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Del sonido cósmico a la guitarra de Mick Ronson

Sus experimentos, efectos y giros le convierten en uno de los compositores más dotados y versátiles.
larazon

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Sus experimentos, efectos y giros le convierten en uno de los compositores más dotados y versátiles.
En la medida que fue hecha para ser escuchada, siempre es difícil describir la música con palabras. El legado sonoro de Bowie, sin embargo, es uno de los más agradecidos para ser explicado en prosa por cualquier escritor. Quizá sucede porque el punto de partida en que se basaron sus composiciones fue muchas veces conceptual y eso permite definir mejor los giros formales que el astuto compositor usaba para conseguir sus efectos. Vaya por delante que la capacidad musical de Bowie era grandísima; capaz de expresarse con piano, guitarras y vientos, aparte de inspirado selector de melodías. Probablemente, estamos hablando de uno de los compositores más dotados y versátiles entre aquellos artistas conceptuales que eclosionaron a principios de los 70.
Como siempre, todo había empezado diez años antes, con la básica afición a la música negra por parte de un adolescente llamado Davey Jones que mutaría en David Bowie. Pero de eso hablaremos luego, porque la gran difusión de Bowie llega al principio de los 70 cuando mezcla su deleite por lo negroide con la intención (propia del rock sinfónico) de integrar en sus piezas modos cambiantes. Sus baladas se cortan, se interrumpen, contienen bruscos quiebros internos de ritmo o desplazamientos de armonía. Todo ello siempre dispuesto con suma habilidad para que desconcierten lo justo al oyente y contribuyan al misterio o la eficacia emocional de la pieza.
Sonoridad cósmica
Lo mismo sucede con las letras que acompañan esas sonoridades inesperadas. Jamás se conforma con una narrativa banal; o la hace muy sintética, casi críptica, o bien escoge el extremo contrario: una narración exuberante que no sabemos si habla de algo cercano o es metáfora de algo más grande. Por ejemplo, «Space Oddity» nos sitúa dentro de un paseo espacial mostrando, a medida que avanza, un segundo nivel de lectura sobre la desconexión de un toxicómano frente a la hiriente realidad y su llamada de socorro. La canción usaba además una novedad técnica de la época, el Melotrón (uno de los primeros sintetizadores), que añadía la sonoridad cósmica necesaria para cristalizar épica de experiencias astronáuticas y toxicómanas. Hoy, canciones como ésa se han usado para anuncios, para «selfies» y han sido manoseadas hasta por empleados de la NASA. Pero hay que situarse en la época y comprender la impresión que provocaron los primeros cachivaches electrónicos como el Melotrón. Era oír una textura sonora desconocida hasta entonces en la historia de la música. Algo parecido a lo que debieron sentir aquellos indígenas americanos cuando vieron por primera vez un caballo ante sus ojos.
A la vez que mosaicos wagnerianos tipo «Ziggy Stardust», Bowie era también capaz, en su enorme versatilidad, de exprimir con éxito el concepto absolutamente opuesto. Comercialmente, su primer gran golpe internacional es un himno eléctrico («Rebel, Rebel») construido con la repetición constante de solo dos acordes y un ritmo tribal de tambores de principio a fin del tema. Lo que especia esa salsa es el sonido muy estudiado de una poderosa guitarra tocada por su camarada Mick Ronson. Corresponde a una Gibson Les Paul con amplificador de válvulas Marshall JCM 800 o bien Vox AC30. La guinda final para conseguir esa saturación me la confió Igor Pascual, camarada de guitarra y gran pirata, y consiste en ejecutar el tema en la pastilla de graves con el botón de tono puesto a cero.
Bowie es de los pocos artistas que soportan bien las recopilaciones. Ponen de relieve una grandeza narrativa en su arte que a veces discurre sumergida: un catálogo de estilos cambiantes (como el arte de su época) unificados por la voz y la dicción personal.
«Ashes to Ashes», «Changes», «Heroes», «Modern Love», «Blue Jean», «Life on Mars» son inolvidables, no sólo como equipaje sentimental, sino por su condición de experimento sónico y compositivo. Algo que ha pasado desapercibido es que finalmente también terminó modificando la música negra de su querida adolescencia. Años después, en su madurez, grabó el «rythm’n’blues» de su época con más graves que nadie, cantando encima de él con la voz más vulnerable, temblorosa y andrógina imaginable. Pero fue efectivo y, si no, escuchen el saxo de «Sufragette City». Un descubridor de nuevos mundos.