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Cuando la jota es un baile moderno

El Ballet Nacional recupera la esencia del folclore de nuestro país para poner un acento de vanguardia a la «Visión de España» creada por Sorolla
larazon

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Riesgo. El de recuperar el folclore. Porque desempolvar la castañuela, salvo que uno mire al Sur, tiene un peligro. Quedarse atrapado en los coros y danzas. Aferrarse a las casas regionales. Colgar una etiqueta facilona a una jota y mirar para los fados de al lado porque cotiza y enamora al primer susurro. Cosas de la mirada del que ve. Pero también del que se expone. Claro que si las gafas de aumento las pone Joaquín Sorolla, la cosa cambia. Porque uno ya no ve mantillas apolilladas de herencia maltrecha, sino una joya «vintage» revalorizada de la que hay que presumir fuera de casa. «Quiero fijar sin simbolismos ni literatura la psicología de cada región, lo pintoresco, algo lejos de la españolada», dijo hace un siglo de palabra y con su pincelada. Y del óleo, al escenario.
«Visión de España», aquel encargo de 14 paneles hecho por la Hispanic Society de Nueva York para su biblioteca, se traduce en escenas que el Ballet Nacional de España presentará en el Matadero de Madrid desde el próximo miércoles hasta el 30 de junio. Antonio Najarro marca el ritmo de la escena a sus 35 bailarines y ocho músicos. Nicolás Vaudelet da color con 200 estilismos. «Sorolla supo reflejar en estas obras los valores de nuestro país, nuestros paisajes, nuestras tradiciones, nuestra manera de vivir la religión... Por eso me parecía interesante partir de él para darle el sitio que se merece al folclore español, respetando las bases de cada una de las danzas locales pero ofreciendo un toque de vanguardia», explica el director del Ballet, que ha confiado en Arantxa Carmona y Miguel Fuente para el buceo etnográfico en los orígenes de cada uno de los bailes y crear unas coreografía aptas para el espectador 2.0. No se trata de restauración de piezas de museo, sino de renovación de pasos, de ritmos olvidados. Adiós pues al «typical spanish» en la muñeira. El reto parte de rescatar la esencia de aquello que hizo marca España antaño para algo más que sacudirle el polvo: ponerlo en valor. «Claro que podríamos ''colgar'' hoy nuestra obra en la Hispanic Society y dar muestras de la contemporaneidad de nuestro trabajo. Presentamos algo nuevo unido a la búsqueda de las raíces, algo que sólo se consigue desde el conocimiento y el respeto a lo que crearon otros antes», asegura a LA RAZÓN en uno de los últimos ensayos antes del estreno.
El matiz como referencia
De ahí que la fórmula que plantea uno en los pasos y el otro en la costura no se base en la transgresión, sino en el matiz, eso que mimaba el artista valenciano con su manejo de la luz, el brillo y los pantones. Para Najarro se traduce en una presencia minuciosamente escogida de la castañuela y unos pasos que le han supuesto más de un quebradero de cabeza a los bailarines por el trabajo de técnica y resistencia que exigen las danzas tradicionales ya sea en los solos, en los números de grupo o en los pasos a dos. No en vano, en apenas unos minutos el equipo viaja de Aragón a Elche, pasando por Sevilla, Cáceres o Ayamonte. Así se consigue esa evolución de género que cubre el 70 por ciento del espectáculo en el que se dejan ver también creaciones de danza clásica española, escuela bolera y flamenco.
Para hilar la ruta teatral, el carácter de Franco Dragone, uno de los baluartes del Circo del Sol. Se le siente en las luces, en las transiciones que conforman un relato, no un salto brusco de un lienzo a otro. «Cada uno de los que estamos en esto somos un poco pintores del cuadro final que es lo que ve el espectador», explica Vaudelet, con un andaluz de acento francés. O a la inversa. Porque aunque nació en Bretaña, se mueve mejor en el barrio de la Encarnación que muchos capillitas que presumen de ser de la Virgen del Valle. «Sorolla me ha abierto los ojos para descubrir otra España, como la riqueza de la fiesta, pero también su capacidad para captar la esencia de cada personaje. No muestra a la masa, refleja a un pueblo, un concepto muy distinto». Ahí está «La Fiesta del Pan», donde se multiplican los personajes junto a una muralla castellana y que al pintor le llevo dos años de trabajo. «Yo tampoco quería representar a un batallón de bailarines, si no personas. Por eso no hay un traje igual a otro». El pobre, la viuda, el paisano con las mangas remangadas, el alcalde... Un protagonista colectivo, pero sin perder la identidad personal. El folclore.