David Rieff: «La memoria del holocausto no evitó Ruanda»
El hijo de Susan Sontag publica el controvertido ensayo «Elogio del olvido», donde critica la frase «aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo», un mantra que desmonta ahora de manera radical.
El hijo de Susan Sontag publica el controvertido ensayo «Elogio del olvido», donde critica la frase «aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo», un mantra que desmonta ahora de manera radical.
Lo dice con claridad cuando se refiere a la frase más conocido de George Santayana: «No creo que sea verdad. No veo ninguna base empírica a esta declaración. Y habría que señalar, en todo caso, que recordar también conlleva riesgos morales». David Rieff aboga por el olvido en un libro revelador.
–¿Por qué considera que la memoria puede ser perjudicial?
–Durante 16 o 17 años trabajé como corresponsal de guerra. Cuando estuve en los Balcanes, a comienzos de la década de los 90, llegué con la misma idea que albergaban muchos, la convicción generalizada de que es moral recordar e inmoral olvidar. Pero la verdad es que las experiencias que tuve en Bosnia, y en otros conflictos, era que había ocasiones en que la memoria se había convertido en un arma de guerra. Empecé a considerar la posibilidad de que en determinadas circunstancias el olvido sería más eficaz, más moral y menos destructivo.
–Usted desconfía de la memoria colectiva.
–Y también de la memoria individual que en realidad tampoco es muy fiable. Pasamos nuestros días reescribiendo nuestra memoria. Pero no se puede recordar todo. Este es un ensayo que en realidad reflexiona sobre lo que había propuesto George Santayana: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo». Hay autores que han subrayado la moralidad del recuerdo y la inmoralidad del olvido. Lo han planteado en términos de memoria colectiva .
–Usted critica la memoria de la conmemoración.
–Cuando conmemoramos una guerra, no es historia, es un tipo de propaganda para crear cierta solidaridad o provocar la indignación en algunos. Es un gesto político. Es el presente sirviéndose del pasado para determinados fines actuales. Eso puede traer ciertos peligros morales que son bastante evidentes para todos. Aquí existe un problema que nadie ha logrado todavía explicarme. Cuando se habla del uso y el abuso de la memoria, ¿quién decide que es abuso o uso? Cuando en una conversación surge el terrorismo, podemos referirnos a las leyes. Ellas son nuestras referencias. Un ejemplo: Irlanda del Norte. ¿Quién tiene razón? ¿Los republicanos o los que decidieron continuar siendo fieles a Gran Bretaña? Las guerras de este país no acabaron con una victoria absoluta de un lado sobre el otro. Una parte de la comunidad guarda una memoria, que es diferente y opuesta a la de la otra comunidad, que es la vecina. Ejemplos como éste existen bastantes a lo largo de toda la Historia. De hecho es muy extraño que en un conflicto se de un resultado tan claro como en éste. Es inusual que una guerra termine con una victoria absoluta de un bando. En este supuesto se puede imponer una versión del pasado sobre la población derrotada, como justamente hicieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Pero existen muy pocas contiendas que acaben de esta manera.
–¿Considera que los nacionalismos europeos actuales están recurriendo a la memoria?
–Sobre todo se puede ver en partidos de extrema derecha, como el Frente Nacional en Francia. Pero también lo podemos observar en Italia o en Grecia. Pero también existen otras corrientes políticas que han hecho lo mismo. Pero creo que sí, que, sobre todo, podemos considerar que la extrema derecha se sirve de la historia para sus propósito, pero siempre que tengamos en cuenta que existen otros partidos que no podemos excluir. Suele suceder en momentos de enormes dificultades. Stalin se convirtió en un nacionalista en un momento de la Segunda Guerra Mundial. Y ahí tenemos una película de Eisenstein en que unas hordas invaden Rusia, que es una llamada al nacionalismo ruso. Este es un fenómeno más ancho y no está circunscrito a los populismos de la derecha europea.
–¿Considera que Trump está en esta línea al reclamar la gran América?
–Pero él no habla de una versión de la historia. Más bien habla del mundo que conoció, que es el de los cincuenta, igual que gran parte de su coalición. Tiene nostalgia de un Estados Unidos dominado por los hombres blancos. Existía, en efecto, ese país, pero cambió. Es ese momento al que se refiere Trump, a esa nostalgia. Pero no creo que, como el Frente Nacional en Francia y otros movimientos de la extrema derecha europea, sostenga interpretaciones muy curiosas de la historia. La memoria nacionalista, como decía Renau, al igual que todo ejercicio de memoria colectiva, es una actividad política o ideológica que incluye el pasado útil y excluye el pasado inútil para crear o establecer la nación y para ayudar a establecer solidaridad. Y no se reclama únicamente para las naciones. La versión más común de la memoria colectiva es la memoria de las víctimas, sobre todo, hoy, como las víctimas sexuales o de emigrantes.
