Cultura

Cuéntame un cuento, Carmina

Se publica una edición definitiva que reúne los relatos de Martín Gaite, de cuya muerte se cumplen dos décadas en 2020.

La escritora Carmen Martín Gaite cultivó el cuento y lo reivindicó como un género mayor
La escritora Carmen Martín Gaite cultivó el cuento y lo reivindicó como un género mayorlarazon

Se publica una edición definitiva que reúne los relatos de Martín Gaite, de cuya muerte se cumplen dos décadas en 2020.

La que fuera señera representante de la generación narrativa de los años 50, junto a Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Josefina R. Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, y Ana María Matute entre otros destacados escritores, mantiene perfectamente viva su literatura, conformada en torno al realismo intimista, la introspección psicológica y el retrato de costumbres. La reconocida novelista de títulos como «Entre visillos» (1957), «El cuarto de atrás» (1978), «Nubosidad variable» (1992) e «Irse de casa» (1998) dedicaría también parte de su quehacer al cuento, como un género de autonomía expresiva, caracterizado por una dificultad estructural, el estudiado devenir de la trama, un final entre tenue e impactante, y la impresionista definición de atmósferas y personajes.

Con los años fue gestando la propia estética del relato breve, declarando su admiración por Chéjov, de quien destacaba la vertiente moral de sus historias. Su primer cuento destacable será «La chica de abajo» (publicado en 1953 en la ya histórica «Revista española»). A través de diversos recopilatorios irá afirmando su idiosincrasia cuentística: el paso del tiempo, la función del recuerdo, la convivencia de vivos y muertos, la rebeldía ante la injusticia, la fuerza de los sentimientos y el protagonismo del azar. No era un género menor. Al contrario, requiere la habilidad de la expresión sintética y el calculado efectismo argumental, sin permitirse las «trampas» de la novelística convencional, con sus tácticas demorativas o enrevesadas digresiones. En modélica edición de José Teruel, profesor de Literatura Española de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en la autora, se publican «Todos los cuentos», un logrado compendio, probablemente definitivo, de esta narrativa breve que mantiene toda su sugestiva vigencia y renovado valor. La actividad de Martín Gaite en este género literario fue durante años una dedicación algo escondida, cuando no ignorada, en la consideración de público y crítica. Y, sin embargo, su mantenido interés por la narrativa breve le llevó a un amplio registro estilístico temático: desde la fugaz anotación impresionista al detallado retrato de ambientes y personajes, pasando por el cuento navideño, el juego identitario, los saltos temporales, el relato fantástico, o la imprevisible anecdótica cotidiana.

Olvidar el dolor

No falta en esta literatura un fuerte componente autorreferencial; basta pensar en «El otoño de Poughkeepsie», un cuento que no publicó en vida y que de algún modo quiso «olvidar», porque está motivado por la muerte de su hija –fruto de su matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio– Marta; pretende dejar atrás aquel verano de 1985 en el que, desde un campus estadounidense, trata de paliar un inextinguible dolor. Una enajenada habitualidad le lleva aquí a meditar sobre la fragilidad del recuerdo: «Los pasos que nos llevan de la extrañeza a la costumbre son tan leves y furtivos que no solo no dejan huella alguna sino que incluso apagan la curiosidad por mirar hacia atrás para buscarla». Se ha estudiado profusamente la habilidad de la novelista, realzada en los cuentos, para construir una historia a partir de ágiles diálogos, seduciendo al lector con una narrativa coloquial de incisivas proporciones argumentales. El cuento «La conciencia tranquila» (1956) nos sitúa ante la muerte de una niña en el ámbito de un deprimido ambiente popular; aparte de la rebeldía ante la injusticia social, mostrando a un atribulado médico –«Yo tengo mis enfermos particulares, no puedo atender a todo»– requerido de urgencia a un poblado chabolista, encontramos las manifestaciones cruzadas de unos angustiados personajes que, con sus sentenciosas palabras, transmiten la dolorida resignación de los pobres. Y en «Un alto en el camino» (1958), historia plagada de ásperos desencuentros familiares, los protagonistas disputan sus diferencias entre intencionados comentarios que auguran un duro desenlace. La relación entre el mundo de los sueños y la realidad es otro elemento esencial en esta narrativa; en el relato «El balneario» (1954), casi una «nouvelle» por su extensión, se vive el entorno de reposo de ese escenario como un ensueño, una singular «montaña mágica» donde los personajes interaccionan con sus particulares expectativas, afecciones y sentimientos. En un artículo periodístico de mayo de 1988
–«Aquel balneario»– Carmen Martín Gaite, rememorando los momentos creativos, señalaba: «Ya por entonces empezaba yo a no ver nada claras las fronteras entre los sueños y la realidad, y aquella novela trataba de eso. Era un sueño que hasta la segunda parte no se sabía que lo era soñado durante una siesta de balneario por una señorita soltera, de vida ordenada y rutinaria, que nunca había vivido emociones fuertes y estaba ansiosa de ellas». Se comprende así el estilo impresionista, de lindes imprecisas y desdibujados contornos, que caracteriza a estos textos, de alguna manera opuestos al emblemático realismo generacional; se trata de un ensoñado lirismo que oscila entre lo habitual y lo aventurero. A propósito de éste último, manifestaba: «O se sueña la aventura desde la rutina o se sueña la rutina desde la aventura. Pero en ambos casos el puente de evasión es la fantasía».