuían con su dinero, ya que no existían impuestos directos.
Las asambleas del Pynx no eran ajenas al absentismo y a la falta de participación de las democracias actuales, a pesar de que en aquella ciudad (una quinta parte con derecho a voto) hubiera voto directo y no delegado. En ese contexto, no siempre se imponía la mejor idea y ya entonces hubo muchos críticos al modo de conducirse el pueblo ante los líderes: “Así es como se conducen los atenienses siempre que el tema que se discute les parece exigir un aprendizaje”, se quejaba Platón.
“En la práctica -añade Spawforth-, los ciudadanos siempre tendieron a dejarse dirigir por oradores de los estratos superiores de la sociedad ateniense, que disponían de tiempo libre para dedicarse a la vida pública”. Y, además, tenían dinero para emprender una carrera cada vez más profesionalizada en una sociedad que inventó la oratoria y negoció con ella ampliamente.
El caso de Pericles escapa a los cánones democráticos. El pueblo se dejó guiar por su carisma en un tiempo en que Atenas empezó a ser vista con recelo por el resto de sus vecinos. La amenaza persa siguió presente durante décadas después de la II Guerra Médica. Y fueron varias las ciudades-estado que se acogieron al poderío de Atenas, pagando con fondos copiosos la protección de Pericles.
Poco a poco, la Antigua Grecia se vio anulada por Atenas: “los atenienses empezaban a tratar a sus aliados más bien como súbditos de un imperio del cual ellos eran los únicos amos”, señala el autor. En cierta manera, Atenas había empezado a copiar modelos políticos de la Persia imperialista. El caso más flagrante (y moderno) fue el uso fraudulento que Pericles hizo de los fondos de guerra aportados por todas aquellas ciudades-estado que habían solicitado protección militar a Atenas.
“Los ateniense empezaron a desviar los pagos de los aliados del tesoro de guerra -su ''raison d'étré”- para fines puramente atenienses". En concreto, los edificios públicos y el embellecimiento general de la ciudad se beneficiaron de esta política fraudulenta. La Acrópolis y el Partenon se levantaron sobre esta malversación. Las cuentas anuales demuestran que se erigió con “transferencias efectuadas por los funcionarios atenienses que recibían pagos anuales de los aliados”. De repente, dinero local y foráneo se usaba indistintamente, algo que no molestaba demasiado a los numerosos trabajadores y artesanos interesados en las grandes obras públicas emprendidas.
No obstante, algunas voces críticas alertaron de estos modos imperialistas. Escribe Plutarco: “Piensa Grecia que es víctima de una terrible violencia y que está claramente sometida a una tiranía, cuando ve que con sus obligadas aportaciones para la guerra nosotros doramos la ciudad y como a una mujer vanidosa la embellecemos, adornada con costosas piedras, estatuas y santuarios de miles de talentos”. A los críticos, Pericles opuso un discurso populista: “Explicaba al pueblo que no tenían que rendir cuentas de las riquezas de los aliados, puesto que hacían la guerra por ellos y mantenían a raya a los bárbaros sin que aportaran un solo caballo, nave u hoplita, sino solamente dinero y esto no pertenece a los que lo dan, sino a los que lo reciben, si proporcionan aquello por los que lo reciben” (Plutarco).
Con todo, la impopularidad de Atenas creció exponencialmente y Esparta emergió como el único capaz de pararle los pies. Los espartanos temían al poder creciente de Atenas y lograron aliados para que no fuera a más la pujanza de una ciudad-estado que muchos veían con recelo pero también con envidia, ya que la personalidad emprendedora de Atenas constituía un ejemplo que muchos valoraban.
La Guerra del Peloponeso estalló en este contexto en que la Antigua Grecia era incapaz de tomar partido por uno u otro liderazgo. La alianza que se gestó para contener al enemigo común persa saltó por los aires y ahora era la propia península la que estaba rota, dividida y en guerra. Aquella contienda se llevó a Pericles por delante, y a aquel siglo rutilante de Atenas.