Cuando los travestis mandaban en Barcelona
Creada:
Última actualización:
Ninguna ciudad llegó a alcanzar la cima del canalleo como Barcelona. Decimos Madrid y se nos abren puertas al infierno de la Movida, con sus yonquis muy bien coreografiados y la rumba de Los Chunguitos entre modernas que querían parecerse a Almodóvar cuando era Pedro, pero la zona cero de la libertad española, que trajo la Constitución del 78, estaba en Barcelona. Allí nació la revista «El Vibora», y ahora, cuarenta años después, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, le dedica una exposición alrededor del gótico, que es como mostrar un váter en mitad del Palacio Real. En estos momentos en los que nos envenena lo políticamente correcto, sería impensable que una publicación se llenara de travetis, maricones, drogadictos, todo lo que por tu madre pondría el grito en el cielo sin que una manifestación de curas, gays y neofeministas se lanzara a borrar la tinta del cómic. Nazario con su «Anarcoma» rompió todas las reglas con la intención de que la subcultura y el peligro penetrara, en el amplio sentido del término, en el relato oficial de nuestra historia contemporánea. Y con él, Max, Mediavilla, Mariscal, y ese etéctera que en lugar de lazos amarillos rompían las convenciones sociales, éticas y morales de la burguesía y el aldeanismo de la España toda. Podría decirse que entonces éramos más libres. Y más sinvergüenzas. Y menos buenistas. El cambio climático en manos de Robert Crumb hubiera sido un reciclaje de calzoncillos usados. Entre tanta marginalidad, se colaron autores que hoy coronan el canon del género como Art Spiegelman, autor de «Maus», esa historia del Holocausto en la que los nazis son gatos y los judíos, ratones. La primera novela gráfica que consiguió un Pulitzer. Así que lo que fue «basura» se convirtió en ambrosía. De su macarra «Peter Punk», Max evolucionó hasta dibujar «El tríptico de los encantados», un encargo del Prado para el quinto centenario de El Bosco. Toda vanguardia acaba absorbida por el sistema. Las fieras se domestican. A veces para bien. Fueron 300 números. Hasta que en 2005 se cortó la lengua viperina de «El Víbora» que había llegado a tirar 40.000 ejemplares de media. La Movida,pues, empezó en Barcelona y no en Madrid. Hoy allí el mayor exceso «underground» es retirar el busto de un Borbón y promocionar cursis cabalgatas de los Reyes Magos. La capital se ha librado del nacionalismo pero no de los malos humos de la falsa modernidad que pasa por decir amén a las magdalenas de Carmena, aunque ya no esté Carmena. La Gran Vía se ha convertido en homenaje a la Europa civilizada y aburrida. Por televisión cantaban Las Vulpes, y ahora predicamos en tertulias con taparrabos ideológicos. Aquel cómic de excesos tuvo su continuidad edulcorada en «Madriz» o «La luna de Madrid», escritas con tanta resaca que tantos años después aún puede olerse los restos del botellón. A los apóstoles que quedaron de aquel evangelio les llamaron los supervivientes. Hoy esa palabra solo remite al «reality» de la Pantoja. Los travestis mandaban en Las Ramblas en lugar de los manteros. El arte se ha prostituido. Y la política, también.