–¿Cómo hay que repensar a partir de ahora la memoria colectiva? En Europa hay inmigrantes procedentes de África y Oriente Medio, por ejemplo. La memoria europea no significa nada para ellos. Su memoria es otra.
–Creo que en Europa van a tener que empezar con Europa como memoria colectiva y las memorias nacionalistas no van a desaparecer, pero van a tener menos importancia. Incluida la Shoá.
–Asegura que hay que pensar en una memoria moral más que histórica.
–La memoria moral depende de cada caso. Hay algunos en los cuales la decisión más moral es recordar y otros, y ahí está tal vez el radicalismo de mi libro, es más adecuado olvidar. No veo cómo la memoria histórica sirve para aumentar las posibilidades de paz en Oriente Medio. No hago un trabajo de «antisantayana» ni afirmo que «aquellos que no olviden estarán condenados a repetirlo». Lo que propongo es que debemos pensar cada coyuntura y si es mejor en ella recordar u olvidar, porque tenemos que subrayar que recordar es también una decisión artificial, sobre todo después de la muerte de las personas que han vivido un trauma, una catástrofe. Un ejemplo: en pocos años no van a quedar supervivientes de los campos de concentración. A partir de ese instante, cuando hablemos de la memoria, no hablaremos de la memoria, sino de la versión de una comunidad. Y en este contexto, tenemos la obligación de pedir cuál sería la decisión preferible: olvidar o recordar, porque olvidar y recordar son, en este contexto, conceptos artificiales, porque una comunidad tiene que trabajar para recordar y también va a tener que trabajar para olvidar. Por eso mismo, Nietzsche habló del olvido activo.
–La memoria también se utiliza para mantener viva las heridas en una comunidad.
-Este es el corazón del libro. Lo que presencié en los Balcanes fue justamente este mismo problema: cómo se empleó la memoria como arma de guerra. Se acudió a ella para amplificar el dolor y por eso defiendo que olvidar es una respuesta moralmente superior. Depende del caso.
–En España, la política recurre muchas veces a la Guerra Civil. ¿Cómo ve nuestra memoria histórica?
–Sin tomar partido en este caso, quiero dejar claro que cualquier programa de conmemoración es un programa político. Tal vez es una buena política, pero es una ideología y, por tanto, es un proyecto político. No sólo consiste en saber cómo murieron las personas dejadas en las fosas comunes, es una idea de cómo el pueblo español, debe pensar la Guerra Civil y la dictadura. Es bueno y es completamente lícito. Lo que no es lícito es proponer una política y decir que no es política. Yo sé que es el caso del movimiento global para los derechos humanos. Ellos dicen que no tenemos política, que únicamente piden lealtad a la ley internacional y aseguran que para ellos no es importante la política. Para mí es una mixtificación. Los derechos humanos como el neoliberalismo, el populismo y el capitalismo autoritario de Asia es una de las grandes ideologías de nuestra época. Negar esto me parece equivocado. Es una visión, muy pobre o primitiva de la ley. La ley no existe fuera de la política.
–Hay cierta insistencia en que nunca se olvide el Holocausto. ¿Cómo ve esta memoria?
–Vamos a tener que enfrentarnos a la realidad de que para muchos jóvenes la Shoá no tendrá gran importancia. Es muy preocupante. Si tienes quince años y vives en un barrio de las afueras de París y tus padres son de Marruecos. ¿Cómo vas a pen-sar en Auschwitz? No es tu historia. Y de todas maneras, qué lección, qué queremos establecer con esta memoria. Si la respuesta es para evitar que se repita el Holocausto en Europa, yo digo que la historia no se repite. No aprendemos tanto de la historia. La historia no es una vacuna, no puede servir como vacuna. En el contexto del Holocausto, su memoria no paró Ruanda. Hay otras razones para enseñar en el presente. Se puede decir que la Shoá es el ejemplo paradigmático del mal absoluto. Y es importante ver y recordar un mal absoluto. Pero esto es una visión estrictamente moral. Los efectos prácticos no están garantizados. Tengo dudas sobre la relevancia de la Shoá como vacuna. La Shoá tiene una importancia histórica, eso sí.